viernes, 2 de marzo de 2007

QUIERO PENSAR, PERO ME SALE ESPUMA

QUIERO PENSAR, PERO ME SALE ESPUMA

Una de nuestra voz poética más representativa, el beniano Pedro Shimose, con mucho acierto escribió un libro de poemas, “Quiero escribir, pero me sale espuma”, obra que fue ganadora de uno de los premios más prestigiosos para las letras hispanoamericanas, el premio Casa de las Américas. Pero, no siempre un buen poeta acaba siendo mordaz o al menos lo medianamente objetivo cuando escruta y pasea su mirada sobre eso que llamamos realidad, “lo cotidiano”, diría Francisco Ayala. Las más de las veces, cuando el intelectual escribe sobre ese espacio conflictivo y caótico, donde discurren las vidas de una inmensa mayoría, muchedumbre, de desharrapados y pobres, que son los más en este país, no hace sino echar espuma por la boca. Hablar sobre lo cotidiano es harto complicado, sin embargo tarea ineludible para la mayoría de esa casta llamada intelectual. El poeta o el novelista, como dice el autor de “Animal Tropical”, el cubano Pedro Juan Gutiérrez, a través de la palabra debe “desnudar la realidad, no maquillarla”, aunque es un cometido pocas veces alcanzado más no por eso imposible.

Shimose escribió un artículo, aparecido en el matutino "Los Tiempos", el domingo 21 de septiembre de 2004, bajo el título “Evo, el protestante”, en el que de modo subjuntivo se aventura a soñar cómo sería el gobierno del dirigente y diputado cocalero. Craso error de criterio político y miopía intelectual, pura ficción, al estilo Isaac Asimov. Además, no incluir en sus apreciaciones al actual gobierno, es como ver la paja que tiene el vecino en el ojo y hacerse el loco con el tronco que hay en el propio, para no decirlo con palabras de Cabrera Infante en Tres Tristes Tigres. El gobierno de Sanchez de Lozada, en su lucha frontal contra al corrupción, no ha pasado de ser un eslogan que sólo ha acelerado el crecimiento burocrático del Estado. A un año y poco más de gobierno de responsabilidad nacional, como le gusta llamar al jefe del MIR, el palacio vive habitado de una carroña de políticos, ávidos de poder, y cómo dice Shimose: “rodeado de ineptos, corruptos, aduladores y sinverguenzas...”. Así anda este país y no es mentira lo que afirma Cayetano Llobet, “así de cojudos somos” los bolivianos, que nos permitimos realizar ejercicios mentales, tan alejados de lo cotidiano, como pensar que pueden existir políticos honestos.

Quiero recordarle a nuestro premio Casa de América, que no es lo mismo vivir en una metrópoli europea a vencer el día rascándose la barriga, en Curawara de Carangas en el Altiplano, o Pampa Rayo en Chuquisaca, o allá en el oriente boliviano en medio de la borrachera verde de la Amazonía, entre los restos de alguna de las tantas etnias..

La realidad de este país está condicionada por modelos importados, la intuición y, sobre todo, la hegemonía de una burguesía nacional bordeando la ignorancia. A principios del siglo XXI contamos con un territorio, en el que el índice de pobreza es tan alto como sus montañas, bajo índice de escolaridad, deuda impagable, escasa atención a las necesidades básicas de salud, una desigualdad escandalosa entre una minoría que vive en el primer mundo y una inmensa mayoría en los suburbios de la pobreza, pero aún endémica. Y es que no intento hacer una apología del Movimiento al Socialismo y su líder, porque el oficialismo y la oposición oportunista del MAS, actúan bajo la bandera de la irresponsabilidad más cínica de cara a la búsqueda del bien común.

Juan Rulfo, en uno de sus cuentos más desgarradores que leí, “Lubina”, escribió: “en qué país vivimos Agripina... el gobierno nos ayudará”. Y Luis Sepúlveda, chileno, en su novela, “El viejo que leía novelas de amor”, dice: “el culpable de que te duelan las muelas, sabes quién es, el gobierno, pendejo”. Pues bien, vivimos en un país en el que la simpática gente de derechas o izquierdas (progresistas) encaramada en el poder, no sabe a ciencia cierta qué hacer con él, a lo sumo matar; y el (los) culpable (es) de que nos duelan no sólo los dientes sino la vida misma, el existir aquí y ahora, tiene un rostro concreto: MNR, NFR, MIR, MAS, MIP, UCS...

Iván Castro Aruzamen

SOBERANIA POPULAR: ¿DEMOCRACIA INDUCIDA?

SOBERANÍA POPULAR: ¿domocracía inducida?

Con Evo Morales Ayma, sindicalista, cocalero, paseándose por palacio quemado, igual que Villarroel, Belzu o Barrientos, personajes populistas de dácadas atrás, el ejercicio de la Soberania Popular es todavia incipiente. El gobierno actual desde el inicio de su mandato ha buscado ser in vox populi. No obstante, tras dos meses de gobierno masista, es notoria la carencia -mal congénito de nuestra democracia- de un proyecto nacional, sutentado -sobre todo- en la lógica del derecho a la satisfacción de las necesidades básicas. Ni oposición -que busca el ejercicio de la titularidad- ni oficialismo, han definido una política clara respecto a la defensa-vigencia-establecimiento, de un derecho fundamental, como es el derecho al esfuerzo humano (trabajo). En este momento de profunda crisis económica, es urgente diseñar estrategias coherentes y sotenibles, para la generación de espacios de trabajo para miles de bolivianos. Una traba, que habrá de despejar el gobierno de Evo Morales, es sustituir el modelo 21060, vigente desde el regreso a la democracia, por una nueva, en la que se contemple nítidamente el goce y seguridad del derecho al trabajo, fuente de otros derechos inapelables: pan, vivienda, vestimenta, salud, educación, medio ambiente...en suma, hablamos de vida digna para todos; acceso en igualdad de condiciones a este derecho fundamental, primario, es reponsabilidad de los poderes establecidos en el país y sus instituciones.

Una de las causas para la postergación de este derecho, sin duda, ha sido la falta de una democracia sólida e incluyente. Desde la vuelta a la democracia en la década de los ochenta, tras una honda crisis estatal, inestabilidad política, golpes y dictaduras militares, el proceso democrático boliviano, nació como una democracia inducida. Las diferencias entre matices, máscaras y rostros de esa democracia fueron mínimas. La realidad de país sumido en la pobreza, la corrupción, el prebendalismo, la poliarquía política, no sufrió transformación alguna. Tuvimos una democracia de baja intensidad, que requería una mano autoritaria e injerente para la transición, con Victor Paz Estenssoro; siguió una democracia restringida, que exigia límites no sólo a las demandas económicas, sino también participativas, con Jaime Paz Zamora; vino luego una democracia de fachada, que ofrecía legalidad de los derechos democráticos, pero incapacidad para resolverlos, con Hugo Banzer Suares y Jorge Quiroga Ramirez; y finalmente, una democracia tutelada, que requería un poder externo que proteja y administre la constitución de la misma, con Gonzalo Sanchez de Lozada, Carlos Meza y Eduardo Ridriguez Veltzé. A partir de diciembre de 2005, está en vigencia (por el momento) una democracia de la soberanía popular, que también requiere de una mano foránea (Hugo Chavez, Fidel Castro y otros gobiernos de discurso antineoliberal, pero con prácticas políticas capitalista serias) para sostener un sistema democrático débil.

Estas caras de la democracia, se derrumban y deforman, transparentadas por sus debilidades, debido a la evidencia notoria de la miseria y pobreza crecientes, junto a la ajenidad y lejanía, que el pueblo tiene respecto a procesos insituyentes que marcan el sendero de su desarrollo.

Naturalmente, el peligro inminente de una democracia de la soberanía popular, como la que pretende el Movimiento al Socialismo, es que transforme los procesos instituyentes, como el Referendum Autonómico y Asamblea Constituyente, en una visión meramente sectorial, sindical, corporativista.

Una sociedad en la que quepan todos (Franz Hinkelammert) no puede construirse en base a intromisión ajena ni visiones particulares de grupos o élites, sean estas oligárquicas o movimientos sociales, sino desde una visión de conjunto, intercultural, de inclusión de todas las voces, disidentes y coincidentes, que quieren construir un país con justicia e igualdad, nacida de la praxis y no de meros discursos ideológicos.

Iván Castro Aruzamen

COMPLEMENTARIEDAD EN CARLOS RIMASSA

COMPLEMENTARIEDAD EN “CARLOS RIMASSA”

“Lo perfecto no es más que lo completo
Juan Ramón Jiménez
No pude dejar pasar la oportunidad de escribir unas pinceladas sobre la figura y obra de un amigo reciente pero entrañable: Carlos Rimassa.
Quienes han seguido y conocen su trabajo, de larga data y amplia trayectoria en el ámbito de la pintura nacional, coinciden en señalar el valioso aporte de su pintura en la comprensión y búsqueda del ser nacional. El hombre de estas latitudes (como el europeo o africano) es moldeado por el entorno en el que vive, hasta en sus sueños y su muerte, haciendo de él único e irrepetible. Decía, Lezama Lima que la identidad está conformada por el lugar de residencia en la tierra. Así, la pintura de Rimassa, refleja el espacio en el que la lucha del hombre frente a los embates de la naturaleza, va dando forma a la identidad de esta región del mundo, nuestra región.
Podemos definir al hombre, al artista y al ser humano detrás de los paisajes de Rimassa; y en última instancia al autor, con estás palabras de Juan Ramón Jiménez: “Prefiero a todo una “inteligencia sensitiva” siempre nueva, aspiro a la flor y al fruto más altos de esta sensibilidad inteligente, a los que yo llamo “aristocracia de intemperie”;no me considero inepto para la perfección matemática, y no soy estéril; y me ilusiono con complementarme a mí mismo.
Esa complementariedad, Juan Ramón Jiménez la entiende como perfección; y así como el poeta la encuentra en la creación y la crítica, Rimassa como pintor, creador y artista, la encuentra en la poesía. Entre sus amigos circuló un volumen de poemas titulado “Recontando actitudes”. Y nada más entrada la lectura de sus poemas, se avizora las lides por las que transita el quehacer artístico de Rimassa. Se escucha la voz del poeta pitando las palabras con su mundo estético: “Hoy he recontado actitudes (...) paisajes de lluvia/ hojarasca de muchos entierros/ paisajes comunes de colores gastados”. Esos colores gastados, Adolfo Cáceres, lo advertía ya en el prólogo de la obra mencionada, son los preferidos de Rimassa: los ocres, grises y amarillos.
Quiero terminar esta corta noción sobre el trabajo de Carlos Rimassa, evocando la complementariedad que subsiste en su pintura: Colores, paisajes y palabras, van de la mano abriendo senderos por los que transita la inagotable fuerza creadora de este hombre, al igual que Octavio Paz, ha cruzado el siglo XX, como testigo de fiel de los hechos más sobresalientes que marcaron el destino de la humanidad. Esa mirada se refleja en la estética de sus cuadros. Pocos han sido los maestros, como Rimassa, que han logrado esta complementariedad: pintura y poesía.

Iván Castro Aruzamen

NACIONALISMO ETNOCULTURAL

NACIONALISMO ETNOCULTURAL

El discurso político-social del movimiento al socialismo (MAS), sobre todo a partir del 2003, fue asumiendo un perfil ideológico sostenido por un radicalismo pluralista, que no era sino la expresión y posición de los movimientos sociales, frente al monopolio partidista de una élite política-oligarca, en franca decadencia. Sin embargo este pluralismo de corte populista, enarbolado por el MAS, surge gracias a la tímida autonomía democrática formal que el país ha experimentado en sus más de 20 años de regímenes democráticos; sin duda, que la tal autonomía se define, pragmáticamente, por tratar de posibilitar una convivencia social basada en el respeto y la tolerancia.

El escenario político actual del país: mayoría relativa en la Asamblea constituyente; mayoría parlamentaria, y con más del 50% del voto ciudadano en las elecciones de diciembre de 2004, debieran de ser la plataforma legitimadora, para que el gobierno impulse cambios estructurales profundos, en el seno de la economía y el sistema político. Pero, no ha sido así. Simple y sencillamente, porque las equivocaciones han pesado mucho más que los aciertos, sólo para nombrar uno, el caso del peruanito rabioso, un Fouché Latinoamericano, campeón del transfugio y guerri-terrorista. Hoy, por lo menos, es notorio el abandono de ese discurso pluralista. Los movimiento sociales, engranados por el MAS, son incapaces de articular una propuesta sólida basada en ese pluralismo, que mucho bien le hubiera hecho a un país, sumido en la más galopante pobreza de América Latina.

Los movimientos sociales en Bolivia, hasta antes de las elecciones del 2004, constituian un motor con mucha fuerza, que generaba una racionalidad de resistencia, capaz de impulsar transformaciones sociales -por medio de la presión- en dirección de una participación de todos los sectores que hicieran de la democracia mucho más incluyente; pues, desde esa lógica, sí, era posible administrar cambios a favor del conjunto de la sociedad. Esta forma de generar poder, ha cambiado repentinamente, aunque en la práctica es nula, desde el momento en que éstos, abanderados por el MAS se hacen del poder del Estado. Asimismo, han incorporado a su práxis y discurso, una cuestión tan espinosa como es el de la Identidad, que tantos y tantos enredos ha traido desde las interpretaciones altusoniana y herderiana, para no hacer una larga lista.

De ahí que, ese pluriculturalismo defendido por el MAS, dentro de los límites que impone una "política de Identidad", soterradamente, niega la identidad múltiple de la nación, imponiendo una cosmovisión-identidad exclusiva, articulada en un indigenismo que determina en este momento la acción política y con ella la vida social de todos los ciudadanos y ciudadanas de este país. Una forma típica de esa búsqueda de identidad, asumida y puesta en práctica por el entorno de Morales Aima -que se torna amenazadora para la integridad de la nación- es la búsqueda de una nueva ciudadanía, en torno a la cohesión étnica, bajo la égida de la imposición de un nacionalismo etnocultural. Este nacionalismo en gestación, busca a toda costa, la construcción de un estado indigena (quechua-aymara), imponiéndose a una sociedad radicalmente plural (¿plurinacional?), como la nuestra, es decir, una identidad Etnocultural que agrupe y homogeneice a todas y todos los ciudadanos. No obstante, la posición de las oligarquías rearticuladas por Tuto quiroga, sobre todo en Santa Cruz, y Mafred Reyes Villa en Cochabamba, nos distan mucho del nacionalismo del MAS. Ambas posturas están salpicadas de Facismo.

Iván Castro Aruzamen

DEMOCRACIA Y DERECHOS HUMANOS

DEMOCRACIA Y DERECHOS HUMANOS

El proceso democrático que comenzó el 10 de octubre del 82, logró conservar y desarrollar estabilidad económica restringida, sumisa e impermeable a todo tipo de transformación. Es así que la democracia boliviana en su lenta consolidación, se ha visto empañada por élites de poder, que no han hecho otra cosa más que dejarla vulnerable a la prebenda y corrupción. La actual situación del sistema partidario, en la democracia de nuestro país, se vino solidificando ya a partir del 52 con el oportunismo histórico del Movimiento Nacionalista Revolucionario, de Victor Paz Estenssoro. Los partidos políticos en Bolivia han sido monstruos sagrados, rodeados de un hermetismo a ultranza, inmunes a cualquier posibilidad de democratización en su organización interna. En medio de este panorama, hablar de Derechos Humanos y su vigencia plena no es plausible por el momento; aunque sostener y defender una relación de no exclusión entre Democracia y Derechos Humanos es sinónimo de Derechos Humanos para todos. Esta estrecha relación seguirá truncada mientras las élites partitocráticas no introduzcan vientos de cambio en su organización. Así como todo tipos de organización social, sea esta sindical, vecinal, cultural, etc.

Si duda que la positivación de los Derechos Humanos es eficiente en un sistema democrático, sobre todo en una democracia representativa, pero lo es aún más en una Democracia Participativa. Ésta para ayudar a la ejecución y cumplimiento de los Derechos debe apelar a tres pilares fundamentales a saber: a) descentralización del poder de las organizaciones partidarias, la cual supone un principio práctico-moral; b) justicia social que es la base de la consecución del bien común; c) igualdad participativa para que todos y cada uno de los ciudadanos tengan el derecho y oportunidad de elegir y ser elegido.

No obstante, la esperanza de que los Derechos Humanos alcancen a todos, en Bolivia, se ve empañada por el lente del conflicto, los intereses partidarios, sectoriales, y hoy más que nunca, etnoculturales, a raíz de las demandas sociales de sectores marginados y la incapacidad del Estado para satisfacer tales necesidades. Y han sido los partidos políticos, en la mayoría de los casos, responsables de profundizar la enorme desigualdad social, cuya consecuencia es la constante lesión que sufren los Derechos Humanos de la colectividad.

Así los DDHH, en una sociedad donde la Democracia fue vehículo para mantener el poder político en manos de una burguesía nacional, y hoy, del sindicato (Cocaleros), con una total carencia de un sentido de unidad, de nación; peor todavía cuando el control del poder económico está en función de intereses foráneos, los DDHH continúan relegados a mera función decorativa. Estado y sociedad civil que ha roto los lazos de confianza, representación, participación, y mucho más, cuando la sociedad ha sido dividida, confrontada, sacrificada, al odio y la violencia racial, no hacen sino distanciar y desligar a la Democracia y Derechos Humanos, en una profunda brecha insalvable

El otro lado de la cuestión es que, dentro del radio social de una Democracia Participativa, no sólo se empiezan a respetar los DDHH, pues tanto más se consolida para todos los derechos sociales, económicos y políticos, sino una educación democrático-participativa de los ciudadanos, incide en el comportamiento de Estado que se vuelve un receloso vigilante y defensor (no transgresor) de los Derechos Humanos; además, en una Democracia participativa, se valora la dimensión jurídico-práctica y filosófico-social, de los derechos de la sociedad civil. Los Derechos Humanos no pueden ser plenos desde posiciones político-partidarias, sean estas conservadoras o reaccionarias; más al contrario, su defensa, promoción y educación (investigación) es sólida desde una democracia donde se respete la dignidad del ser humano.

Nicanor Parra, poeta chileno, escribió estos versos: “ primer derecho de los DDHH es el deber de ser respetados...” La Democracia como razón política y los Derechos Humanos una filosofía práctico-moral, encuentran un punto central desde donde pueden fomentar el desarrollo de los mismos: el deber de que los DDHH deben ser salvaguardados, respetados, profundizados y sostener su plena vigencia; pues, es a partir de la negación de su respeto, el no-ser de los ciudadanos y la vulneración de su dignidad, es justamente, donde empieza la primera violación a los derechos fundamentales de la Declaración Universal.

Iván Castro Aruzamen

POBREZA Y LITERATURA

POBREZA Y LITERATURA
Hacia una lectura desde la basura

Para José Martí, la verdad, se devela mejor a aquellos que padecen necesidades. “¡Son como siempre los humildes, los descalzos, los desamparados, los pescadores, [los cartoneros] los que se juntan frente a la iniquidad hombro a hombro y echan a volar, con sus alas de plata encendidas...!” Sin embargo, la pobreza es un “escándalo y contradicción” (Puebla 28). De cara a este flagelo para millones de latinoamericanos, se hace urgente articular desde la polifonía de nuestras culturas, una opción radical, hacia la liberación integral. Nuestras culturas en América Latina han sufrido, en los dos últimos siglos, un severo golpe de la revolución industrial (Puebla 417), inspirada por la mentalidad científico –técnica (Puebla 421) y marcada por un secularismo galopante (Puebla 434-435).

El capitalismo y su ideología, tras la caída del muro de Berlín, se ha constituido en una amenaza seria y permanente para las culturas. No es un secreto que el responsable de tanta injusticia y pobreza, a través de su cultura de muerte y exclusión, sostenida en nuestros países por gobiernos pro-imperialistas, gendarmes de intereses transnacionales, sea el capitalismo. La mano invisible del mercado, arrasa toda posibilidad de generar, proyectos basados en la lógica de la satisfacción de las necesidades básicas (pan, vivienda, educación, salud), que integren a todos en una sociedad donde quepan todos. La exclusión cultural, política, económica y social, es inhumana para inmensos colectivos. Miles y miles viven en la vorágine del submundo de la pobreza, entre cartones, plásticos, latas, y todo tipo de desecho sólido. Bajo ese manto de la miseria, lo que no ha podido subyugar el capitalismo económico, en su estado de desarrollo más salvaje, el neoliberalismo, es el único bien que todavía poseen los pobres: la esperanza; aunque para el cubano Pedro Juan Gutiérrez, autor de la Trilogía sucia de la Habana (Anagrama 2001), los tentáculos del capital, les han despojado a los pobres hasta de este último bien, porque “ellos [los pobres], no tienen esperanza, les ha sido arrebatada”.

La literatura latinoamericana ha sabido con mucho tino recoger y guardar, ese interminable río de esperanza que guardan hombres y mujeres a lo largo y ancho del subcontinente americano. Luis Pagan Rivera, dice, que no es posible acercarse a la narrativa latinoamericana del siglo XX sin tener en cuenta el caudal de esperanza depositado en ella, sino “¿cómo discutir Pedro Páramo (1955), de Juan Rulfo, Las Buena conciencias (1959), de Carlos Fuente, Hijo de Hombre (1955), de Augusto Roa Bastos, Todas las sangres (1964), de José María Arguedas, o Cien Años de Soledad, de Gabriel García Márquez, sin analizar la presencia acuciante en las angustias de los seres humanos y sociedades ahí descritos, de la religiosidad cristiana y su intrincada red de símbolos, creencias y ritos, su caudal de temores y esperanzas?”. Ese caudal de esperanza es el que exuda la literatura latinoamericana del siglo XX por todos sus poros. En contraste a este cuadro en el que literatura y realidad, esperanza y pobreza, se hacen eco del dolor y miseria de un pueblo aplastado por élites transnacionales, el poder político y económico, han sembrado desesperanza, desencanto y frustración por doquier. Los más golpeados y desfavorecidos, han sido las víctimas de la historia, aquellos que no han participado, no participan, de la toma de decisiones: los pobres... pobres indigentes, indígenas, afroamericanos, perseguidos y torturados políticos, desocupados, en suma, todos ellos tienen la esperanza destrozada, hipotecada.
Pero, el grito de liberación, ante esta situación de injusticia institucional, estructural, no se dejó acallar y mucho más aún en un continente, de la Esperanza, como lo llamó el papa polaco, Juan Pablo II. Entonces, no es una casualidad, que la cultura literaria latinoamericana del boom y la Teología de la Liberación latinoamericana, hayan surgido simultáneamente en los años sesenta del siglo XX. Obras como El siglo de las Luces (1961), de Alejo Carpentier, La muerte de Artemio Cruz (1962), de Carlos Fuentes, La ciudad y los perros (1962) de Mario Vargas Llosa, Rayuela (1963), de Julio Cortázar, Oficio de Tinieblas (1962), de Rosario Castellanos, Paradiso (1966), de José Lezama Lima, y Cien años de Soledad (1967), de Gabriel García Márquez, entre otras novelas, abonan sentimientos y perspectivas no muy distintas a los escritos de los teólogos de la liberación. Y uno de esos vasos comunicantes, para el diálogo entre Literatura y Teología, pobreza y creación literaria, es la esperanza, como un bien irrenunciable de todo ser humano. Hoy, a principios del siglo XXI, ese encuentro, diálogo, intersección, que ha sido fecundo, desde José Martí, pasando por José María Arguedas, la encontramos -en su esencia- en el cubano Pedro Juan Gutiérrez, el argentino Washington Cucurto, o el boliviano Claudio Ferrufino.

Así nuestra Cartonera "Pies Ligeros" y su lectura desde la basura, desde los arrabales del mercado, desde (y con) esos que “carecen de los más elementales bienes materiales, en contraste con la acumulación de riquezas en manos de una minoría, frecuentemente a costa de la pobreza de muchos” (Puebla 1135, nota), busca insuflar esperanza, haciendo del cartón, material de desecho, un vehículo de difusión cultural, con el sello y huella de la narrativa, poesía y ensayo (filosófico, político, social, derechos humanos). De esta forma el movimiento literario, socio-cultural, sin afanes de lucro de las editoriales cartoneras suramericanas, siguiendo esa rica tradición de la literatura latinoamericana, se hacen Esperanza para aquellos, “los pobres [que] no sólo carecen de bienes materiales, sino también, en el plano de la dignidad humana, carecen de una plena participación social y política” (Ibid).

Por esa razón, el movimiento cartonero ancla sus fines y propósitos en la afirmación del ser humano, sujeto viviente y corporalmente necesitado. Práxis y literatura, se abrazan para buscar el reconocimiento de ese otro excluido y marginado. La liberación cultural debe comenzar por el reconocimiento mutuo entre personas, sujetos de derechos y obligaciones comunes, pero mientras se mantenga la brecha de la desigualdad injusta, no hay reconocimiento alguno; y la cara visible de esta disparidad social entre unos (privilegiados) y otros (carentes), para el ecuatoriano, David Sánchez Rubio, “la pobreza es expresión de la negación real del reconocimiento como seres corporales y naturales necesitados”. Los planteamientos centrales, insertos en la lectura desde la basura, arrancan, además, desde un horizonte nuevo, el problema ecológico que genera la basura. La lógica nefasta del sistema dominante de acumulación y organización social, no sólo es causante del empobrecimiento de la humanidad, sino también de la depredación de la naturaleza. Por tanto, hacia una lectura desde la basura, es una respuesta a esa lógica perversa, que genera un régimen de explotación y cruel exclusión. Literatura y práxis, trabajo y difusión, esperanza y cumbia, garantizan un proyecto de vida, un soplo de dignidad elemental: sobreviviencia.

Desde la literatura, bastión y salvaguarda de aquello que no se les puede negar a los pobres, la esperanza, queda encauzar desde los de abajo, diría Mariano Azuela, la dimensión social y política de la liberación. Ignacio Ellacuría, la llamaba “realidad histórica o práxis histórica liberadora”. Ahí, en la realidad que nos trasciende está nuestra lucha a favor de los más necesitados, porque, como afirma Sánchez Rubio, “es en los sucesos de la vida social y en los contextos históricos donde se dan los espacios de lucha a favor de la dignidad humana y, en cuanto que son espacios de lucha social, radica su importancia e interés”. El sujeto cartonero (y como él muchos), es el rostro demacrado y castigado por un sistema que limita la vida humana, al limitar la vida busca minar la esperanza; pues, “el actual sistema capitalista globalizado resulta que limita la capacidad de acción de grandes colectivos, no sólo para que puedan participar en los asuntos públicos, sino también impidiéndoles acceder en igualdad de condiciones equitativas a la distribución de los bienes materiales que forman parte del producto social” (Ib.), normalmente en manos de poliarquías y grupos minoritarios.

La literatura, comprometida con la existencia humana, --no la que responde a una ideología o sistema--, jamás surgirá desde la academia o desde una cómoda cátedra universitaria, ni mucho menos de escritores elitistas, voz y bandera del neoliberalismo, hoy esa literatura, amparada en centros académicos, no es más que elucubración mental fallida, intentos errados de aprehensión de lo cotidiano. En cambio, la literatura nacida al calor o sin sabor de la vida, agitada por una y mil contradicciones, es mordaz, porque nace de un espacio real, vedado y oculto para los academicistas, como es la cotidianidad. Un texto cartonero viaja cómodo en un trufi o táxi trufi, espera paciente en una estación o terminal de buses, puede ser releído... ¿Acaso, Noches Vacías, en pocas páginas, no exhala, sufrimiento, frustración, pero al mismo tiempo, esperanza, baile y una realidad atolondrada por la exclusión social?

Iván Castro Aruzamen

FRANCISCO AYALA

FRANCISO AYALA
La fuerza destructora de las pasiones

Para Francisco Ayala, la causa de la discordía humana, reside en la fuerza destructora de las pasiones humanas, que acaban abriendo bajo los pies, un abismo insalbable. Un tajo incurable, inborrable hasta para la memoria humana; sólo con la muerte quedan borradas las huellas que dejan las pasiones, porque para Ayala, con un siglo de vida sobre las espaldas, el futuro o el pasado, ya no tienen sentido alguno.

Mezquindad, envidia, brutalidad, cinismo, burla, soledad, vanidad, aburrimiento, presunción, son pasiones que las llevamos marcadas, escondidas, en el corazón humano. Las pasiones, el río que nos lleva -acaso diría, otro novelista español, José Luis Sampedro-, através de sus agitadas aguas hasta el borde de la locura, nacen, crecen y mueren con nosotros.

El siglo del autor del Jardín de las delicias, ha transcurrido regado de guerras por doquier, alimentadas por el fruto de la mezquindad. "Cada cual es hijo, tanto de sus obras, de su tiempo", escribió, en el prologo de La cabeza del cordero, en 1962. Como testigo fiel de su tiempo, escarbando cual un topo humano en la condición humana, busca, tras la culminación de la guerra civil española, dar respuesta a las causas de tal discordia. En 1949, después de una decenio del fin de la guerra civil, en las novelas cortas que integran el volumen de La cabeza del cordero, aparecen las pasiones humanas, como el motor que mueve a los seres humanos a crear el horror, sembrar la muerte. Los personajes de Ayala van a traspies por la vida, atormentados por sus miedos. Las marcas que dejaron alguna de las pasiones en algún momento de sus vidas, se hacen inaguantables. La conciencia busca remediar, curar la herida, el tajo, pero la fuerza destructora de las pasiones, es más fuerte.

Para un hombre como Ayala, que el terror de la barbarie humana, le alcanzó cuando bordeaba los treinta años, quedó profundamente marcada en su narrativa. Y por eso no encontró otro modo de burlarse, sino por medio de la ironía, ridiculizando a sus personajes, mostrando sus vanidosos anhelos, de grandeza o pequeñez. El hombre, la vida, para Francisco Ayala, están marcados por el pesimismo. Y no otra razón le ha dado el siglo que ha vivido. Francisco Ayala, que en sus 100 años, siente que la vida se le va despiendo lentamente, porque como ha dicho él mismo, "es como llegar frente a una pared", nos deja una basta obra, en la que la pasión es el personaje central.

iván castro aruzamen