miércoles, 22 de mayo de 2013

LAS MENTIRAS DE LA REVOLUCIÒN



LAS MENTIRAS DE LA REVOLUCIÓN

Bolivia desde su independencia ha vivido bajo Constituciones republicanas y democráticas, pero, todos los regímenes sean democráticos, republicanos, liberales o conservadores, de izquierda o derecha, en la práctica han sido dictaduras. Si bien desde 1825 hasta el 2005, los gobiernos han optado por distintas ideologías, sin embargo, esas máscaras no lograron ocultar la verdadera cara de nuestra historia política, y quizá la más nefasta y aberrante: el caudillo, el déspota, el esperpento henchido de poder. Y el actual régimen, que se define a sí mismo como socialista, al igual que todos los que anota la historia política, se debate entre el discurso de una auténtica democracia –es decir teórica, por tanto muy alejada de la praxis diaria- y el caudillismo; ambos en el proceso de hoy se han tornado inoperantes para solucionar las necesidades de la gente. No cabe duda que los problemas que se van suscitando desde el contexto real local hasta el nacional, es una muestra clara de cómo el sistema se va desgastando. A pesar de que todavía hay quienes se empecinan en ver peras donde sólo existen olmos y lo llaman proceso de cambio, aunque lo más palpable de este momento político es el fortalecimiento de un grupo de nuevos burgueses, amparados en la escasa conciencia política de las masas; pero, también han demostrado que son absolutamente incapaces de resolver conflictos por medios políticos, de modo que, no les queda otro camino –a pesar de que el gobierno se define populista, socialistas, la voz de los pobres, etc.– más que apelar a la fuerza del Estado: la policía y el ejército.
El actual partido de gobierno, en una primera etapa intento algunas reformas sociales, más nunca cayeron en la cuenta sus ideólogos, que la burocratización es el destino de toda revolución superficial; por tanto una vez burocratizadas las estructuras cupulares del partido, cualquier intento de reforma social siempre termina siendo insuficiente, porque las revoluciones siempre acaban volcándose sobre sí mismas. Por esa razón, nuestra epiléptica democracia adolece de una mínima vitalidad política; pues, en las verdaderas democracias, la auténtica fuerza y vitalidad de las mismas está en la diversidad ideológica y la pluralidad de opiniones y partidos. Aunque el panorama es mucho más desolador, sobre todo para las nuevas generaciones; por ejemplo, cuando pensamos en los poderes del Estado y según nuestra Nueva Constitución Plurinacional, estos están llamados a preservar la democracia, en el caso del poder legislativo, donde el actual gobierno cuenta con una amplia y abrumadora mayoría oficialista, no es un órgano de discusión y deliberación sino simplemente de aprobación mecánica de las ordenes presidencialistas; allí, la misión de los senadores y asambleístas plurinacionales del MAS se ha reducido a aplaudir y elogiar y besar el báculo del presidente más indígena que ha pisado la historia nacional y que su indigenismo es tan pluri que sólo habla una sola lengua: el castellano colonizador. Y la función del poder judicial es aún más triste, su servilismo al poder ejecutivo ha llegado a tal punto que no es más que un apéndice y en estado de putrefacción.
En medio de ese triste y desolador cuadro político, en Bolivia no tenemos una auténtica vida política, sencillamente, porque se ha eliminado el espacio libre desde donde se despliega la discusión de las ideas y las personas. El discurso de las tres grandes mentiras sobre las cuales rueda este gobierno (el indigenismo, la plurinacionalidad y la lucha contra la corrupción y el narcotráfico) ha penetrado, sobre todo, y con una fuerza irracional, en casi todos los sectores con niveles de educación incipiente y, por supuesto, donde no es posible una actitud crítica. Todo termina siendo irreal, ficticio, porque al igual que la buena literatura, se basa en la mentira. Un ejemplo notable son los medios de comunicación, casi un noventa por ciento, dicen lo que pueden, y ese decir lo que se puede, es lo que a los grandes intereses de las burocracias del partido y sindicales les conviene parta mantenerse en el poder cómodamente. Así el único poder verdadero y real en nuestro país está concentrado en el Estado, sustentado por las mentiras y los intereses de los grandes imperios del narcotráfico, el contrabando y otras lacras de la sociedad.
¿Por cuánto tiempo más, se sostendrá la mentira de una revolución que ha teñido de gris, de conformismo, de pasividad, la vida política nacional? Quizá hasta que el caudillo caiga en la cuenta que fue secuestrado por el poder y agonice en la soledad más miserable.

Iván Castro Aruzamen
Teólogo y filósofo