viernes, 2 de diciembre de 2011

VIDA TOLERABLE Y TIPNIS

VIDA TOLERABLE Y EL TIPNIS



Oponerse al gobierno hoy, a terminado siendo algo así como oponerse a que los marcianos invadan la tierra o los cocaleros y narcotraficantes dejen de producir la tan ansiada cocaína, negocio fácil y tan lucrativo igual que la industria de armas y/o trata y tráfico de personas. Posiblemente, ya muchos piensan que no vale la pena malgastar pólvora mojada en salvas gubernamentales. De todos modos, los pocos que aún se –nos– atreven a dispararle al gobierno, si bien es como salir a la caza de palomas y encontrarse nada más con buitres, caranchos y otras aves de rapiña, es por convicción crítica.

Por suerte todavía quedan personas en este país, que se oponen a los comunistas, socialistas, izquierdistas, pseudoindigenistas y otros chunchólogos, por las mismas razones que se enfrentan a los resabios encarnizados de neoliberales, capitalistas, proyanquis, gonistas, juanmiedistas… Así como madura el panorama político de este estado (proyecto) plurinacional para hoy o para mañana, oponerse a los gerifaltes masistas del gobierno puede parecer una manera elegante de perder el tiempo; pero, no. Aunque algunos piensen así, luego de la masacre de Yucumo, ha germinado una nueva conciencia política; los prometeos encadenados y masquineados de la marcha indígena, tras enfrentarse al gobierno igual que David frente a Goliat o los 300 indígenas frente a las huestes Evistas (Jerjes)… no necesitan fundar un partido o una asociación política, nada, ya tienen la suya, una visión política de país construida más allá de lo pluri; los prometeos del TIPNIS han sentado las bases de un Estado heterogéneo, mezclado, contaminado e híbrido, rebasando lo individual (liberal) y el colectivismo (socialismo).

Gracias a los nuevos prometeos encadenados, a la cabeza de Adolfo Chávez (Presidente de la CIDOB) y Pedro Nuny (Diputado de la bancada indígena), los comunistas e indianistas del gobierno han empezado a sentir la necesidad de educarse aunque se les ha nublado la razón (¿acaso alguna vez recurrieron a ella?).

¿De dónde les vino a los indígenas la fuerza para seguir adelante? A pesar de las acusaciones del Presi de que querían desestabilizar su floja gestión; lo que les animó fue el discurso del cuerpo, los pies ampollados y la familia a cuestas. Ricardo Piglia escribió en Respiración artificial: "Existen millones de hombres que nunca tienen acceso a la palabra, es decir, que no tienen la posibilidad de expresar públicamente sus ideas en un discurso que sea oído y transcrito taquigráficamente. Por otro lado están los que actúan, ellos están antes que las palabras, porque el discurso de su acción es hablada en el cuerpo". Eso hicieron los indígenas, mostrándoles a los actuales gobernantes cómo se deber ser coherente con el discurso y la acción. Es hora ya de que García Linera y Evo Morales empiecen a desodorarse el rabo con Baygón y cortarse las uñas con escofina.

Los indígenas con sus carpas, sus hijos, sus mujeres, la mochila y sus flechas, sí que habían sabido cruzar el país de este a oeste y de norte a sur para conocerlo en su interioridad. Por ahí escuché a un analista político de izquierdas (Hugo Moldis) que la ley corta nada más fue una coartada política para salir del paso. Qué bien, pero, no hay ley ni acción política que borre el discurso del cuerpo de los indígenas del TIPNIS. Mientras escribo estas notas, escucho la voz infinita de Lila Downs (Paloma negra, La llorona…) y recuerdo eso que escribió Henry Miller en Trópico de cáncer: “Todo se soporta -ignominia, humillación, pobreza, crimen, ennui- gracias al convencimiento de que de la noche a la mañana algo ocurrirá, un milagro, que vuelva la vida tolerable”. Y los indígenas, creo, en su marcha del cuerpo por los tórridos caminos del Norte de la Paz, sólo buscaron que la vida en este país sea más tolerable, nada más.



Iván Castro Aruzamen

Teólogo y filósofo

viernes, 11 de noviembre de 2011

JESUS URZAGASTI

JESUS URZAGASTI

Los tejedores de la noche (1996) de Jesús Urzagasti (Provincia del Gran Chaco, 1941) es una novela corta y/o un cuento largo en el que se postula de manera radical: la soledad del narrador/personaje. No es gratuito, entonces, que mientras éste redacta una carta sin destinatario concreto, nos diga: “mientras escribía toda la soledad de la tierra empezó a circular por mi sangre”.

Bien sabemos que la novela breve es un género privilegiado, porque goza de una extraordinaria flexibilidad narrativa, que favorece en gran medida, las licencias de lo fantástico; la narrativa latinoamericana cuenta con exponentes destacados del género: Juan Carlos Onetti, Para una tumba sin nombre, José Donoso, El lugar sin límites, Carlos Fuentes, Aura, Osvaldo Soriano, Cuarteles de invierno, Martín Adan, La casa de cartón, y más recientemente, el cumbiantero argentino, Washington Cucurto con toda su saga de novelas cortas como Noches vacías, Fer, Panambí, El curandero de amor. La novela de Urzagasti, se inscribe dentro de este género, por la economía textual, que no solamente se refiere a la brevedad sino, también, a la simultaneidad de los planos en los que se desenvuelve la trama de Los tejedores de la noche, bajo el epígrafe de la marcha paralela de ficción y realidad o viceversa. “En la casa real se dan cita los dolores del cuerpo y del alma y en su piso superior están los tejedores de la noche, cosa que no sucede en Buen Retiro, en donde uno sólo encuentra geranios crecidos y recibe en el rostro el viento nocturno, aunque en algún momento hubiera sucedido lo inevitable: que toquen el timbre”; este planteamiento de la novela, que puede ser en apariencia casual, en la medida en que el narrador/personaje, para poblar la soledad que le corroe, recurre a la ingeniería imaginativa como posibilidad de desahogo, inventando un espacio, que no por ser irreal dejar ser tan real como el mundo de los tejedores donde habita el narrador. Urzagasti es lector fiel de Cortázar y ha asimilado con gran talento las enseñanzas narrativas de Continuidad en los parques; pues, ficción y realidad corren paralelas en Los tejedores de la noche: “Y me fui. Dejé la puerta abierta y crucé el portón negro. Era medianoche cuando decidí caminar hacia la casa de los tejedores”.

El pasado y el futuro del narrador anónimo, de ese habitante simultáneo del primer piso de la casa de los tejedores y de Buen Retiro, se actualiza constantemente a través de la galería de personajes –sobre todo mujeres– que pasan de un plano a otro sin ningún sobresalto, a pesar de que el autor nos advierte que “la realidad acarrea muchos daños, (…) pero la irrealidad sino es mutuamente concertada puede provocar un escándalo existencial de cuyos resultados más vale no preguntar”. Así, la economía del texto es sinecdótica: cada dato alude a una historia más amplia, latente en la memoria del narrador; pero, también, esta economía de la narrativa de los tejedores de la noche, alude al detalle, la argumentación, las explicaciones, análisis de hechos, de modo que el lector es quien debe ir aportando resoluciones, porque todas las palabras están cargadas de implicaciones y alusiones (El canto de los gorriones –película de Sanjinés–, la revolución nicaragüense, la revolución del 52, la guerrilla de Teoponte, líderes políticos y de manera muy perspicaz, el poder: “El palacio de Gobierno es uno de los lugares más peligrosos de la tierra: allí nadie pregunta si la traición y la lealtad definen la calidad de las personas”).

Urzagasti, en Los Tejedores de la noche, explotando al máximo el género de la novela por construirse, renuncia adrede a la articulación del texto como obvia, pues, asume una idea difícil, pero no imposible: la alternancia de los planos, el ficticio y el real, sometiendo la palabra a un peregrinaje brioso desde el texto y la capacidad analítica del lector, en ese sentido el libro, se sostiene sobre una estructura fragmentaria de los recuerdos del narrador, por eso mismo lo real y lo ficticio no se confunden ni se funden, más bien cabe hablar de una interacción peculiar.

Desde esta novela, el autor, ha logrado hurgar en esa interacción de los planos, el abismo de la soledad humana: “Entonces me fui a parar a la casa de los tejedores de la noche: un cuarto, una cocina, un baño y la soledad como fiel amante”. A diferencia de Borges, en Funes el memorioso, que termina derrotado por la desbordante memoria y esta a su vez lo arroja a la incomunicación y la muerte; la soledad en Urzagasti, encuentra en la imaginación el modo de eludir la incomunicación y, finalmente, la muerte, porque entiende que “el acceso al conocimiento profundamente solidario en algún momento pasa por la soledad total” y radical del ser humano.

La soledad en Los tejedores de la noche constituye, además, un trance hacia una visión que sostiene la incontaminación subjetiva de las cosas; la humanidad no sólo ha infestado y distorsionado la realidad a través de pautas volorales y antropoformizantes de los contextos; por esa razón, el narrador nos propone: “contar con una casa inventada, libre de basura y al margen de los sentimientos aviesos…”. Por tanto, la soledad ya no constituye un espacio de dolor, porque en la casa inventada (Buen Retiro) la luz, la oscuridad, la mirada, el amor, el sexo, no son sino otra realidad, al margen de la contaminación humana. Así, de manera gráfica, cuando los perros en la casa de los tejedores, dan fin a las plantas en el patio, el narrador logra salvarlas de la destrucción absoluta: “Podría haber trasladado –dice– las plantas adquiridas, en cambio decidí llevarlas a la casa inventada: en la azotea reciben sol y el tierno aroma de la noche”.

La novela de Urzagasti, presenta, tras su lectura y ante la soledad humana y la tristeza, quizá esencialmente existencial, un relato del poder de lo ficcional, capaz de reconstruir el precario estado de las cosas (realidad), iluminada por la magia de la imaginación; porque todos somos “de un modo u otro la escritura que exige una lectura final”, de una libertad figurativa, precisa y fantástica a la vez, que constituyen en la novela de Urzagasti, el entramado entre la vida y la ficción.

Iván Castro Aruzamen

Teólogo y filósofo

sábado, 15 de octubre de 2011

INANICIÓN Y ELEFANTIASIS

INANICIÓN Y ELEFANTIASIS

Posiblemente, ni siquiera se les pasa a los señores del gobierno, de tan embriagados que andan con el poder, que todo tiene su tiempo de expiración. Y es lo que va a pasar con este gobierno y los que vendrán. Tal como ha sido concebido –otras propuestas políticas corrieron la misma suerte –, sustentado en la cólera, la diatriba y la venganza de algunas cabezas irresolutas, espasmódicas, que han vertido su veneno sobre unas masas incautas, el futuro es incierto. Un proyecto así está condenado a morir de inanición administrativa o puede morir de elefantiasis ideológica. El masismo de Evo–García Linera perecerá por inanición y por elefantiasis.

Bueno, quizá dirán cuando les haya llegado la gran hora, que de todas maneras era una grandiosa forma de morir. Este gobierno se ha caracterizado, más allá de la improvisación, por su raquitismo pragmático en materia económica y por una inusitada timidez frente a la enorme posibilidad, entre demagogia y legitimidad, de transformar las obsoletas estructuras de un país como el nuestro sumido en el atraso, la corrupción y el narcotráfico. La pluralidad e interculturalidad de este gobierno se ha quedado simplemente en la homogeneidad de un partido único y colonizador.

O sea, lo que ha sucedido hasta ahora es que un gobierno que gozaba de un apoyo importante, debido a las marranadas de los neoliberales de turno, frente al atolladero de la escabrosa realidad de la miseria, la pobreza y la incapacidad de un Estado burocrático, no hace sino, hoy por hoy, inflar el perro para que las expectativas de sus huestes indoloras no merme. Nada más hemos pasado de una democracia orgánica (partidos tradicionales) hacia una democracia centrista del partido elefante. Una cosa así, sólo tiene dos posibilidades para perecer: por extinción o por extensión. Acaso, los más grandes imperios no se extinguieron por exceso de tamaño. Por eso no será ninguna novedad, que el mamut masista acabe calcinado en la lava histórica del país, tan anegada de tanta cochambre política y políticos.

El señor Evo Morales y sus seguidores no se han cansado de repetir que el modelo y proyecto de Estado que propugnan, tiene la intención de superar el modelo democrático neoliberal. Yo creo que bastaría con que lo igualasen. ¿Por qué habría que superarlo? Claro, como existe la sospecha de que ni siquiera se llegará, por el camino que van, a igualarlo, optan por discursear que será superada la democracia liberal. Y cómo no se sienten seguros de alcanzar la talla de la democracia de otros países, prefieren decir que van a superarlos. Se infla el perro, cuando anuncian que ingresaremos pronto al círculo de la industrialización, cuando lo que nos circunda grotescamente es la pobreza, el hambre, y sobre todo la ausencia de Estado.

Así como los grandes animales del cuaternario, hoy, yacen en los museos, el dipodoclus masista, con cara de Evo Morales y cráneo de García Linera, podrá ser mostrado en unos años más, a los niños y jóvenes del futuro, como un ejemplar de la prehistoria democrática boliviana; además, se dirá, que apareció en la década de los 90 y se extinguió a mediados de la década del 2020, debido a su estructura centrista, intolerante y una elefantiasis crónica.

Iván Castro Aruzamen

Teólogo y filósofo

miércoles, 12 de octubre de 2011

GRACILIANO RAMOS

GRACILIANO RAMOS

Para Alejandra Canedo

Vidas secas de Graciliano Ramos, pertenece a lo más granado de la novelística del regionalismo nordestino dentro de la literatura brasileña de la primera mitad del siglo XX. Si Graciliano Ramos explotó al máximo la novela de la tierra, no menos hizo sobre aquellos que no tenían tierra, por esa razón, Vida secas, es una novela de la tierra pero de los sin tierra. La gran novelística brasileña –donde se inscribe Vidas secas– alcanzó madurez por la simplicidad de su prosa. En esa línea, Graciliano Ramos, desde sus trabajos iniciales, inaugura un estilo abierto y libre, en la cual todavía hoy se mantienen algunas corrientes contemporáneas latinoamericanas.

Cuando Graciliano Ramos escribe Vidas secas, el regionalismo literario se encuentra perfectamente perfilado ante la conciencia literaria de la época. No cabe duda en ese sentido, de que su autor la concibió como novela regionalista de la tierra. De acuerdo con tal propósito, Graciliano Ramos, en Vidas secas, se ajusta a las condiciones formales que definen y caracterizan a dicha narrativa. No es gratuito, que, Fabiano sea la biografía de un héroe que se enfrenta a las condiciones adversas de la sequía, la amenaza constante de la muerte, la soledad del bosque, la parquedad de su lenguaje, que le sume en condiciones de inferioridad frente al otro. Así, también, la inestabilidad de la fertilidad de la tierra, acaba por arrojar a los habitantes del sertón a la cúspide de la incertidumbre; por esa razón, salen de un lugar a otro en busca de una nueva oportunidad para la vida, que no deja de ser seca.

En Vida secas la sucesión temporal de episodios, se encuentra ligada a la estructura de manera indisoluble; y como género literario se propone expresar tan sólo el sentido de la vida humana, la vida en el sertón. Vidas secas, no consiste en otra cosa sino en una serie de vidas secas (Fabiano, doña Vitoria, los hijos y la perra Baléia), a través de las cuales se nos revela, las carencias, frustraciones, aspiraciones, y, sobre todo, aquello que la pobreza o la miseria absoluta no logran borrar: la esperanza.

La figura de Fabiano es un retrato proverbial del hombre que vive en la selva y que Graciliano Ramos, por medio de su técnica biográfica perceptiva revela una realidad profunda, la del protagonismo de la vida individual y colectiva, lo que hace de Vidas secas una verdadera novela del género de la tierra. El interés del lector, se desplaza desde el conformismo de Fabiano, para quien el destino “era como si en su vida hubiera aparecido un agujero”, hacia la conciencia del valor de la vida humana, singularísima, en cada uno de los personajes. Para el lector no pasan inadvertidos los castigos y escarnios por los que pasa Fabiano y su familia –el policía amarillo que lo conduce a la cárcel sin motivo alguno, el hacendado que siempre termina engañándolo por el valor de su trabajo (fruto del endeble dominio del lenguaje que tiene Fabiano) y la naturaleza que adquiere una enorme influencia en la conciencia de los personajes–. De manera que, por virtud del escritor, asistimos azorados al decurrir del fatídico destino que envuelve a los seres humanos cargando una vida seca. Gracias a los artificios estéticos, la intuición se apodera poderosamente del sentido de la vida humana, de toda vida humana. La técnica del relato biográfico del personaje, se desenvuelve dentro de las condiciones sociohistóricas acarreadas por la modernidad tardía que se da en Latinoamérica en la primera mitad del siglo XX.

Graciliano Ramos retrata en Vidas secas el mundo de los personajes como un espectáculo, que el lector enfrenta ensimismado y corroído por preguntas sin respuesta. La muerte de Baléia, por ejemplo, no sólo despierta sentimientos de piedad y conmiseración, sino la persuasión de que lo inevitable de los seres es la muerte. Si por un lado aparece la antropoformización del mundo animal, por otro, también se da una animalización de los seres humanos, que termina funcionando como una vitrina en las que se exhibe las vidas secas de los personajes y se nos presenta como un desafío para la conciencia individual con la que tenemos la posibilidad de entrar en contacto con la experiencia de los habitantes del sertón. Así, las cosas que hacen o que les pasa –los golpes del soldado amarillo, la falta de ropa, los coscorrones a los niños, la inaccesibilidad al lenguaje– lejos de ser una simple descripción anecdótica funciona como catalizador de la revelación íntima de los personajes; en esta develación de la psicología de los personajes, Graciliano Ramos, inserta por medio del lenguaje menguado de Fabiano, un efecto estético asombroso: la carencia del lenguaje deviene también en una vida estéril.

En la mudanza de la familia –al principio de la novela–, “minúsculos, perdidos en el desierto quemado, los fugitivos se abrazaron, sumaron sus desgracias y pavores. El corazón de Fabiano latió junto al corazón de doña Vitoria, un abrazo cansado acercó los trapos que los cubría”; pues, el objeto hacia el que se dirige la atención de Graciliano Ramos, no es la sociedad o determinado sector de ella, sino el mundo de los fugitivos, de la mudanza, de aquellos no tienen tierra, sino sólo unos harapos que los cubre de las inclemencias del agreste medio donde se desenvuelven, su cotidianidad. Vidas secas, devela el caos y refleja las condiciones de sobrevivencia y la desvalorización que sufre la existencia humana en medio de una realidad abrupta, y peor aún, cuando no hay posibilidad de acceso al lenguaje como manifestación de poder. Por tanto, la creación novelística de Ramos, escruta la experiencia del humano vivir para extraer de ella una ilustración corroborativa, que más allá del desánimo y la frustración, apela a la esperanza, como una posibilidad de salida ante el sentido grotesco de un mundo sin lenguaje y extremadamente voraz. “Y caminaban hacia el sur, inmersos en aquel sueño. Una ciudad grande, llena de personas fuertes. Los niños en escuelas, aprendiendo cosas difíciles y necesarias. Ellos dos viejitos, acabándose como perros, inútiles, acabándose como Baléia”. Sin posibilidad de acceso al lenguaje y mejores posibilidades de vida, una vida llena de exuberancia, será siempre un sueño o como dice Francisco Ayala, “Muertes (vida) de perro”.

Iván Castro Aruzamen

Teólogo y filósofo

miércoles, 5 de octubre de 2011

¿COLONIZADORES O INDIGENISTAS?

¿COLONIZADORES O INDIGENISTAS?

Tras la brutal arremetida de la policía –por orden del Poder Ejecutivo– en contra de los derechos de cientos de indígenas –lo mismo que los colonizadores españoles del siglo XVIII asentados en Santa Cruz, que cazaban a los guaraníes como si fueran ratas para luego reducirlos a la servidumbre de hacienda– es necesario hacer un repaso de todas las estructuras del país: burguesía, clase política, obreros, estudiantes, movimientos sociales, indígenas, colonizadores (cocaleros y quienes hoy se denominan interculturales), maestros, ancianos, etc. Y es que de entrada tenemos una burguesía (tanto de derecha como izquierda) inoperante y acomodaticia, una izquierda subversiva que no termina de organizarse y sólo pasa por oportunista, unos movimientos sociales péndulo, que se mueven según intereses coyunturales, algunos opositores absurdos, y, en general, un pueblo que empieza a ganar madurez y criticidad, frente a una clase política que necesariamente debe ser desasnada.

Muchos políticos del actual sistema (Fidel Surco, Saúl Ávalos, Eugenio Rojas, David Sánchez –uno de los más desubicados–, Marianela Paco, Rebeca Delgado, César Navarro, Roger Pinto, Tomás Monasterios, Wilmer Cardozo y muchos otros) han hecho de la política nacional una cloaca; nuestra política nacional ha alcanzado niveles grotescos y es que sencillamente, los políticos se pasan la vida mareando a las masas, nada más “hablando de política” pero sin “hacer política”. Sobre todo, en un momento en que los bolivianos necesitamos saber la verdad de muchos hechos; aunque lo más urgente es conocer los entretelones de esa masacre salvaje, cobarde y cruel sobre la humanidad de los indígenas del TIPNIS. Contrariamente, el gobierno no hace sino salir con intervenciones demagógicas, mentiras efectistas, que sin duda ya no tienen la habilidad de hace un par de años atrás. Esta manera de manejar la política no estaría mal en cualquier político joven, pero, es imperdonable en quienes hacen alarde de este oficio. Un señor Vice –que viene de las fauces del terrorismo y un marxismo mal digerido– y un Presi –producto del sindicalismo, discípulo de Filemón Escobar, pateado, golpeado por la DEA por defender su cato de coca– llevar la política al rango de circo y la banalización, no; lo cierto es que el cuadro político nacional está cuando menos un asco, un excremento que no sirve para abonar la política del país.

Por lo visto hasta ahora, en materia revolucionaria, los revolucionarios –aunque me gusta más llamar la revolución blanca (cocaína) –de izquierdas (antiimperialistas, anticolonialistas, anticapitalistas y antiindigenistas) están condenados al fracaso, al punto que no quedarán ni para la estatua, porque al final, el señor Presidente y su revolución blanca terminará en su monó–culo y una corona de hojas de coca. Y por su lado el señor Vicepresidente, descubrirá muy pronto que el marxismo, el leninismo o el estatismo y el desarrollismo no son inmortales y mucho menos algún socialismo avanzado. Porque a estas alturas de la historia, nuestro demacrado Vice, no es más que un doncel de izquierdas, que duda entre las armas y las canas de su clase pequeño–burguesa, pues, definitivamente, por mucha letra que tenga no se ganará nunca al mundo indígena. Al lado de Morales no pasará de ser un colonizador más.

Ahora que el gobierno ha echado por tierra el discurso indigenista, violando los derechos humanos de los indígenas, el proceso de cambio desde la óptica del MAS, es intelectualmente indefendible. A pesar de que muchos políticos masistas se esfuerzan por intelectualizar los problemas del país. Una verdadera política participativa e incluyente, intercultural y plurinacional, debe ser corroborada por hechos pragmáticos, realísimos y legitimada por las evidencias. Todas las sociedades cuentan con situaciones democráticas límites, como la libertad de expresión, libertad de circulación, derecho a la exigencia de sus derechos, al voto y, sobre todo, a la vida. Y al parecer, los rasguños producidos a la ñusta menor del gobierno, el canciller Choquehuanca, con las endebles flechitas de los tipnianos –armas de guerra para el nefasto Llorenti– desencadenó la furia del gobierno contra los indígenas. Los masistas blancoides, cholos, mestizos, y/o rasgos indígenas o lo que fueren, no han dejado de ser colonizadores y mercantilistas.

Iván Castro Aruzamen

Teólogo y filósofo

viernes, 30 de septiembre de 2011

ROBERTO ARLT

ROBERTO ARLT

Roberto Arlt en 1928 declaró que se sentía vivir en un mundo del que había desaparecido la piedad y donde la pena del escritor se traducía en violencia equivalente a la de tirar bombas o instalar prostíbulos. Por esas y muchas razones, la narrativa de Arlt, es una literatura en todo el sentido de la palabra porteña e universal. El vanguardismo arltiano del autor del Juguete rabioso, Los siete locos, Los lanzallamas, constituye la voz dolorosa y perpleja de la expresión migrante en la Argentina, pero, al mismo tiempo, es la expresión transgresora de lo académico en la narrativa argentina hasta ese momento catalizada en Don Segundo Sombra de Güiraldes. En el momento de su aparición (1926) ambas visiones generaron senderos que se bifurcan: Güiraldes en su novelística es la exposición más acabada del nacionalismo y academicismo, por su lado, Arlt, es el estilo progresista, desordenado, que sale de esa postura güiraldiana y en cierto modo transgresora de los cánones establecidos.

Arlt, crea personajes exasperados que traducen sus propios odios y protestas, frente a una sociedad, como la bonaerense, que gradualmente se va despojando de valores humanos como la piedad o la solidaridad. No es gratuito en ese sentido que el narrador-personaje de El jorabadito diga: “Es terrible… sin contar que todos los contrahechos son seres perversos, endemoniados, protervos…, de manera que al estrangularlo a Rigoletto me vea con derecho a afirmar que le hice un inmenso favor a la sociedad, pues he librado a todos los corazones sensibles como el mío de un espectáculo pavoroso y repugnante”. Mucho menos es al azar, la frase con que refiere a Rigoletto como el “repugnante corcovado que jamás habría sido amado, que jamás conoció la piedad angélica ni la belleza terrestre”; Arlt, hace de sus personajes la consecuencia fatídica de una sociedad cada vez más sombría y que se desmorona en la desvinculación social camino inevitable hacia un individualismo aberrante.

Ya desde su primera obra, El juguete rabioso, y en sus trabajos mayores Los siete locos y Los lanzallamas, Roberto Arlt, contrariamente a la prosa académica que se esfuerza por construir un nacionalismo definido, va entreverando la anécdota, el chiste, la ironía y, por momentos, el costumbrismo. Así Rigoletto, no es sino la concentración más acabada de la ironía arltiana: “-¿Y dónde está la banda de música con que debían festejar mi hermosa presencia? Y los esclavos que tienen que ungirme de aceite, ¿dónde se han metido? (…) ¿Cómo no han tenido la precaución de perfumar la casa con esencia de nardo, sabiendo que iba a venir?”. Esta manera de escribir y de ironizar la sociedad desvinculada, no sólo abría nuevas posibilidades a la narrativa de la primera mitad del siglo XX en el río de la Plata, sino que además, contraponía al academicismo la transgresión como una posibilidad de expresión literaria capaz de develar los sórdidos escondrijos de una sociedad corroída y envilecida por el individualismo materialista, que además se esforzaba por esconder la escoria social fraguada en su seno. Cuando Arlt, en su peregrinaje, al igual que el personaje de El juguete rabioso, no sabe lo que iba a ser, lee el primer capítulo al maestro Güiraldes, pide que la esposa de éste último no esté presente, porque algunos pasajes y expresiones podrían herir la sensibilidad femenina de la dama, sabía que su voz literaria era la voz de la calle y la cotidianidad, hasta ese momento tan ajena para el naturalismo o el realismo descriptivo. Y es por esa razón, que la literatura de Arlt, encontrará un enorme eco en el público y no quedarse sencillamente en un pequeño círculo de iniciados. Pero, también, sin caer en el nacionalismo de Güiraldes, Arlt hace de su narrativa un gran diario nacional íntimo sobre el Buenos Aires, que fruto de una constante ola migratoria es cada vez más ajeno para sus habitantes. En los personajes de Arlt, una galería de retratos, en los que aparecen el rufián, el irónico, el desalmado, como Endorsain, Rufián o Ergueta en Los Siete locos, o Silvio Drodman Astier, un juguete rabioso que se descompone y se arma por la fuerza de los fracasos, o la señora X del El jorobadito –construida en la atmósfera kafkiana– son la expresión más honda y extensa de una sociedad escindida por la impiedad.

En cuentos como Un error judicial, El jorobadito, Pequeños propietarios, subyace de manera poderosa, la visión de un Arlt, que mira su país con ojos descalabrados, en la que lo salvaje, la crudeza, lo exasperante son el fruto del aturdimiento. “Los dos propietarios se odiaban con rencor tramposo”. “Tal sentimiento había madurado al calor de oscuras ignominias, y la teñía de colores distintos de desemejanza de desgracia que deseaban”. Si Roberto Arlt, como sostiene Anderson Imbert, escribía mal y componía mal, el incansable hábito del creador llegó echar por tierra todas esas falencias de recursos presente en sus trabajos. Para Arlt, una sociedad que pierde el vínculo, sea esta por la falta de piedad, la conmiseración, la solidaridad, la libertad, está condenada al fracaso y el resquebrajamiento social.

Iván Castro Aruzamen

Teólogo y filósofo

viernes, 23 de septiembre de 2011

HORACIO QUIROGA

HORACIO QUIROGA

Horacio Quiroga, tras su paso inicial por el decadentismo francés y las neurosis y estridencias del modernismo, heredó el espíritu trepidante del estilo policial de Edgar Alan Poe y de autores como D.H. Lawrence, Maupassant, H. G. Wells o Heminwey. Quiroga extremó en su prosa la exaltación de lo fantástico. Los cuentos de terror, de este maestro uruguayo, aparecen embalsamados por la tragedia y la muerte –experiencia, además, que lo acompañó al autor de Cuentos de la selva, desde su infancia hasta su suicidio en el Hospital de Clínicas de Buenos Aires–.

La prosa fantástica de Horacio Quiroga, exhala a cada instante lo misterioso e irracional, y que fue dentro de su postura estética, una respuesta al positivismo materialista y científico tan en boga a principios del siglo XX. Si bien el modernismo buscó una evasión ante esta realidad cientista, por medio del exotismo, Quiroga, intentó seguir el exotismo modernista pero de forma inversa. El exotismo de Quiroga es interior. Inicia un descenso hacia la interioridad humana, para contarnos cómo se esconden y se camuflan los estados psicológicos hasta llegar a niveles patológicos. Esta indagación de la interioridad subjetiva, no es sino la notable influencia de Poe y Dostoievski. Pero, además, la obra de este uruguayo desterrado voluntario en las entrañas de la selva en Misiones, constituye una muestra clara de cómo la experiencia vital es transformada en una postura estética. Para Quiroga el quietismo y la mirada inactiva del escritor frente a la realidad no tiene sentido, por eso, advierte que, antes que el arte está la vida. En ese sentido asume la postura del escritor en el papel de héroe de la acción, como Heminwey o Henry Miller. Toda la vida de Horacio Quiroga no es sino una respuesta estética. No es gratuito en esa dirección el primer postulado de su decálogo del perfecto cuentista: “Cree en el maestro –Poe, Maupassant, Kipling, Chejov– como en Dios mismo”.

Quiroga es un escritor que se apropia del entorno y lo hace expresándolo en toda su intensidad y dramatismo: “El Paraná corre allí en el fondo de un inmenso hoyo, cuyas paredes, altas de cien metros, encajonan fúnebremente el río […] El paisaje es agresivo y reina en él un silencio de muerte” (A la deriva). “La noche había caído ya, y el monótono zumbido de mosquitos llena­ba el aire solitario. […] La luna ocre en su menguante había surgido por fin tras el estero. Las pajas altas y rígidas brillaban hasta el confín en fúnebre mar amarillento. La fiebre perniciosa subía ahora a escape”. (Los inmigrantes)

Sin duda que la objetividad y el realismo, son dos elementos centrales de la cuentística quiroguiana. Pero, también, lo que hacen al estilo y talante propio de un narrador que supo llevar con cautela sobre su pluma la transición del modernismo hacia el regionalismo. Esta objetividad y realismo tan propios en el estilo de Quiroga son parte inescindible de sus personajes y la naturaleza. Así en La gallina degollada dice: “El patio era de tierra, cerrado al Oeste por un cerco de ladrillos. El banco quedaba paralelo a él, a cinco metros y allí se mantenían inmóviles, fijos los ojos en los ladrillos”. Esta objetividad y realismo presente en la mayoría de sus cuentos, se manifiesta una veces desde el interior de los personajes, como en La insolación: “Fue en ese momento cuando Old, que iba adelante, vio tras el alambrado de la chacra a míster Jones, vestido de blanco, que caminaba hacia ellos. El cachorro, con súbito recuerdo volvió la cabeza a su patrón y confrontó. -¡La Muerte, la Muerte!- aulló”; o en El Hombre muerto: “Por entre los bananos, allá arriba, el hombre ve desde el duro suelo el techo rojo de su casa. A la izquierda entrevé el monte y la capuera de canelas. No alcanza a ver más, pero sabe muy bien que a sus espaldas está el camino al puerto nuevo; y que en la dirección de su cabeza, allá abajo, yace en el fondo del valle el Paraná dormido como un lago. Todo, todo exactamente como siempre; el sol de fuego, el aire vibrante y solitario, los bananos inmóviles, el alambrado de postes muy gruesos y altos que pronto tendrá que cambiar...”. En La gallina degollada, es el narrador quien evoca un realismo impecable: “Corrió ya desesperado hacia el fondo. Pero al pasar frente a la cocina vio en el piso un mar de sangre. Empujó violentamente la puerta, entornada, y lanzó un grito de horror”. Este estilo alcanzado por Quiroga, en sus cuentos de efecto como gustaba de llamar a sus creaciones, rehuyó siempre los circunloquios y las formas oscuras que tienden a demorar la acción; su estilo se nutría del lenguaje directo, sin remilgos de ninguna índole: “Berta alcanzó a ver el piso inundado de sangre. Sólo pudo echar sus brazos sobre la cabeza y hundirse a lo largo de él con un ronco suspiro”.

La cuentística de Horacio Quiroga es la expresión incuestionable del americanismo, que luego alcanzará expresiones importantes en novelas como Doña Bárbara de Rómulo Gallegos, La vorágine de José Eustasio Rivera y en Don Segundo Sombra de Ricardo Güiraldes. Es asimismo, en este regionalismo presente en Quiroga cómo hunde sus raíces el americanismo. Quiroga fue un extraño, voluntariamente distante a los venenos de la gran urbe; por su lenguaje preciso, directo, objetivo y fantástico, se abrió la selva a la narrativa latinoamericana. En pocos trazos hacia que lo inconmensurable de la selva saltará a la vista del lector: “Veía la monótona llanura del Chaco, con sus alternativas de campo y monte, monte y campo, sin más color que el crema del pasto y el negro del monte”. Enfermo de tragedia y de muerte y de desgracia humana, sintió la necesidad de hablar de ellas con la más refinada objetividad y sencillez. En sus Cuentos de amor, de locura y de muerte o los Cuentos de la selva –leía yo a mi hijo cada noche antes de dormir en versiones aumentadas y corregidas– hay un hombre, la voz de un hombre, la vida de un hombre, que sufre los embates de lo trágico y contingente del acontecer humano, muchas veces teñido por la desgracia, pero que, alza su voz henchida de pasión, de ansias de anhelo y, sobre todo, un sediento de verdad que sabe que nuestro destino ante la tragedia no es callar sino exaltar la abundancia de la vida, porque la esperanza no es del ser humano, como dice Cortázar, sino de la vida.

Iván Castro Aruzamen

Teólogo y filósofo