martes, 25 de diciembre de 2012

GIACOMO LEOPARDI: dolor y sufrimiento


GIACOMO LEOPARDI: DOLOR Y ABURRIMIENTO
La primera noticia que tuve de Giacomo Leopardi fue la biografía sobre el poeta, escrita por Antonio Colinas, Hacia el infinito naufragio, de 1988. Allí me conmovió el dolor, la infelicidad de un espíritu delicado, frágil, tierno, sensible, noble y apasionado, puesto en un cuerpo joven y feo, como el que tuvo el poeta de Recanati. Y cómo el padre del poeta, el conde Monaldo Leopardi, condenó la existencia del pequeño Giacomo el infinito naufragio en la soledad, el dolor y el aburrimiento. Pero, Giacomo verá en la literatura, los libros, las lenguas, el único modo de evadir la condena de una vida estéril: “Así que en esta/ inmensidad se ahoga mi pensamiento/ y naufragar me es dulce en este mar” (Cosi tra questa/ Inmensità s’ annega il penseir mio:/ El il naufragar m’é dolce in questo mare).
En el Nombre de la rosa, Umberto Eco, habla de un libro escrito por un tal abate Vallet, en el que cuenta la terrible historia de Adso de Melk y cómo para seguir las huellas de ese escrito tropieza en Buenos Aires en una librería perdida, con un librito de un tal Milo Temesvar, que contenía citas del manuscrito  de Adso de Melk. En un país como el nuestro, también muchos textos de un valor incalculable, uno los puede encontrar en alguna librería desconocida o en las casetas donde se apilan montones de libros usados y piratas; cómo no va a ser el analfabetismo y la casi nula cultura de la lectura, una pandemia nacional, cuando un libro de paquete tiene el costo de la mitad de un sueldo básico, por tanto, inalcanzable para una gran mayoría; y es que además, sea este hoy un Estado Pluri o liberal hace unas décadas, nadie lee: no leen los mandarines ni los caudillos, ni los ministros, peor, los asambleístas, ni los catedráticos ni maestros, ni padres de familia, y, mucho menos los estudiantes, así, nadie lee en este país.
Pero, bueno, el Leopardi de Antonio Colinas, me abrió el apetito por sus Zibaldone, Pensamientos, Operetas y los Cantos de uno de los mayores poetas románticos del siglo XVIII en Europa, como llegó a decir Frederick Nietzsche. Empresa muy difícil hacerse con alguna de las obras del jorobado de Recanati, casi imposible en una ciudad como Cochabamba, donde las librerías se las puede contar con los dedos de la mano y todas, sin excepción, dignas hijas del buen ladrón. Aunque, como Eco, uno puede tropezar cuando menos lo espera con una joya literaria; desde hace un tiempo atrás, un peruano de dientes desordenados y que a través del celular envía sus mensajes, “el sábado estaré en Jordán. El revistero”; entre revistas de cocina, modas y textos pedagógicos, se entremezclan textos literarios fundamentales. Con gran alegría y sorpresa, uno de esos días, di con los Cantos de Leopardi, en una edición española bien cuidada de 1999; por fin, tenía entre mis manos al Leopardi del siglo XVIII.
En sus Cantos el poeta trasluce todo su dolor, su infelicidad, pero, a pesar del cuerpo frágil y enfermo que llevó por esta vida, no fue un resentido, más al contrario, toda su poesía es una invitación a construir y moldear la misma desventura humana: “(…) después que el sueño y los engaños/ de mi niñez murieron. Los alegres/ días de juventud rápidos pasan./ Quedan los males, la vejez, la sombra/ de la gélida muerte”. Para Leopardi, los días se tornan dolorosos, la juventud y la más delicada existencia se desgarra ante el desafío de vivir, “largo dolor mi mente iba minando”, dirá; incluso sumido el poeta en el dolor más desgarrador, no sólo el físico, va en busca del infinito e igual que Job, no llega a maldecir su vida, aunque el dolor de la misma sea insoportable: “Yo, mientras, me pregunto cuánto/ he de vivir aún, me arrojo al suelo/ y grito y me estremezco ¡Oh días horribles!/ en la florida edad”. “En mi temprana edad, cuando se espera/ ansiosamente el día festivo, o luego,/ cuando ha pasado, yo, doliente, en vela/ estrujaba la almohada”.
Todos los cantos de Leopardi están llenos de lamentos y melancolía, como si los hombres, el mundo, la vida humana, fueran unas cosas tristes e infelices: “(…) pues penosa/ era mi vida, y lo es, que no ha cambiado,/ ¡oh amada luna! Pero me complace/ el recuerdo, y el repasar las fechas/ de mi dolor”; por eso, para el poeta existen en este mundo dos hechos que son para los hombres dignos de consideración y ante los cuales se debe tomar una determinación: el amor y la muerte. “Mi destino ignoraba, y cuántas veces/ esta desnuda y dolorosa vida/ por la muerte gustoso habría cambiado”; asimismo, sostiene que todo el mundo es vanidad y que la vida merece no otra cosa que el desprecio y que éste es mejor que el hastío: “Y cuando al fin esta invocada muerte/ llegue a mi lado, y a mi desventura/ ponga término ya; cuando la tierra/ me sea extraño valle, y de mis ojos/ huya el futuro, acudirá a mi mente/ vuestro recuerdo”.
Los años que pasó Leopardi, oculto, abandonado, sin amor y sin vida en la casa paterna, le llevó a concebir los goces y bienes como algo simple; todo esto le lleva a una de las sentencias más notables, ni siquiera el nihilismo más radical logró alcanzar tan nítidamente: “(…) Aburrimiento/ es tan sólo la vida y fango el mundo”. A pesar de toda esta visión y concepción que recorre toda la poética de Leopardi, encontrará en la literatura y la poesía propiamente, el camino para su redención última, sin maldecir el día de su nacimiento y morir contento, porque, dirá: “Yo el agradable estudio/ dejando a veces, y las arduas páginas/ donde mi edad primera/ y lo mejor de mi agoté en parte”. Si la vida de Leopardi se consumió en la soledad más radical, fruto de su aburrimiento por la vida y ver el mundo como un fango en el que se hunden todas las esperanzas humanas, criticará vehementemente toda existencia fútil y estéril: “(…) Si vacíos/ mis años son, y si sombría, estéril,/ es mi estado mortal, poco me quita/ la fortuna”. Así, Giacomo Leopardi, rompiendo la barrera del tiempo y las edades o las modas, siempre será el poeta del dolor, la vida solitaria, el sufrimiento, la muerte y el laberinto de una biblioteca, donde consumió su desgraciada y corta vida. Mors est quies viatoris, finis est omnis laboris (La muerte es el descanso del viajero, al final de todo el trabajo).

Iván Castro Aruzamen
Teólogo y filósofo

jueves, 20 de diciembre de 2012

LOS PRÍNCIPES REVOLUCIONARIOS


LOS PRÍNCIPES REVOLUCIONARIOS

Un sangriento y mezquino sentimiento ha corroído nuestra historia como República, Nación, Pueblo y, finalmente, Estado: la violenta concepción de que aquellos que estaban antes destruyeron al país; por tanto, la convicción de que hay que reconstruirlo, construirlo y/o hacerlo de nuevo, invade los sentidos de hombres y mujeres en el curso de nuestra historia. En todos los momentos dramáticos que vivió el país, la sensación ha sido siempre la misma, tanto para liberales, conservadores, retrógrados, vanguardistas, revolucionarios o quienes sean: el nacimiento de otro país de entre las cenizas del antiguo. Pero cada nacimiento o fin de, según unos u otros, ha sido cuando menos un repetirse a sí mismo, igual que el entierro y desentierro del pepino paceño carnavalero de cada año.
Después de octubre negro, que poco a poco va borrándose de la memoria política, el país vivió un momento crucial: ¿ese momento era el fin o el nacimiento? Muchos bolivianos creían que comenzaba una oportunidad única para un país nuevo, una nueva sociedad, un nuevo Estado. Para saberlo, hoy, necesitamos ir al fondo de las cosas; y allá nos encontramos con que la ignorancia había sido el terreno más fértil para el cáncer que degrada una sociedad e impopulariza un gobierno: la corrupción. Y que no había sido tanto el choque de intereses materiales, el obstáculo fundamental en el movimiento histórico a instaurar, sino eso, la manera más fácil de hacerse con el dinero del pueblo, a través del Estado haciendo uso del poder. Por eso, si las revoluciones, no tienen la vocación y la voluntad de reforma social, política y moral, es inminente su derrumbe. Incluso, cuando el cáncer se ha instalado en la médula del Estado, la crítica del poder desde el poder no es más puro teatro.
El pensamiento crítico, ante esta realidad, no le queda otro camino, que desenmascarar la misión de la revolución y sus consejeros y sus príncipes revolucionarios; pues, ni la revolución ni sus consejeros logran que los príncipes escuchen el clamor del pueblo, sencillamente, porque están sordos o no quieren oír, como todos los príncipes revolucionarios en la historia; ante esta enfermedad que acaba asfixiando a gobiernos progresistas, se hace incurable cuando a ésta se unen la burocracia estatal y la corruptela; y si el régimen es intransigente, el mismo país corre el riesgo de perder el futuro, hasta la incipiente identidad que se quiere ir construyendo.
Los príncipes revolucionarios debido a su inflexible postura totalitaria, están conduciendo al país al fracaso histórico en tres direcciones: no se ha instaurado un régimen democrático; tampoco se ha logrado realizar una razonable prosperidad y dignidad de los ciudadanos, sobre todo, con los campesinos y obreros; y hasta ahora, no se avizora por ningún lado, la nación moderna, dueña de sus recursos, reconciliada con su historia y decidida a enfrentarse con su futuro.
Entre los logros más sobresalientes de la revolución en nuestro país están: no se logró liquidar totalmente ni el latifundio ni las oligarquías; es notable la dictadura personal del caudillo. Y es que los príncipes revolucionarios, no saben crear una nueva agricultura, ni explotar ni administrar bien los recursos naturales, en fin, la política nacionalista de los príncipes, no es capaz de romper las cadenas que sujetan al país a los poderes e intereses transnacionales, como siempre fue la historia de este país.

Iván Castro Aruzamen
Teólogo y filósofo

sábado, 1 de diciembre de 2012

PODER, RIQUEZA Y REVOLUCION


PODER, RIQUEZA Y REVOLUCIÓN
La política del actual gobierno, como acaba de decirlo, aunque en voz baja, Carlos Mesa, en muchos aspectos es admirable, y uno de ellos la bonificación que insufla movimiento económico y lucha efectivamente contra la pobreza. A pesar de que no comparto las opiniones del otrora Vice de Goni Sánchez de Lozada, en muchos otros aspectos, el gobierno debe revisar profundamente sus políticas; por ejemplo, la política internacional, que debe tender mucho más hacia una actitud abierta, hacia una negociación bilateral seria; y de una vez por todas, debiera desterrarse de nuestra política internacional, el énfasis en los gestos antes que las acciones, pues, el mundo hace mucho tiempo dejó de moverse en torno a dos bloques y/o rivalidades de potencias antagónicas.
Por otro lado, la política cultural del gobierno, si quiere sostener una revolución que vaya más allá de las meras resonancias, debe superar algunas limitaciones; es necesario dar un salto cualitativo, de una revolución cultural centrada en el folklor, por una atención más exclusiva hacia la universidad y todos los aspectos superiores de la cultura, la ciencia, el saber desinteresado del arte y la literatura libre. Al parecer los gustos artísticos de los actuales gobernantes no logran superar el didactismo pseudorevolucionario y etnocentrista. Ya hemos vivido 150 años de un arte público convertido en un arte estatal, que siempre se nutrió de la glorificación de las figuras históricas. El gobierno debe tener mucho cuidado de aplicar políticas públicas y proyectos de Estado fuera del marco del contexto nacional; no se puede insistir en una educación socialista o marxista en un país que no es ni socialista ni liberal, pues, el peligro inminente es la enajenación ideológica.
No cabe duda de que aspectos como el económico y social, son importantes en la construcción de un nuevo Estado –sea Plurinacional u de otra índole–, habrá que verificar hasta qué punto la nacionalización del petróleo ha sido un gran paso y que los frutos esperados sean evidentes, esta es una tarea urgente sobre la cuál es necesario una investigación óptima, igual que sobre la política agraria y minera; por supuesto, que hay que prever cualquier consecuencia desastrosa del irreflexivo culto al desarrollo y desenfrenada industrialización; estas políticas no pueden responder a modelos e intereses foráneos, ni desarrollo a la norteamericana o China, tampoco la implantación de socialismos a la cubana o venezolana, sino, a la boliviana y no otra cosa. El camino escogido con la economía plural, la industrialización, la nacionalización, etc., no tienen que constituir un muro contra el cual se estrellen los intentos de cambio y transformación, sino la vía para resolver los eternos problemas de nuestro país: la pobreza y exclusión social. Asimismo, hay que tener mucho cuidado, de que ese otro sector del país, el menos desarrollado o menos favorecido, tienda a crecer desmesuradamente como el Almohadón de plumas, de Horacio Quiroga, y acabe por subsionar todo intento de transformación. Es hora de tomar medidas serias y coherentes, en contra de toda centralización demográfica, política, económica y cultural, que termine haciendo de una región la más hinchada mientras el resto endeble del país muere.
Es necesario recordarles a los gobernantes, que un admirable modo de ser líder y servidor público, pasa por dejar el poder en algún momento voluntariamente y rechazar toda tentación de convertirse en ídolos o querer gobernar eternamente detrás del trono. El verdadero revolucionario, crea las condiciones para que la gente tenga la sensación de que quien lo gobierna es un hombre de carne y hueso, un hombre tan igual como todos, un ser embarrado de todas las experiencias humanas.
En nuestro país se vive una rara atracción por el poder, mucho más que por la riqueza o quizá ambas. Es muy difícil ahora en la política nacional, por ejemplo, pasar de los negocios al mundo de la política, como ocurría en el tiempo de los gobiernos neoliberales; por esa razón es más que imposible que algún día, Mister Doria Medina, llegue a ser presidente de este país. Pero, sí existe la tentación siempre latente de pasar de la política a los negocios con mucha facilidad. Y quizá, un rasgo muy característico de la actual política nacional es la codicia por el poder y no tanto por los negocios o la riqueza como tal. Las revoluciones si quieren ser eso, revoluciones en todo el sentido de la palabra, deben desterrar el apetito por el poder y el dinero, por sobre lo humano. Poder, riqueza y revolución es una triada incompatible para todo proceso de cambio.

Iván Castro Aruzamen
Teólogo y filósofo