DERRIBAR
ES FÁCIL ¡PERO CONSTRUIR!
Es tan evidente hoy
mucho más que hace tres años atrás, cuando Evo Morales y García Linera, se
subían al podio del poder político del país, que derribar (destruir, aniquilar,
perseguir…) es fácil, pero, construir muy difícil. Los aprendices de
revolucionario, burgueses, jacobinos, venían para destruir y parir un nuevo
Estado, montados sobre el discurso indigenista y la wiphala; a pesar de su
mesianismo miope, no han aprendido todavía que predicar cambios, transformaciones,
revoluciones, es tan fácil como difícil fundamentarlas, porque como suele decir
la gente, nunca hay que limpiarse el culo antes de defecar.
También, ese abanderado
de los indígenas del mundo -como
quisieron hacerlo aparecer los oportunistas-
Evo Morales, como no entiende qué es el mundo, ni cómo se ejerce el poder para
poder cambiar el poder, pronto cayó en las redes del facilismo burgués
jacobino. Ahora, como el más conspicuo vocero de la burguesía jacobina
revolucionaria emergente, no hace más que envolverse con el descolorido manto
de quiénes han fetichizado el lucro (véase sino el caso YPFB y toda la ola de
corrupción en la que surfea; no había sido pues sólo Santos Ramírez el único
ratero de millones de dólares en la estatal boliviana, sino que ahí dentro se
incuba un nido víboras), el poder, la gloria pasajera como sustrato de la
política.
El proceso dentro del
cual se atrinchera el masismo, además con una euforia salvaje, no es más que
una pobre, endeble, fría y destilada ideología de emergencia, ante la miseria
de la falta de un Estado nacional incluyente. ¿Qué ha cambiado en este proceso
de quiénes a fetichizado el dinero y que defienden el mismo con uñas y dientes,
palos y gases, tan propio de un tiempo de destrucción? Para miles de bolivianos
y bolivianas ¡nada! A lo sumo el nombre. Seguimos enfermos. Embrutecidos por la
coca-cocaína.
Asfixiados por el narcotráfico y la violencia. Temerosos por la trata y tráfico
de personas. Pasmados por el nivel de corrupción. Alérgicos por el contrabando.
Y vemos con mucha lástima el hundimiento del primer ignorante que llegó a Presi
de este país. Lástima de esa naturaleza de hombre común y humilde (quiénes no
somos de derechas ni de izquierdas, observamos cómo se va arruinando poco a
poco, aunque en el fondo era una buena promesa). Hubo un Evo Morales, que con
lágrimas recibía el poder, un sindicalista cocalero esforzado, riguroso, ni tan
sobrio ni tan sabio, que nos resultaba un poco simpático como aquél que quiere
servir, seria y eficazmente, a la comunidad y a la verdad, pero dentro de sus
limitaciones; pero muy pronto el poder lo embarrancó en el delirio de falsa
grandeza, y pasó de la humildad a la fama, la chompa a rayas, los doctoris
honoris causa (algunos en serio y otros más por marketing institucional que por
mérito); los jacobinos burgueses con los que se rodeó, pueden tener la culpa de
que haya sufrido esa metamorfosis. Pero, basta, su actual juego con la máscara
de los pobres, los indígenas, la madre tierra, la revolución, la industrialización,
nos resulta tan odiosa y ridícula como su anterior humildad nos empujaba a la
simpatía.
El primer Evo Morales
era indígena, marchista, bloqueador, antiimperialista, sindicalista, llamero y
más. Hoy no es más que un tosco sin razón y lleno de maldad, atrapado en la
redes del facilismo linerista, en la más absoluta orfandad constructiva. ¿Habrá
que culparlo por esto? Derribar es fácil ¡pero construir! Una tarea titánica
que va más allá de cualquier revolución. Ya hemos visto en la práctica del
gobierno, que derribar y destruir había sido mucho más fácil de lo que parece.
Y es que no es fácil extirpar los prejuicios tan arraigados del fanatismo con
argumentos de razón o por pura voluntad, para poder construir. El jefazo como
gustan llamarlo los lambiscones al Presi, es ya un gran solitario, condenado
por las impresiones de su infancia, de sus padres y, sobre todo, por el influjo
de su escasa percepción de la realidad. No sólo por estas cosas me he opuesto
tenazmente al gobierno de Evo Morales, sino también por la forma rústica,
ordinaria de enfocar la forma de gobernar.
Iván Jesús Castro
Aruzamen
Teólogo y filósofo