jueves, 28 de junio de 2012

EDMUNDO PAZ SOLDÁN


EDMUNDO PAZ SOLDÁN

Edmundo Paz Soldán, Premio nacional de novela, mcondiano y parricida del macondismo de los sesenta, ve cómo su última novela alcanza un notable éxito de ventas y reconocimiento, bajo el título de Norte; en Bolivia ha sido editada por Nuevo Milenio en coedición con la española Mondadori. Norte es una novela sobre los apátridas del sur en el norte. Si bien se ha escrito y producido mucho sobre el tema, hasta ahora ningún escritor boliviano ha escrito nada mejor.
Con gran habilidad, Edmundo Paz Soldán, ha logrado unir en una novela tres hilos aparentemente aislados: una descripción irónica y policial sobre la vida, miedos, temores, desplazamiento fronterizo y ejecución en una cárcel norteamericana del Railroad Killer, mexicano, Jesús María José; un informe preciso, técnico, sobre la academia norteamericana y sus escarceos literarios, a través de Michelle y su tortuosa relación con un decadente profesor universitario, Fabián, atrapado entre el pseudo status académico universitario y las neurosis de las drogas; y, finalmente, una trama de acuciante interés por el arte pictórico y los recuerdos de la guerra cristera mexicana de mediados del siglo XX, retratada en las creaciones de Martín Ramírez, un inmigrante indocumentado, que acaba sus días de silencio en un psiquiátrico.
Según estos tres hilos conductores de la novela, para Paz Soldán, los Estados Unidos no sólo padecen el cáncer de las multinacionales –aunque en última instancia éstas terminan siendo sólo uninacionales-, sino también, el desarraigo, los traumas de la convivencia interracial, y cómo para los desplazados del mundo en busca del sueño americano éste se convierte en una pesadilla. De modo que el sueño americano se transforma en un mal de millones, consuelo de pocos norteamericanos.
Edmundo Paz Soldán, desde sus primeros cuentos y pasando por novelas como Palacio quemado, Rio fugitivo, Los muertos vivos y Norte, su prosa ha sufrido la metamorfosis de todo escritor comprometido con su oficio, hasta alcanzar una madurez propia del narrador dueño de una voz propia; en Norte la prosa de Paz Soldán, reúne la capacidad de intriga de la novela policial y la ironía escéptica de un Montaigne. A pesar de que los norteamericanos, bajo la egida de su sueño americano y de bienestar quieren todo el mundo para ellos y el resto para los demás; a pesar de que el narcotráfico, la violencia, las perversiones, la intriga política, el desarrollo desenfrenado, el hedonismo, los americanos no se merecen una novela tan buena como Norte. Es hora ya de aceptar que los buenos novelistas han empezado a prestarle más atención a los efectos perversos, nocivos de la globalización, la falta de tolerancia, la identidad, o en palabras de Paz Soldán, las máscaras de la nada que recubren la sociedad actual.
He escrito el algún lugar, siguiendo a Jurgen Moltman, que el sueño americano es prometedor para la humanidad, pero así como lo sueñan los norteamericanos no es posible para el resto del planeta. Ante un panorama tan desolador del paraíso americano, ¿qué puede importarles a las grandes cabezas del capitalismo, la condena de escritores como Paz Soldán, Gabriel García Márquez o José Saramago y en su momento Mario Benedetti, si las cabezas más sensatas del mundo viven sobre la cresta del capitalismo más salvaje?
Este escritor cochabambino, que desde hace décadas vive en los Estados Unidos y conoce de cerca la sociedad opulenta del norte y su decadencia moral, dice en esta novela, que “todos tenemos un mundo que escondemos de los demás”, por lo que, los indocumentados venidos de todas partes del mundo tras un sueño imposible, inmersos en las entrañas del monstruo capitalista, han sido capaces de poner en vilo el poder y la seguridad del imperio. ¿Qué hace entonces, que los norteamericanos sean unos imbéciles frente al otro, al diferente, al distinto? Tan sólo la impaciencia y la neurosis de creer que los desplazados son enviados por países enemigos.
La sentencia final del Railroad Killer: “El gigante debía pagar sus años de abusos en la tierra”, resume gráficamente, la visión crítica de Edmundo Paz Soldán, sobre las contradicciones en las que se debate la sociedad norteamericana.

Iván Jesús Castro Aruzamen
Teólogo y filósofo

martes, 19 de junio de 2012

MEMPO GIARDINELLI


MEMPO GIARDINELLI

Mempo Giardinelli, tras el regreso de su exilio político en México, apareció en el remolino literario y periodístico argentino, como una de las figuras más prominentes del llamado post boom. Ya en su primera novela, La revolución en bicicleta (1980), escribía de forma fulminante, fuera de los cánones del boom latinoamericano de los Márquez y Fuentes y de las trilladas formas del realismo urbano.
El lenguaje de Giardinelli, ha apuntado insistentemente a recuperar la memoria, como en Santo oficio de la memoria de 1983, Premio Rómulo Gallegos; pero, también ha querido desenmascarar la realidad humana. Y Luna caliente (1983), Premio nacional de novela en México, es una pequeña, corta, y sin par una novela extraordinaria, una muestra de la maestría y punzante escritura, además de clara y directa, de este argentino tan universal ya, como Borges, Cortázar o Artl.
Ramiro Bernárdez, no sólo representa el prototipo del latinoamericano, que acaba deslumbrado y hasta hechizado por París, Londres, Madrid o Roma, sino que regresa a la provincia y sucumbe muy pronto a la embestida de las pasiones humanas, a esas que separan irremediablemente a los hombres unos de otros, según Francisco Ayala. Y sin duda que Araceli Tennembaun, una adolescente, casi una niña, y cuyo temperamento se asocia a las calientes tierras del Chaco, no es sino una “luna caliente”, in extremo, que sufre de fiebre uterina, dirá Ramiro Bernárdez; si bien expresa la más pura pasión desnuda e incontrolable, al mismo tiempo, es el rostro, en medio del sofocante ambiente chaqueño de Resistencia, del orden, la coherencia, sobre todo, frente al poder militar y el machismo desenfadado de Bernárdez.
Ramiro Bernárdez, el provinciano deslumbrado por las aguas del Sena, no es capaz de poner un alto a las turbias aguas de su locura por Araceli, a pesar de su formación occidental, racional y calculadora, aunque “algo le decía que ya sabía lo que iba a pasar, su propia ansiedad le anunciaba una tragedia”; y esa tragedia súbitamente se teñirá de muerte y sangre. Luego del fallido asesinato de Araceli y la bien planeada eliminación del doctor Tennembaun, “estaba convencido de que era capaz de muchas más acciones que las que antes suponía. Un hombre en el límite es capaz de todo”, hasta de mantener una mentira a costa de la verdad anunciada.
El destino, la historia, la vida, las acciones de los seres humanos se tejen en segundos, minutos, horas o días; Joyce contó en 24 horas el cotidiano existir de Dédalus en Dublín; Eliseo Alberto, en no más de 12 horas, describió el destino trastocado de un ex veterano cubano tras su regreso de Angola, en Caracol Beach; o de una forma abrumadora, Franz Kafka, en segundos nos hace saber de la transformación de Gregorio Samsa, apenas despierta. Así, Mempo Giardinelli, en unas pocas horas, nos transporta a la metamorfosis interior de un joven abogado, estudiado en Francia y con todo un futuro prometedor, camino a convertirse en un asesino; por eso mismo es capaz de decir Bernárdez: “Así como si solo un ser te falta, todo está despoblado así una muerte producida por mis manos es todas las muertes”. La muerte produce en Bernárdez un miedo profundo y contenido, pero, al mismo tiempo se convierte en el motor para continuar su metamorfosis, ese viaje sin retorno que se inicia el momento en que mira los ojos de Araceli Tennembaun. El miedo, la muerte, el sexo hacen en Bernárdez aguas, al punto que, “sintió asco de sí mismo, un agudo remordimiento que a la vez se le mezclaba con una espantosa vanidad creciente”.
Para Giardinelli, en Luna caliente, las pulsiones de las pasiones humanas, se imponen al orden y la racionalidad de la razón humana, porque éstas arrastran a todo ser humano, hacia una serie de pérdidas (proyecto de vida) e irreversiblemente a la pérdida de sí mismo. Gracias don Mempo por esta novela ejemplar.
Apenas había terminado de leer la última página de la novela a mis estudiantes, que me miraban azorados, sorprendidos y perplejos ante la trama de Luna caliente, el timbre de mi celular me devolvió a la realidad y mucho más, al otro lado de la línea, la voz de una muchacha, casi una niña, me dejó temblando como una cuerda de guitarra recién templada.

Iván Castro Aruzamen
Teólogo y filósofo