viernes, 2 de marzo de 2007

FRANCISCO AYALA

FRANCISO AYALA
La fuerza destructora de las pasiones

Para Francisco Ayala, la causa de la discordía humana, reside en la fuerza destructora de las pasiones humanas, que acaban abriendo bajo los pies, un abismo insalbable. Un tajo incurable, inborrable hasta para la memoria humana; sólo con la muerte quedan borradas las huellas que dejan las pasiones, porque para Ayala, con un siglo de vida sobre las espaldas, el futuro o el pasado, ya no tienen sentido alguno.

Mezquindad, envidia, brutalidad, cinismo, burla, soledad, vanidad, aburrimiento, presunción, son pasiones que las llevamos marcadas, escondidas, en el corazón humano. Las pasiones, el río que nos lleva -acaso diría, otro novelista español, José Luis Sampedro-, através de sus agitadas aguas hasta el borde de la locura, nacen, crecen y mueren con nosotros.

El siglo del autor del Jardín de las delicias, ha transcurrido regado de guerras por doquier, alimentadas por el fruto de la mezquindad. "Cada cual es hijo, tanto de sus obras, de su tiempo", escribió, en el prologo de La cabeza del cordero, en 1962. Como testigo fiel de su tiempo, escarbando cual un topo humano en la condición humana, busca, tras la culminación de la guerra civil española, dar respuesta a las causas de tal discordia. En 1949, después de una decenio del fin de la guerra civil, en las novelas cortas que integran el volumen de La cabeza del cordero, aparecen las pasiones humanas, como el motor que mueve a los seres humanos a crear el horror, sembrar la muerte. Los personajes de Ayala van a traspies por la vida, atormentados por sus miedos. Las marcas que dejaron alguna de las pasiones en algún momento de sus vidas, se hacen inaguantables. La conciencia busca remediar, curar la herida, el tajo, pero la fuerza destructora de las pasiones, es más fuerte.

Para un hombre como Ayala, que el terror de la barbarie humana, le alcanzó cuando bordeaba los treinta años, quedó profundamente marcada en su narrativa. Y por eso no encontró otro modo de burlarse, sino por medio de la ironía, ridiculizando a sus personajes, mostrando sus vanidosos anhelos, de grandeza o pequeñez. El hombre, la vida, para Francisco Ayala, están marcados por el pesimismo. Y no otra razón le ha dado el siglo que ha vivido. Francisco Ayala, que en sus 100 años, siente que la vida se le va despiendo lentamente, porque como ha dicho él mismo, "es como llegar frente a una pared", nos deja una basta obra, en la que la pasión es el personaje central.

iván castro aruzamen

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