miércoles, 9 de octubre de 2013

PROLOGO AL LIBRO "DICHARACHERO CULPINEÑO" de LUIS ALBERTO GUEVARA



PRÓLOGO

“Me quieren decir chapaco, pero no me dicen”. Esta anécdota rescatada por el autor del libro Dicharachero Culpineño, expresa claramente el profundo dilema que ha sopesado el culpinense (culpineño); por un lado, geopolíticamente enmarcado dentro del territorio chuquisaqueño guarda una extraña relación con la capital, pero, por otro, se ha sentido tan cercano a la cultura y habla chapacas. Sin embargo, esto no ha impedido que vivamos festivamente rompiendo las fronteras geográficas y culturales.

Pero, de lo que no cabe duda alguna es que, hemos venido construyendo nuestro ser desde la humedad y el olor de la tierra; sí, somos un pueblo de agricultores, de hombres y mujeres ligados a la labranza; la revolución del 52 –inconclusa o fraudulenta– les entregó a nuestros abuelos la tierra para que la trabajaran. Por esa razón, la lengua, la oralidad, la fantasía inundó nuestro imaginario cultural ¿Acaso no hemos escuchado a nuestros ancianos contar historias de sus andanzas en versiones aumentadas y revisadas, una y otra vez? Ahí, se fraguó el chiste, la anécdota, y, sobre todo, la ironía culpinense, siempre recurrente al sobrenombre (apodo), al doble sentido, a la jocosidad y verbalidad ocurrente y espontánea.

Paya (Luis Alberto Guevara) fiel a su vocación primera, el periodismo, incubado desde su adolescencia, inquieto y creativo, recurre en este su trabajo a la memoria, a la tradición, a la palabra en última instancia, para adentrarse en la lengua natural de la pampa y el pampeño. Esa astucia culpinense es muy bien retratada por uno de los personajes emblemáticos (Edwin Sánchez, Khaitillo, Indio Facundo y recientemente conocido como Zorro)  de las anécdotas, en una cueca de su autoría: “El viento cruza a galope rumbo a mi amada, para decirle que la amo como a una diosa”. Así, Luis Alberto, asume que el lenguaje constituye un medio privilegiado de la expresión de la cultura e identidad culpineña. Éstas surgen imponentes en los modismos, las anécdotas y los chistes recogidos por nuestro autor. En muchas regiones de nuestro país, el español, fue quechuanizado y/o aymarizado, no ocurrió lo mismo en nuestra imponente pampa, aquí el quechua ha sido castellanizado (Khalatau, Lakhau, Kharuda… etc.). Asimismo, el culpineño, vive desde su nacimiento en un constante nomadismo, entre la provincia y la ciudad; por esa razón, no son gratuitas las historias y anécdotas contadas en Culpineño dicharachero, estén situadas en Sucre, Tarija y Potosí.

¿Qué nos hace a los culpineños ser tan creativos y espontáneos a la hora de comunicarnos? Y es que para mitigar el paso del tiempo, nos acostumbramos a contar anécdotas, porque el ritmo de la brisa primaveral, otoñal y el largo invierno de polvo de la pampa, así nos lo exige. La ironía ha sido y es una forma de salir del entuerto para el culpineño, como aquel adolescente a quien su madre le reclamaba sus constantes aplazos en la materia de matemáticas; éste de la manera más lógica justificó su bajo rendimiento: “Es que la profesora me enseña cosas que yo no sé, cómo quieres que apruebe la materia, mamá. Es culpa de la profesora por ensenarme cosas que no entiendo”.

Muchas de las historias recopiladas y contadas por Luis Alberto Guevara (Paya), quienes las lean, sean protagonistas o no de las mismas, al recordarlas se las vuelve a escribir, porque el lector reescribe la historia al momento de leer; y, por tanto, como solía decir el gran novelista francés, Marcel Proust, quizá es la única manera de “recuperar el tiempo perdido”, vivido, que se nos escapa como el agua entre los dedos. Recuperar esas anécdotas y la historia, para quienes el exilio voluntario nos ha llevado fuera del pago, al igual que el autor del libro, la lectura de esos hechos ocurridos en algún lugar del tiempo vivido, nos hace volver y volver y volver hasta esos instantes en que nuestra inocencia era inofensiva. Y para los que se quedaron a cuidar de nuestros muertos, será otra vez, reescribir aquello que somos y no otra cosa: lenguaje e historia.

En este libro de Paya, periodista y paisano, están las anécdotas, los chistes, las ocurrencias, la ironía, los modismos, más conocidos o de dominio general de los culpineños; seguramente muchas no aparecen en el libro, pero están ahí, en el imaginario listas para reescritas y/o contadas, como esa de los cazadores de palomas: “Hubo un cazador furtivo que disparó tantas veces a una inofensiva paloma con la intención de cegar su vida, cuando cayó en la cuenta, la punta del rifle estaba prácticamente rosándole el trasero a la plumífera ¿Y por qué no alzó el vuelo ante el estrépito, la desdichada paloma? –Es que la paloma era sorda, contó el Barbolín (Omar Zambrana), testigo del hecho”. Y es que el cazador, Flojo (Fernando Velasco), gozaba de tan mala fama en la puntería, que lo de la paloma era la única forma de explicar que alguna vez casó una paloma.

Que los changos de la Culpina de hoy y mañana, ojalá nunca olviden contar chistes, anécdotas, ocurrencias, en suma, recurrir a la ironía que es parte de nuestra forma de ser y que ha sido nuestra forma de enfrentarnos a la vida, el mundo, la soledad, el amor, la tristeza, y en último término, todas nuestras pasiones humanas. Deben seguir escribiendo con el lenguaje de la acción y la oralidad, cómo pescar, cazar, derribar abejas, y escuchar todas las tardes el canto del viento; de modo que la acción y la oralidad, no deje de ser un juego lúdico con la naturaleza. Y para que el Culpineño dicharachero, rescatado por Luis Alberto Guevara, siga cantándole a la vida desde su más profundo ser.

Iván Castro Aruzamen
Cochabamba, invierno de 2013

lunes, 8 de julio de 2013

¿ILUSION INFANTIL Y/O CONSUELO INTERESADO?



¿ILUSIÓN INFANTIL Y/O CONSUELO INTERESADO?

No sólo hoy parece resquebrajada y conmocionada la ideología (?) socio revolucionaria del masismo del siglo XXI, sino que, todo nos va demostrando que es imposible que una revolución política –por supuesto la más superficial de las revoluciones que los seres humanos pueden hacer, según Aldoux Huxley– pueda, desde su soledad, conducirnos hacia el paraíso terrenal, así sea expresamente humano.
Los signos de la conmoción económica, por ejemplo, son cada vez más evidentes, a pesar de los altos precios de las materias primas en el mercado internacional. Los desastres que se avecinan son fácilmente predecibles, bajo la política monetaria del gobierno y su economía plural: angustia por el futuro, insuficiencia de materias primas, la escasez de energía, la imparable degradación ecológica, la explosión demográfica en las urbes, el hambre, la pobreza y la persecución de los derechos humanos. La crisis de lo político ha adquirido tonalidades escalofriantes en este proceso de cambio; porque quienes llegaron al poder, nunca tuvieron la intención de cambiar del poder, sino solamente reproducir el mismo como siempre se lo hizo en la política tradicional. De ahí que los conflictos entre facciones dentro del gobierno (lineristas y evistas) sea cada vez más incontrolable, así como la creciente dictadura sindical, la turbia situación de los perseguidos políticos no es sostenible por el gobierno, y, sobre todo, la ambivalencia de una ideología que se debate entre la ilusión y el interés personal, ya no es un secreto para miles de bolivianos.
A pesar de la angustia que se cierne sobre el futuro de nuestros hijos, algo que no podemos ni debemos renunciar jamás los bolivianos, es la esperanza. Frente a la farsa de un vulgar ateísmo marxista (García Linera) y la falsa conciencia de divinidad (Evo Morales), se debe renunciar por cualquier medio a todo tipo de revolución político-social en cuanto ideología, como el masismo, porque sólo persigue el cambio de la sociedad a través de la violencia, el engaño, el fraude, la mentira, la extorsión… para consolidar el dominio del hombre por el hombre, de un grupo de privilegiados burócratas del partido sobre el resto de la población. Esta renuncia no significa que se deje de buscar por todos los medios y el esfuerzo necesario, hasta lograr una modificación radical de la sociedad. Por eso no podemos continuar con el carnaval de un partido que se arroga la exclusividad y la autoridad única de explicación total de la realidad; es urgente desde todos los ámbitos de la sociedad, frenar a una revolución (chavista, madurista, evista, linerista, correista, castrista…) que se autonombra como la nueva religión que todo lo puede y todo lo salva y que lucra con la pobreza de los más desposeídos.
Es cada vez más evidente, que el rechazo o la aceptación total de una revolución, no es el camino correcto para un cambio radical de la sociedad y/o la construcción de un mundo mejor y más justo, una vida buena de verdad. El gobierno del MAS, a la cabeza de García Linera y sus jinetes del apocalipsis, han intentado a toda costa, tanto en la praxis como en la teoría, consolidar al “hombre unidimensional” (Herber Marcuse); por eso García Linera encarna a ese vulgar ateo marxista, que sólo apuesta por una nostalgia retrospectiva y un reformismo superficial en el que el interés de grupo y personal es determinante.
Hay que recordar que los tecnócratas del gobierno actual han hecho de la política su religión. Y más allá del vulgar ateísmo del vice marxista del nuevo estado pluri, si queremos preservar el futuro para las nuevas generaciones no podemos renunciar a una sociedad metarevolucionaria, a la esperanza en una sociedad verdaderamente pacífica, a un reino de la libertad, igualdad y felicidad para todos, en una sociedad mejor. Y una sociedad así, no se consigue con una ilusión infantil de hacer del indígena un dios universal ni mucho menos una luz de salvación, tampoco con un consuelo interesado, mientras el país se va a pique, pensando sólo en el bienestar personal y placeres del poder terrenal, el político.

Iván Castro Aruzamen
Teólogo y filósofo

miércoles, 5 de junio de 2013

EL PAÍS SINTÉTICO



EL PAÍS SINTÉTICO

El actual gobierno del MAS ha reducido la función del Estado a un simple patrón en el sentido más laxo del término. La función administrativa económica del Estado Pluri es sencillamente igual que la de una fábrica de embutidos o de plásticos. La ausencia de una legislación adecuada, sobre todo, en lo que respecta a los fondos manejados por la presidencia, bajo el programa “Evo cumple”, ha generado una desconfianza tal que, la idea que se tiene del Estado no difiere en mucho a la de una factoría de pasta base, que reparte dinero por aquí y por allá para sustentar favores.
Vivimos bajo la dominación, alternativamente benévola y jocosa, de una burocracia política que engloba a líderes sindicales y burócratas onegesistas formados por USAID y, sobre todo, un montón de especialistas de la manipulación de masas, por supuesto, el más conspicuo en este arte representa el señor Vice. Así como anda nuestro sistema político, todo tiende a mostrarnos que pronto será el mismo una reliquia, y, por cierto muy temible, y su hundimiento puede sepultarnos como un alud a todos; sin embargo, haríamos mal en culpar sólo al MAS (remedo del MAS venezolano de la década de los 70). Bien sabemos que el actual gobierno, por mucho que se esfuerza en instalar un discurso de cambio, estéril en todo sentido, no ha podido solucionar los errores heredados desde la Independencia, y, la peor de todas, ha sido la instauración de lo que podríamos llamar “la mentira constitucional”, traducida hoy en la dictadura constitucional; la mentira que sufre el país desde su fundación se evidencia en la enorme distancia que existe entre la realidad legal, sea esta liberal o progresista, con la realidad de la nación que se desangra en la diferencia abismal entre unos y otros, entre los privilegios de una burguesía política y la farsa de las canchitas de césped sintético, desiertos mercados (nada más cumplen la función de sedes para fiestas, pasanakus y otros), polifuncionales deportivos. Pero, todos somos culpables de la perpetuación de una mentira así, aunque la mayor responsabilidad recae sobre la testa de los intelectuales poseídos por el dogmatismo y el espíritu del partido y su ideología. La culpa es colectiva. Nuestros partidos, del MNR a UN, del PCB al MAS, unos a la derecha y otros a la izquierda, no han pasado de la charlatanería; para muestra, la actual Asamblea Pluri donde los diputados y senadores parecen fantasmas.
El obscurantismo político ha logrado cubrir la realidad del país en todo momento con unas cuantas fórmulas y lugares comunes. En su momento aquello que llamamos por pereza y facilidad mental, derecha, recurría a viejas fórmulas como esa de que el comunismo, el colectivismo era el lado oscuro y violento de la historia y que con su doctrina convertía a las clases populares, a los plebeyos, en reaccionarios. El obscurantismo progresista, y con el perdón correspondiente, llamamos, izquierda,  ha aportado pocas ideas nuevas, y el achaque de nuestro atraso y nuestra dependencia, la pobreza y la ignorancia de nuestro pueblo, pero, sobre todo, la atribución de todos los males al imperialismo norteamericano (nuestro chivo expiatorio) ha sido un recurso de mala fe. Y las más estériles de las interpretaciones de la realidad nacional, se las debemos a los balbuceos de la izquierda y sus intelectuales.
Hasta hoy la esterilidad de la izquierda boliviana ha sido tan grande como su incapacidad para gobernar. Le falta ideas, y le falta líderes. El que encontraron no es de izquierda ni de derecha, es solo eso, una falsa idea parida por la mentira constitucional. No cuenta con un programa estrictamente boliviano. Nos hace falta un modelo de desarrollo distinto al que ofrece el totalitarismo del socialismo del siglo XXI venezolano o el anacrónico socialismo cubano, que se alimenta a fuerza mayor de gastadas fórmulas de hace 50 años atrás.
Nuestra endeble democracia y el desarrollo de la nación no requieren de realidades legales perfectas, sino tan sólo un poco de independencia, realismo e imaginación, y menos canchas de pasto sintético o construcciones que sufren de elefantiasis: mercados para trueques, casas sindicales y/o regalos de movilidades robadas a los dirigentes, para que se conviertan en propagandistas de la mentira constitucional, del país de césped sintético en el que vivimos.

Iván Castro Aruzamen
Teólogo y filósofo

miércoles, 22 de mayo de 2013

LAS MENTIRAS DE LA REVOLUCIÒN



LAS MENTIRAS DE LA REVOLUCIÓN

Bolivia desde su independencia ha vivido bajo Constituciones republicanas y democráticas, pero, todos los regímenes sean democráticos, republicanos, liberales o conservadores, de izquierda o derecha, en la práctica han sido dictaduras. Si bien desde 1825 hasta el 2005, los gobiernos han optado por distintas ideologías, sin embargo, esas máscaras no lograron ocultar la verdadera cara de nuestra historia política, y quizá la más nefasta y aberrante: el caudillo, el déspota, el esperpento henchido de poder. Y el actual régimen, que se define a sí mismo como socialista, al igual que todos los que anota la historia política, se debate entre el discurso de una auténtica democracia –es decir teórica, por tanto muy alejada de la praxis diaria- y el caudillismo; ambos en el proceso de hoy se han tornado inoperantes para solucionar las necesidades de la gente. No cabe duda que los problemas que se van suscitando desde el contexto real local hasta el nacional, es una muestra clara de cómo el sistema se va desgastando. A pesar de que todavía hay quienes se empecinan en ver peras donde sólo existen olmos y lo llaman proceso de cambio, aunque lo más palpable de este momento político es el fortalecimiento de un grupo de nuevos burgueses, amparados en la escasa conciencia política de las masas; pero, también han demostrado que son absolutamente incapaces de resolver conflictos por medios políticos, de modo que, no les queda otro camino –a pesar de que el gobierno se define populista, socialistas, la voz de los pobres, etc.– más que apelar a la fuerza del Estado: la policía y el ejército.
El actual partido de gobierno, en una primera etapa intento algunas reformas sociales, más nunca cayeron en la cuenta sus ideólogos, que la burocratización es el destino de toda revolución superficial; por tanto una vez burocratizadas las estructuras cupulares del partido, cualquier intento de reforma social siempre termina siendo insuficiente, porque las revoluciones siempre acaban volcándose sobre sí mismas. Por esa razón, nuestra epiléptica democracia adolece de una mínima vitalidad política; pues, en las verdaderas democracias, la auténtica fuerza y vitalidad de las mismas está en la diversidad ideológica y la pluralidad de opiniones y partidos. Aunque el panorama es mucho más desolador, sobre todo para las nuevas generaciones; por ejemplo, cuando pensamos en los poderes del Estado y según nuestra Nueva Constitución Plurinacional, estos están llamados a preservar la democracia, en el caso del poder legislativo, donde el actual gobierno cuenta con una amplia y abrumadora mayoría oficialista, no es un órgano de discusión y deliberación sino simplemente de aprobación mecánica de las ordenes presidencialistas; allí, la misión de los senadores y asambleístas plurinacionales del MAS se ha reducido a aplaudir y elogiar y besar el báculo del presidente más indígena que ha pisado la historia nacional y que su indigenismo es tan pluri que sólo habla una sola lengua: el castellano colonizador. Y la función del poder judicial es aún más triste, su servilismo al poder ejecutivo ha llegado a tal punto que no es más que un apéndice y en estado de putrefacción.
En medio de ese triste y desolador cuadro político, en Bolivia no tenemos una auténtica vida política, sencillamente, porque se ha eliminado el espacio libre desde donde se despliega la discusión de las ideas y las personas. El discurso de las tres grandes mentiras sobre las cuales rueda este gobierno (el indigenismo, la plurinacionalidad y la lucha contra la corrupción y el narcotráfico) ha penetrado, sobre todo, y con una fuerza irracional, en casi todos los sectores con niveles de educación incipiente y, por supuesto, donde no es posible una actitud crítica. Todo termina siendo irreal, ficticio, porque al igual que la buena literatura, se basa en la mentira. Un ejemplo notable son los medios de comunicación, casi un noventa por ciento, dicen lo que pueden, y ese decir lo que se puede, es lo que a los grandes intereses de las burocracias del partido y sindicales les conviene parta mantenerse en el poder cómodamente. Así el único poder verdadero y real en nuestro país está concentrado en el Estado, sustentado por las mentiras y los intereses de los grandes imperios del narcotráfico, el contrabando y otras lacras de la sociedad.
¿Por cuánto tiempo más, se sostendrá la mentira de una revolución que ha teñido de gris, de conformismo, de pasividad, la vida política nacional? Quizá hasta que el caudillo caiga en la cuenta que fue secuestrado por el poder y agonice en la soledad más miserable.

Iván Castro Aruzamen
Teólogo y filósofo