viernes, 8 de mayo de 2009

COMPROMISO, SOLIDARIDAD Y PROYECTO SOCIAL

COMPROMISO, SOLIDARIDAD Y PROYECTO SOCIAL

Hace muchos años atrás, todavía en nuestra sociedad, excluyente y residual, se pensaba en los proyectos de vida a largo plazo; ocurría los mismo con los sueños, las esperanzas, los compromisos y las solidaridades; pero, hoy, muchos, hombres y mujeres, arrinconados por la nostalgia de esos buenos tiempos, de la sociedad del “vinculo”, se preguntarán si la idea de “largo plazo”, tienen todavía algún significado real. Al respecto, no hace mucho tiempo, un amigo me confesó, muy preocupado: “no puedes imaginarte lo estúpido que me siento cuando les hablo a mis hijos del compromiso. Para ellos, es una virtud abstracta; no lo ven en ningún lado”. Y en el mundo político y sus chamanes, el compromiso y la visión de proyecto a largo plazo es una especie en extinción; compromiso, solidaridad y proyecto social a largo plazo, ya no forma parte de ninguna agenda política; la razón de este abandono, radica en eso que acaba de afirmar, Claudio Ferrufino-Coqueuniot, de que nuestra sociedad siempre estuvo con la patas arriba, como el chancho que va a ser sacrificado.

El antiguo régimen neoliberal y el nuevo, disque, socialista, ese de puño levantado y de los dioses de la rebelión y una galería de abyectos personajes en el ejecutivo, así como, las logias de extrema derecha, esa de terroristas y racistas, y también los caciques indigenistas, marxistas, etnopopulistas, están obligados a embutirse la idea, y si es con todas las mayúsculas, mucho mejor, porque quieran no, unos y otros, estamos destinados a permanecer por mucho tiempo en mutua compañía; oriente y occidente, el norte y el sur, cambas y collas, terratenientes y campesinos, k’aras-indios-cholos, y toda la mezcolanza de olores y sabores que somos los bolivianos, sabemos por el momento que no podemos “arréglanoslos solos”. El compromiso, la solidaridad y el proyecto a largo plazo, del país que buscamos y queremos construir, debe ser recíproco, o no iremos a ningún lado. El momento presente, se abre a mil posibilidades y la responsabilidad y el compromiso es decisivo. Las elecciones de diciembre, un padrón que deber ser saneado, un tribunal de justicia que tiene que ser reconstituido, en otras palabras, está en juego la institucionalidad que debe garantizar nuestro proyecto a largo plazo.
Ambos bandos, saben, más que nunca, que la conservación del poder ostentado, depende del verdadero compromiso y solidaridad, que irradien hacia el conjunto de la sociedad; asimismo, las partes, sino lo saben, debieran entender, que volverán a encontrarse al día siguiente, y los meses y años por venir. Si bien esta perspectiva temporal, coloca las relaciones en un nivel de conflicto de intereses, no queda otro camino que, el empeñarse en mitigar el desagrado de vivir juntos dentro del mismo territorio e intentar resolver el problema para satisfacción mutua y del resto de la sociedad civil. Por más antagónica, desagradable e irritante que pudiera ser la convivencia, las partes están condenadas y deben disponerse a negociar un “modus vivendi” aceptable para todos, con la clara conciencia de que la convivencia será duradera. Sólo de ese modo, es posible construir un marco sólido y confiable, en el que se pueda inscribir y sostener el diseño y las expectativas del Estado que queremos para el futuro.

La serpiente emplumada, presente en el masismo, ya desde su fundación, terminará por engullir las pretensiones de “vinimos para quedarnos”; el masismo es una ideología de transición, porque, la ausencia de compromiso, solidaridad y un proyecto a largo plazo, la hacen insostenible por mucho tiempo; seguro, Evo Morales ni García Linera, son los escogidos para implantar un proyecto de “buena sociedad, pues, la visión que permea todo el diseño de país presentado en la Constitución Política, se queda en un presente “diferente”, pero sin una perspectiva de un “futuro mejor”. La izquierda plural en Bolivia, que sostiene este proyecto, aglutinada en el masismo, no sólo ha fracturado un elemento central que mueve todo el tejido social, “la esperanza”; las actuales políticas de gobierno, más allá de su endeblez económica, además, están acabando por arrebatar, lo último que les queda a los pobres, su esperanza; sin ella, no es posible compromiso alguno, ni solidaridad, mucho menos la construcción de un “proyecto a largo plazo”, en el que puedan caber todos.

Iván Castro Aruzamen
Teólogo y filósofo
Profesor de derechos humanos

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