jueves, 20 de diciembre de 2012

LOS PRÍNCIPES REVOLUCIONARIOS


LOS PRÍNCIPES REVOLUCIONARIOS

Un sangriento y mezquino sentimiento ha corroído nuestra historia como República, Nación, Pueblo y, finalmente, Estado: la violenta concepción de que aquellos que estaban antes destruyeron al país; por tanto, la convicción de que hay que reconstruirlo, construirlo y/o hacerlo de nuevo, invade los sentidos de hombres y mujeres en el curso de nuestra historia. En todos los momentos dramáticos que vivió el país, la sensación ha sido siempre la misma, tanto para liberales, conservadores, retrógrados, vanguardistas, revolucionarios o quienes sean: el nacimiento de otro país de entre las cenizas del antiguo. Pero cada nacimiento o fin de, según unos u otros, ha sido cuando menos un repetirse a sí mismo, igual que el entierro y desentierro del pepino paceño carnavalero de cada año.
Después de octubre negro, que poco a poco va borrándose de la memoria política, el país vivió un momento crucial: ¿ese momento era el fin o el nacimiento? Muchos bolivianos creían que comenzaba una oportunidad única para un país nuevo, una nueva sociedad, un nuevo Estado. Para saberlo, hoy, necesitamos ir al fondo de las cosas; y allá nos encontramos con que la ignorancia había sido el terreno más fértil para el cáncer que degrada una sociedad e impopulariza un gobierno: la corrupción. Y que no había sido tanto el choque de intereses materiales, el obstáculo fundamental en el movimiento histórico a instaurar, sino eso, la manera más fácil de hacerse con el dinero del pueblo, a través del Estado haciendo uso del poder. Por eso, si las revoluciones, no tienen la vocación y la voluntad de reforma social, política y moral, es inminente su derrumbe. Incluso, cuando el cáncer se ha instalado en la médula del Estado, la crítica del poder desde el poder no es más puro teatro.
El pensamiento crítico, ante esta realidad, no le queda otro camino, que desenmascarar la misión de la revolución y sus consejeros y sus príncipes revolucionarios; pues, ni la revolución ni sus consejeros logran que los príncipes escuchen el clamor del pueblo, sencillamente, porque están sordos o no quieren oír, como todos los príncipes revolucionarios en la historia; ante esta enfermedad que acaba asfixiando a gobiernos progresistas, se hace incurable cuando a ésta se unen la burocracia estatal y la corruptela; y si el régimen es intransigente, el mismo país corre el riesgo de perder el futuro, hasta la incipiente identidad que se quiere ir construyendo.
Los príncipes revolucionarios debido a su inflexible postura totalitaria, están conduciendo al país al fracaso histórico en tres direcciones: no se ha instaurado un régimen democrático; tampoco se ha logrado realizar una razonable prosperidad y dignidad de los ciudadanos, sobre todo, con los campesinos y obreros; y hasta ahora, no se avizora por ningún lado, la nación moderna, dueña de sus recursos, reconciliada con su historia y decidida a enfrentarse con su futuro.
Entre los logros más sobresalientes de la revolución en nuestro país están: no se logró liquidar totalmente ni el latifundio ni las oligarquías; es notable la dictadura personal del caudillo. Y es que los príncipes revolucionarios, no saben crear una nueva agricultura, ni explotar ni administrar bien los recursos naturales, en fin, la política nacionalista de los príncipes, no es capaz de romper las cadenas que sujetan al país a los poderes e intereses transnacionales, como siempre fue la historia de este país.

Iván Castro Aruzamen
Teólogo y filósofo

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