MEMPO
GIARDINELLI
Mempo Giardinelli, tras
el regreso de su exilio político en México, apareció en el remolino literario y
periodístico argentino, como una de las figuras más prominentes del llamado
post boom. Ya en su primera novela, La
revolución en bicicleta (1980), escribía de forma fulminante, fuera de los cánones
del boom latinoamericano de los Márquez y Fuentes y de las trilladas formas del
realismo urbano.
El lenguaje de
Giardinelli, ha apuntado insistentemente a recuperar la memoria, como en Santo oficio de la memoria de 1983,
Premio Rómulo Gallegos; pero, también ha querido desenmascarar la realidad
humana. Y Luna caliente (1983),
Premio nacional de novela en México, es una pequeña, corta, y sin par una
novela extraordinaria, una muestra de la maestría y punzante escritura, además
de clara y directa, de este argentino tan universal ya, como Borges, Cortázar o
Artl.
Ramiro Bernárdez, no
sólo representa el prototipo del latinoamericano, que acaba deslumbrado y hasta
hechizado por París, Londres, Madrid o Roma, sino que regresa a la provincia y
sucumbe muy pronto a la embestida de las pasiones humanas, a esas que separan
irremediablemente a los hombres unos de otros, según Francisco Ayala. Y sin
duda que Araceli Tennembaun, una adolescente, casi una niña, y cuyo
temperamento se asocia a las calientes tierras del Chaco, no es sino una “luna
caliente”, in extremo, que sufre de fiebre uterina, dirá Ramiro Bernárdez; si
bien expresa la más pura pasión desnuda e incontrolable, al mismo tiempo, es el
rostro, en medio del sofocante ambiente chaqueño de Resistencia, del orden, la
coherencia, sobre todo, frente al poder militar y el machismo desenfadado de
Bernárdez.
Ramiro Bernárdez, el
provinciano deslumbrado por las aguas del Sena, no es capaz de poner un alto a
las turbias aguas de su locura por Araceli, a pesar de su formación occidental,
racional y calculadora, aunque “algo le decía que ya sabía lo que iba a pasar,
su propia ansiedad le anunciaba una tragedia”; y esa tragedia súbitamente se teñirá
de muerte y sangre. Luego del fallido asesinato de Araceli y la bien planeada
eliminación del doctor Tennembaun, “estaba convencido de que era capaz de
muchas más acciones que las que antes suponía. Un hombre en el límite es capaz
de todo”, hasta de mantener una mentira a costa de la verdad anunciada.
El destino, la
historia, la vida, las acciones de los seres humanos se tejen en segundos,
minutos, horas o días; Joyce contó en 24 horas el cotidiano existir de Dédalus
en Dublín; Eliseo Alberto, en no más de 12 horas, describió el destino
trastocado de un ex veterano cubano tras su regreso de Angola, en Caracol
Beach; o de una forma abrumadora, Franz Kafka, en segundos nos hace saber de la
transformación de Gregorio Samsa, apenas despierta. Así, Mempo Giardinelli, en
unas pocas horas, nos transporta a la metamorfosis interior de un joven
abogado, estudiado en Francia y con todo un futuro prometedor, camino a
convertirse en un asesino; por eso mismo es capaz de decir Bernárdez: “Así como
si solo un ser te falta, todo está despoblado así una muerte producida por mis
manos es todas las muertes”. La muerte produce en Bernárdez un miedo profundo y
contenido, pero, al mismo tiempo se convierte en el motor para continuar su
metamorfosis, ese viaje sin retorno que se inicia el momento en que mira los
ojos de Araceli Tennembaun. El miedo, la muerte, el sexo hacen en Bernárdez
aguas, al punto que, “sintió asco de sí mismo, un agudo remordimiento que a la
vez se le mezclaba con una espantosa vanidad creciente”.
Para Giardinelli, en Luna caliente, las pulsiones de las
pasiones humanas, se imponen al orden y la racionalidad de la razón humana,
porque éstas arrastran a todo ser humano, hacia una serie de pérdidas (proyecto
de vida) e irreversiblemente a la pérdida de sí mismo. Gracias don Mempo por
esta novela ejemplar.
Apenas había terminado
de leer la última página de la novela a mis estudiantes, que me miraban
azorados, sorprendidos y perplejos ante la trama de Luna caliente, el timbre de mi celular me devolvió a la realidad y
mucho más, al otro lado de la línea, la voz de una muchacha, casi una niña, me
dejó temblando como una cuerda de guitarra recién templada.
Iván Castro Aruzamen
Teólogo y filósofo
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