jueves, 3 de septiembre de 2009

DEMOCRACIA DE PALABRAS Y GESTOS

DEMOCRACIA DE PALABRAS Y GESTOS

¿Por qué habla Evo Morales en (desde) el Palacio de gobierno? Porque es el Presidente de los bolivianos, me dirán, rápidamente, muchos. Yo quiero decir que ese no es su sitio. Cada estadista, cada orador, cada político, consta de él y su circunstancia, como diría cualquiera que haya leído a Ortega y Gasset. Yo creo que el presi no tiene una pizca de filosofía, ni una comprensión mínima (ya nadie la tiene, por otro lado) de la política, peor una ideología o una cosa. Lo que tiene es una masa de adeptos inconscientes, un rebaño, un montón. Y cuando sale por la tele es para atacar a alguien o alguna institución, de manera abrupta, buscando ganarse al país con clichés incendiarios. Donde tiene que hablar Morales es en una chichería o en alguna quinta, hasta en el Melgarejo, de la calle Ingavi, hace unos años, de cuando era dirigente lo vi comer patos al horno. Ahí sería el Presidente, más auténtico, más él y su circunstancia. Algunos personajes de Palacio de Gobierno, también, según su circunstancia, debieran de hablar donde les corresponde. Sacha Llorenti, donde hablaba bien era en la Asamblea Permanente de los derechos humanos. David Choquehuanca, en los solsticios y wilanchas. Walter San Miguel, era un orador de bufete, sobre todo para los negocios del banzerismo. Juan Ramón Quintana, en algún seminario o curso de la Escuela de las Américas en Panamá. García Linera, donde habla bien es (era) en la tevé y en el lago Titicaca, y que hasta los peces y sapos salen a escucharle con cara de académicos.

He venido observando a este presidente y sus cuarenta secuaces desde que asumió el poder hace tres años; a mí me parece que, empezando por Evo Morales, todos los personajes de esta “democracia de costumbres y gestos”, debieran estar donde mejor hablaban, en su barra de “table dance”, en el compadrerío de barrio, de los bares y cantinas, chicherías y quintas, en los comedores populares de la cancha o los boliches apestosos de la zona sur. Pero, al fin y al cabo, la misión histórica que tenía el Presidente, era persuadir a los ricos del oriente y del occidente, para que abandonaran su ya esclerótica visión de Estado y se encarrilaran en la construcción de un país para todos, nada; al contrario, ajenos a su circunstancia, Evo Morales y el masismo, van cayendo en la tentación –igual que muchos caudillos y dictadorcillos en la América Latina del siglo XX: Pinochet, Fidel Castro, Hugo Banzer Suárez, Somoza, Hugo Chávez…– de quedarse, de persistir, de durar; Evo Morales está cayendo en la orgía perpetua del poder, y encima para mal, sus huestes le sacralizan mediante el mito y el rito de las proclamas de plazueleta y las Cámaras del parlamento, como si los bolivianos quisiéramos tener presidente indígena (indi-gerible) para siempre.

Me parece, además, que este es “el Presidente de los gestos”. Estamos en eso desde hace tiempo. Nada más y nada menos que en el gesto. “Y que el gobierno se reduce al MAS y el MAS se reduce a Evo Morales y, Evo Morales se reduce a un repertorio de gestos”, muchos de ellos chistosos, contradictorios, incongruentes, como el índice levantado cuando habla del imperialismo del Norte, por medio de un neoimperialismo popular. Desde que Evo Morales llegó a Palacio Quemado, hemos vivido de sus gestos: esa manera de entonar el himno nacional con el puño izquierdo levantado y apretado, casi al estilo hitleriano; o la chompita a rayas de la gira por Europa, las chaquetas confeccionadas con lana de alpaca y decoraciones incaicas y, sobre todo, ese gesto constreñido por hablar un castellano forzado, insolentemente. Los gestos del Presidente, la democracia de los gestos, es sólo para decir al país que este proceso de cambio y la revolución para nada del MAS, va a funcionar queramos o no. Todo indica (la pobreza, los bonos, el clientelismo, el compadrerio, la corrupción) que no va a funcionar, pero, de momento, yo creo, que para su campaña electoral de diciembre de este año, debiera de preocuparse de buscar un gesto para 50 años, porque eso de la retórica “Evo cumple”, está desgasta y manida por el mismo accionar, mediocre del masismo en la conducción del Estado.

Cuentan una anécdota por ahí, de que un día en Madrid, en el café Gijón, Ortega y Gasset, le dijo a José Camilo Cela: “Joven, ¿no prefiere usted que le conozcan por su nombre a que le conozcan por la cara?” Evo Morales y su entorno se han esforzado porque se les conozca por el nombre y por la cara, más nada por las obras y la buena administración del Estado, o la creación de una verdadera política económica. Les sucederá lo mismo que a ese personaje de Sthendal, de “El rojo y el negro”, Julian Sorel, estando a dos pasos de la muerte, pensó: “no he dejado de ser un hipócrita”. A tres meses de las elecciones y la probabilidad, segura, de montar un fraude electoral, cibernético, monumental, o daría lo mismo a horas, del día que caigan del poder, los masistas de la democracia de palabras y gestos, no dejarán de ser eso: hipócritas.


Iván Castro Aruzamen
Teólogo y filósofo
Profesor de derechos humanos

LA REVOLUCIÓN PARA NADA

LA REVOLUCIÓN PARA NADA

Un autor que caló profundamente en el catolicismo de ultraderecha, Tomás de Kempis, y al que mi abuela solía repetirlo a menudo, con el rosario en la mano, sobre todo, por eso de que el mundo era un teatro en el que cada cual debía de actuar de la mejor manera posible, por cierto no era tan malo a pesar de sus limitaciones; la frase de Kempis, “cada vez que estuve entre los hombres, volví menos hombre”, digo, para un homosexual, no sólo sería de su agrado, sino que, clínicamente, le absolvería de muchos tropiezos; sirva de excusa o no, dicha frase, hoy, más allá del platonismo de Kempis, nos sume en una honda preocupación: parece que, cada vez que uno siente la verborrea de la retórica masista, uno se siente menos boliviano, porque de esa cantaleta antiimperialista neoimperial, no ha desaparecido, esa obsesión que tanto se criticó a los gobiernos neoliberales, la apetencia por el cargo público –es una de las opciones, junto al tráfico de cocaína, más rápidas de hacerse de poder y salir de la pobreza–, el enganche, el homenaje –la celebración del 6 de agosto en Sucre, no fue sino un homenaje al indigenismo de Evo Morales y la ideologización in extremo por García Linera–, la coima, el compadrazgo, el amiguete; de ahí que, toda la vida y la política nacionales giren en torno a un retrosocialismo del verticalismo sindical, y una cada vez más invisible oposición de oriente y occidente.

Ya sabíamos y lo sabían los masistas, aprobada o no aprobada la Nueva Constitución, sea a través de un largo y/o turbo proceso, no era (es) la solución a los problemas estructurales del Estado en nuestro país; la impresión que tengo, después de su turbo aprobación en Oruro y luego el parlamento, es que se ha terminado haciendo de la Carta Magna una feria costumbrista, antes que una verdadera Constitución plurinacional; es una Constitución casera, sindical y excluyente; en esa dirección, la democracia, la libertad, la política, la nación, terminan siendo un puchero, un péctu, en suma, elementos decorativos de una fiesta costumbrista, y ya. Con la Constitución no se desayuna ni se almuerza, pues, aquí en Bolivia, lo que más comemos los pobres es el pan –a bien digo yo, porque crecí comiendo pan y leyendo libros, eso sí, aunque mi abuelo murió a los 98 años y las arrugas le dejaron como higo seco, hasta el último momento de su vida creyó que la tierra era plana; aquí la sabiduría de las arrugas, pasa por ser una choquehuancada ya célebre del Canciller del Estado Plurinacional–, pero, mucho más allá de la Constitución y el masismo, lo que los pobres queremos es, trabajo, libertad y pan, mucho pan, que me parece no es pedir mucho, quizá sólo sean las condiciones mínimas de toda propuesta o Plan de gobierno para los próximos 30 o 50 años; pan, Patria, Justicia, Libertad son necesarias para construir un Estado de las reales diferencias en la unidad; si lo más elemental para los pobres es el pan y el trabajo, los ricos y los nuevos oligarcas, se comen la patria, el poder y la libertad, también, creo que el plato suculento del momento, es el tema de lo plurinacional (patriotismo, suele decir García Linera).

Lo que iba a ser una revolución para cambiar la vida, transformar el mundo y glorificar la lengua, se ha ido quedando lentamente, quedamente, en un reformismo pequeño-burgués, todavía no resignado ni mucho menos desgastado; ahora bien, el cementerio de las revoluciones o donde van a morir los elefantes revolucionarios no es con una contrarrevolución, sino la mediocridad de sus gestores, qué más mediocridad que Choquehuanca, Celima Torrico, Alfredo Rada o Juan Ramón Quintana; es decir, la oportunidad histórica de salvar al país y salvarse así mismos, los masistas la han echado a perder, claro, qué saben los chanchos de margaritas ni los loros de pan mojado en leche. Astutamente lo que se quiere dejar en el país, es solamente una dorada mediocridad, bajo el nombre de revolución cultural y educativa; sabemos que con un pretendido discurso sobre el liderazgo regional y mundial de la dorada figura de Evo Morales, se quiere vender al mundo la imagen de un país de revoluciones, aunque, inevitablemente, Bolivia aparecerá como la que hizo su revolución cultural y educativa para nada, o sencillamente, la reforma pequeño-burgués de una clase dirigencial dorada, pero para nada.

La revolución para nada del MAS, no sólo acabó por echar abajo toda una arquitectura institucional del Estado sino que puso en su lugar una arqueología del pasado, y con eso rasgó nuestra fe en la vida misma, en la continuidad de algo que nos hiciera ser bolivianos, el tradicionalismo de una cultura e identidad construida, no ideologizada, porque ellos sólo conocen la tradición de la cultura del empoderamiento absolutista, vertical, genocida, qué gran mentira el pasatismo y el cinismo del dinero, que corroe las entrañas del masismo y las aguas sucias de su baño retrosocialista; es necesaria una revolución, un proceso de cambio, pero, para devolverle a la gente la dignidad y la fe en la vida misma, el pan y muchos libros.

Iván Castro Aruzamen
Teólogo y filósofo
Profesor de derechos humanos

YO, CANDIDATO

YO, CANDIDATO

Todo estaba medio tranquilo en mi vida, paisano, como siempre, metido en mis clases de literatura, mis artículos políticos en este periódico, las últimas visitas al médico, de rutina por supuesto, algunos problemas en el barrio, por ejemplo, una chichería infesta que acoge a toda clase de malandrines, esta rodilla mía un poco inflamada, cuando en esto que me llaman unos amigos, muy serios ellos, además, de librepensadores independientes, buenos tipos, una especie por encima de la clase política, tanto en lo ético como en lo profesional, y me dicen: “Que estamos preparando una candidatura, ya que están de moda los presidenciables. Y como independientes, un centro equilibrado, entre la extrema derecha y la izquierda, es decir, ni oligarcas ni terroristas, hemos pensado, te presentes candidato”. Antes de colgar el móvil, no puedo más que agradecer a mis amigos, por haber pensado en mí, ya es mucho para un gesto de amistad o tal vez de desesperación, como muchos bolivianos, frente a la ausencia de líderes políticos, con un poco de sesos y sensibilidad humana.

Joder, yo candidato. Sí, ahora se ha puesto de moda ser candidato, y una especie de demencia política empieza tentar a mil y (gil) para ser presidente. Si don Evo Morales llegó a ser Presidente, candidato, diputado, sindicalista, cocalero, platillero, llamero, es que, digo, paisa, para qué ser candidato, a nada, si cualquiera opta por ser político, para qué descender a ese submundo de parias de la política; si yo fuera candidato, debiera de haber sido, heladero, panadero, mozo, zafrero, cafizo, voceador, juez de agua, trapecista, clarividente, callahuaya… no señor, estoy no más bien así. El travestismo político de la derecha y la izquierda, se ha convertido en condición “sine qua non”, para ser candidato, no pasianos; eso de ser candidato, nada, no me veo candidato a nada, y es que la política en Bolivia, a más de ser subdesarrollada, en ella sólo hay espacio para una bola de ineptos y carentes de oposición(méritos); no hace mucho, escuché decir, con una parsimonia novelesca, a don José Luis Paredes (Papelucho), que se consideraba un (el mejor) servidor público nato, yo digo, todavía en nuestro país no existe una cultura del servicio desinteresado, en función del bien común, que se sustente en la gratuidad y la entrega por los demás, al punto de dar la vida por los amigos; el día que surja un servidor público de esa catadura, no cobrará un peso por su aporte a la comunidad, pues, mientras tanto, “el servidor público de nuestro tiempo (Presidente, Canciller, ministro, senador, diputado, dirigente y todos sus derivados) estará sujeto a las necesidades de la billetera y sus bajos instintos”.

Ser candidato es oficializarse o hacer que lo oficialicen otros; si nunca tuve un carnet o aval ni del MNR, MIR, ADN, CONDEPA, UCS, PS-1, PCB, PODEMOS, MAS y/o cualquier tienda política que haya existido, por qué ahora habría yo de renunciar, a aquello que quise desde el día que pise la universidad, un académico como el P. Miguel Manzanera o el maestro Juan Araoz, un novelista, un pensador, profesor, pero nunca candidato; en el Estado Plurinacional de hoy, ser candidato ya no es un mérito ni mucho menos, es sí, en cambio, el lugar indicado para los vividores, sátrapas, corruptos, antipatriotas, terroristas, travestis, facinerosos, ostras, mezquinos, megalómanos… en pocas palabras, para los prescindibles y toda laya de bazofia politiquera; Dios quiera que a las nuevas generaciones, ni siquiera se les pase por la cabeza querer ser como un Víctor Paz Estensoro, Goni Sánchez de Lozada, Jaime Paz Zamora, Evo Morales, García Linera, y me vienen ahora estos amigos míos, a querer hacerme como esos personajes.

¿Yo candidato, yo espejo cívico, yo escultura ética, alegoría ciudadana, arquetipo, patriota, padre o cosa? Yo, no. Que otros se aventuren y enloden en ese río de bosta política. Mejor que ser candidato, mucho más digno, es pasarse uno la vida, pregonando sus vicios, haciendo literatura, hablando de los pecados y las perversiones que llevamos dentro y sacándoles el cuero a los personajes abyectos de la política. El poder que da un carnet o un aval oficializándose, no es nada comparado con el poder de la palabra y la inteligencia sentiente, eso lo saben muy bien los novelistas y escritores y poetas, pues, el carnet o el aval, pasa.

“Estoy para siempre con esos librepensadores independientes, anti Evo Morales, anti García Linera, anti oligarcas, anti izquierdistas, anti comunistas, anti indigenistas y anti militarismo. Eso sí, desde la calle, porque la calle sí que es de nosotros y no de masitas o cualquier facción radical, ni de ningún pendejo que se pasa la vida de candidato a todo”.

Iván Castro Aruzamen
Teólogo y filósofo
Profesor de derechos humanos