jueves, 3 de septiembre de 2009

LA REVOLUCIÓN PARA NADA

LA REVOLUCIÓN PARA NADA

Un autor que caló profundamente en el catolicismo de ultraderecha, Tomás de Kempis, y al que mi abuela solía repetirlo a menudo, con el rosario en la mano, sobre todo, por eso de que el mundo era un teatro en el que cada cual debía de actuar de la mejor manera posible, por cierto no era tan malo a pesar de sus limitaciones; la frase de Kempis, “cada vez que estuve entre los hombres, volví menos hombre”, digo, para un homosexual, no sólo sería de su agrado, sino que, clínicamente, le absolvería de muchos tropiezos; sirva de excusa o no, dicha frase, hoy, más allá del platonismo de Kempis, nos sume en una honda preocupación: parece que, cada vez que uno siente la verborrea de la retórica masista, uno se siente menos boliviano, porque de esa cantaleta antiimperialista neoimperial, no ha desaparecido, esa obsesión que tanto se criticó a los gobiernos neoliberales, la apetencia por el cargo público –es una de las opciones, junto al tráfico de cocaína, más rápidas de hacerse de poder y salir de la pobreza–, el enganche, el homenaje –la celebración del 6 de agosto en Sucre, no fue sino un homenaje al indigenismo de Evo Morales y la ideologización in extremo por García Linera–, la coima, el compadrazgo, el amiguete; de ahí que, toda la vida y la política nacionales giren en torno a un retrosocialismo del verticalismo sindical, y una cada vez más invisible oposición de oriente y occidente.

Ya sabíamos y lo sabían los masistas, aprobada o no aprobada la Nueva Constitución, sea a través de un largo y/o turbo proceso, no era (es) la solución a los problemas estructurales del Estado en nuestro país; la impresión que tengo, después de su turbo aprobación en Oruro y luego el parlamento, es que se ha terminado haciendo de la Carta Magna una feria costumbrista, antes que una verdadera Constitución plurinacional; es una Constitución casera, sindical y excluyente; en esa dirección, la democracia, la libertad, la política, la nación, terminan siendo un puchero, un péctu, en suma, elementos decorativos de una fiesta costumbrista, y ya. Con la Constitución no se desayuna ni se almuerza, pues, aquí en Bolivia, lo que más comemos los pobres es el pan –a bien digo yo, porque crecí comiendo pan y leyendo libros, eso sí, aunque mi abuelo murió a los 98 años y las arrugas le dejaron como higo seco, hasta el último momento de su vida creyó que la tierra era plana; aquí la sabiduría de las arrugas, pasa por ser una choquehuancada ya célebre del Canciller del Estado Plurinacional–, pero, mucho más allá de la Constitución y el masismo, lo que los pobres queremos es, trabajo, libertad y pan, mucho pan, que me parece no es pedir mucho, quizá sólo sean las condiciones mínimas de toda propuesta o Plan de gobierno para los próximos 30 o 50 años; pan, Patria, Justicia, Libertad son necesarias para construir un Estado de las reales diferencias en la unidad; si lo más elemental para los pobres es el pan y el trabajo, los ricos y los nuevos oligarcas, se comen la patria, el poder y la libertad, también, creo que el plato suculento del momento, es el tema de lo plurinacional (patriotismo, suele decir García Linera).

Lo que iba a ser una revolución para cambiar la vida, transformar el mundo y glorificar la lengua, se ha ido quedando lentamente, quedamente, en un reformismo pequeño-burgués, todavía no resignado ni mucho menos desgastado; ahora bien, el cementerio de las revoluciones o donde van a morir los elefantes revolucionarios no es con una contrarrevolución, sino la mediocridad de sus gestores, qué más mediocridad que Choquehuanca, Celima Torrico, Alfredo Rada o Juan Ramón Quintana; es decir, la oportunidad histórica de salvar al país y salvarse así mismos, los masistas la han echado a perder, claro, qué saben los chanchos de margaritas ni los loros de pan mojado en leche. Astutamente lo que se quiere dejar en el país, es solamente una dorada mediocridad, bajo el nombre de revolución cultural y educativa; sabemos que con un pretendido discurso sobre el liderazgo regional y mundial de la dorada figura de Evo Morales, se quiere vender al mundo la imagen de un país de revoluciones, aunque, inevitablemente, Bolivia aparecerá como la que hizo su revolución cultural y educativa para nada, o sencillamente, la reforma pequeño-burgués de una clase dirigencial dorada, pero para nada.

La revolución para nada del MAS, no sólo acabó por echar abajo toda una arquitectura institucional del Estado sino que puso en su lugar una arqueología del pasado, y con eso rasgó nuestra fe en la vida misma, en la continuidad de algo que nos hiciera ser bolivianos, el tradicionalismo de una cultura e identidad construida, no ideologizada, porque ellos sólo conocen la tradición de la cultura del empoderamiento absolutista, vertical, genocida, qué gran mentira el pasatismo y el cinismo del dinero, que corroe las entrañas del masismo y las aguas sucias de su baño retrosocialista; es necesaria una revolución, un proceso de cambio, pero, para devolverle a la gente la dignidad y la fe en la vida misma, el pan y muchos libros.

Iván Castro Aruzamen
Teólogo y filósofo
Profesor de derechos humanos

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