EL PALACIO
DE CRISTAL
No pasó mucho tiempo antes de que el presi del
Estado Pluri empiece nuevamente a hablar pendejadas, dirían los colombianos.
Después de llenar todo un libro, Las
evonadas, con las expresiones más abruptas, inconsistentes, inconscientes,
carentes de sentido, que se hayan podido registrar en la historia de castellano
en Latinoamérica, otra vez se enreda en la lengua de Cervantes y lo hace con su
lengua; por supuesto que la falta de identidad en su persona, de alguna forma
le hace sentir incómodo en una lengua tan colonial como la Ibérica, sin
embargo, para sorpresa nuestra y en contra de la Constitución, al parecer
tampoco se siente a gusto ni en el aymará ni el quechua.
Santa Cruz de la Sierra, más allá de toda la
frivolidad, el glamour, el derroche, la violencia y la enorme brecha entre el
primer anillo y las villas, simbolizan las aspiraciones y esperanzas de toda
una sociedad, embarcada en la modernización, como ninguna otra ciudad
boliviana, y en todo esto sólo busca que sus ciudadanos se sientan bien en
ella. Cualquier ataque sobre tópico alguno así sea un estigma como la flojera,
tan ofensivamente aplicada por los altiplánicos hacia el camba o habitante del
oriente, no es otra cosa que un latigazo a toda la gente de la región. Los
seguidores de Evo Morales, como la ministra Dávila o el ministro Romero, han
salido a la palestra para tratar de interpretar lo ininterpretable del discurso
presidencial en Copacabana, lo que revela la escasa episteme de un gobierno de
ideócratas, que no saben cómo embellecer al Ogro filantrópico Evo Morales,
dizque además, el primer presi indígena y que no es más que la suprema
encarnación de la megalomanía desorientada.
El hombre Subterráneo, de Fedor Dostoievski, en su
incesante diálogo consigo mismo dice: “Al hombre le encanta crear caminos,
sobre eso no hay discusión. Pero… ¿no será… que instintivamente tiene miedo de
alcanzar su meta y de completar el edificio que está construyendo? Quien sabe,
tal vez ese edificio sólo le guste desde cierta distancia y no le guste nada
desde cerca, quizá sólo le guste construirlo, y no quiera vivir en él”. Por
ahora los únicos que se sienten a sus anchas en el edificio que quieren
construir los masistas, bajo la bandera de un Estado Pluri, anticolonial, antiimperialista,
antineoliberal, dicen, no son los campesinos ni los más pobres, sino los
ideólogos del Partido único, porque han logrado instalarse cómodamente en la
historia de este país, gracias a la farsa del cambio y la utopía del despegue
económico hasta el 2025. Pero, para una gran mayoría de bolivianos, los signos
más evidentes de cambio son la de un Estado corrupto, prevendalista,
burocratizado hasta la mugre, policial, y sienten que la brecha entre las
esperanzas de una mejor condición de vida y su realización, ilustran el miedo
del Hombre Subterráneo.
Para hombres y mujeres que creen en la aventura
creativa de hacer una sociedad más justa y fraterna, al parecer sus sueños de
un país mejor construido y donde todos
puedan caber y no sólo los ideócratas del Partido, se van transformando
lentamente en una pesadilla.
Los trabalenguas discursivos del Señor Presidente,
sólo son la punta de un ovillo de proporciones indescriptibles. El problema es
mucho más álgido de lo que parece. Un gobierno que concibe y planea un gran
cambio para sus ciudadanos, y que sin embargo se torna hostil y despoja a la
gente de sus prerrogativas tan básicas como hablar, reunirse, discutir,
disentir, comunicar sus necesidades y expresar libremente sus ideas, es que la
democracia está siendo asesinada a sangre fría. La muestra más clara de los
defectos que padece un régimen así es la intolerancia. Los procesos iniciados
por el gobierno y sus afines, ya suman por centenares. El último anunciado
contra la Agencia de Noticias Fides (ANF), el Diario y Página Siete, no es
ninguna novedad, sino la práctica inevitable de un gobierno que tiene por
cabeza a un Big Brother, un Tirano Banderas, un Yo el Supremo, un Patriarca,
que cree que el trabajo dizque honrado de cocaleros lo ha llevado a un Palacio
de Cristal, los nazis quisieron quedarse una eternidad pero sólo duraron 12
años. Por mucho que sueñe el Stalin andino con el paraíso terrenal, tarde a más
temprano su Palacio de Cristal estallará en mil pedazos.
Iván Castro Aruzamen
Teólogo y filósofo
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