miércoles, 24 de septiembre de 2008

El PAÍS DESNUDO

EL PAÍS DESNUDO

Hasta hoy, el país, nunca había aparecido en toda su desnudez, mostrando cómo toda la frustración histórica de su imaginario por construir un Estado nacional, no fue nada más que un narcisismo soterrado a la luz de una práctica política que da asco; esta práctica del cinismo político no sólo le hubo sumido en una inercia histórica, pues, le llevó a guardar su odio en el más profundo laberinto de la soledad; y no es que como sociedad hayamos olvidado y dejado pasar por alto las enormes desigualdades que han marcado el destino, no sólo del país, sino de todo un continente y más de la mitad del planeta; pero, hoy más que nunca ha brotado un odio incontenible desde el seudoconcepto de etnia, en el que no hay cabida para las diferencias; las identidades asesinas, reclamadas tanto por unos como otros (movimentistas hacia el socialismo/autonomistas inclaudicables) no han hecho otra cosa que conducirnos al borde de la irracionalidad, el genocidio. Y aunque parezca una novela latinoamericana del realismo mágico, pues, no lo es: no ha sido la izquierda recalcitrante del afeminado García Linera y sus lacayos, ni la derecha atrincherada en la autonomía regional, inteligentemente robada a los pueblos de tierras bajas, los que nos han conducido al odio y la violencia; es sobre todo la pugna por el poder político, la que ha conducido a que ambos bandos hagan uso del Estado Criminal para fines estrictamente maquiavélicos.

Ya no importa ha estas alturas instaurar un socialismo andino (anodino) o capitalismo aymara, lo que cuenta más allá de toda ideología es el apoderamiento del poder como fin en sí mismo; por supuesto que el lúcido Foucault de la Microfísica del poder, no tiene reparos en afirmar que el poder corroe hasta la mugre de la uñas; y así como nos demostró el fracaso histórico de Bolivia, la ceguera de gobernantes de toda laya, frente a las mayorías sumergidas en el miseria, otra vez, campesinos, indígenas, originarios, comunarios y otros sectores desprotegidos, terminan aplastados por un discurso mimetizado, engañoso, mentiroso y amañado, bajo la bandera de reivindicaciones sociales e ilusionados por el espejismo de un poder que no ejercen; pues, la voz que ayer reclamaba la teología de los años sesenta, para aquellos que no la tenían, y que ella sostenía hacerla escuchar, ha sido usurpada por la praxis de políticos, que causan asco, como hace unas décadas atrás; la voz de los indígenas y campesinos, hoy, tiene rostros demasiado occidentales, tiene la fisonomía de la guapa gente, burguesa, de izquierdas, tiene el dulce semblante de unos García Linera, Juan Ramón Quintana, Alfredo Rada, Fabián Yaksic (que suena tan valcánico como Marincovic), Antonio Peredo o como el de Rafael Puente, hijo de un ibérico fascista, pequeño cerdo burgués, o un enternado Sacha Llorenti, cuyo apellido es tan italiano como el de Mussolini, o el siniestro viceministro Arce, que se tilda de católico; pues, todos ellos no son sino la clonación de los otrora, Sánchez de Lozada, Sánchez Berzaín, Banzer Suárez, Paz Zamora, Carvajal Donoso, Doria Medina, o el no tan lejos demócrata cristiano Benjamín Miguel; que hayan llegado al poder, los Mamani o los Choque, o los Chipana, o los Quispe, o los Condori, no es más que una ilusión fruto del espejismo de un poder político que anhelaban tocarlo.

Así, aparece el país que heredaran las generaciones futuras, desnudo, dejando al descubierto las llagas del odio insuflado por los nuevos mesías de los pobres, los indígenas y campesinos, que miran a estos nuevos miserables y desarrapados como un rebaño y los empujan lentamente hacia el abismo de una nueva derrota y frustración histórica: ya lo hizo el neoliberalismo de los 80.

Iván Castro Aruzamen
Teólogo y Filósofo
Profesor de DDHH - UCB