LAS MENTIRAS DE LA REVOLUCIÓN
Bolivia desde su independencia ha vivido bajo Constituciones republicanas y
democráticas, pero, todos los regímenes sean democráticos, republicanos,
liberales o conservadores, de izquierda o derecha, en la práctica han sido
dictaduras. Si bien desde 1825 hasta el 2005, los gobiernos han optado por
distintas ideologías, sin embargo, esas máscaras no lograron ocultar la
verdadera cara de nuestra historia política, y quizá la más nefasta y
aberrante: el caudillo, el déspota, el esperpento henchido de poder. Y el
actual régimen, que se define a sí mismo como socialista, al igual que todos
los que anota la historia política, se debate entre el discurso de una
auténtica democracia –es decir teórica, por tanto muy alejada de la praxis
diaria- y el caudillismo; ambos en el proceso de hoy se han tornado inoperantes
para solucionar las necesidades de la gente. No cabe duda que los problemas que
se van suscitando desde el contexto real local hasta el nacional, es una muestra
clara de cómo el sistema se va desgastando. A pesar de que todavía hay quienes
se empecinan en ver peras donde sólo existen olmos y lo llaman proceso de
cambio, aunque lo más palpable de este momento político es el fortalecimiento
de un grupo de nuevos burgueses, amparados en la escasa conciencia política de
las masas; pero, también han demostrado que son absolutamente incapaces de
resolver conflictos por medios políticos, de modo que, no les queda otro camino
–a pesar de que el gobierno se define populista, socialistas, la voz de los
pobres, etc.– más que apelar a la fuerza del Estado: la policía y el ejército.
El actual partido de gobierno, en una primera etapa intento algunas
reformas sociales, más nunca cayeron en la cuenta sus ideólogos, que la burocratización
es el destino de toda revolución superficial; por tanto una vez burocratizadas
las estructuras cupulares del partido, cualquier intento de reforma social
siempre termina siendo insuficiente, porque las revoluciones siempre acaban
volcándose sobre sí mismas. Por esa razón, nuestra epiléptica democracia
adolece de una mínima vitalidad política; pues, en las verdaderas democracias,
la auténtica fuerza y vitalidad de las mismas está en la diversidad ideológica
y la pluralidad de opiniones y partidos. Aunque el panorama es mucho más
desolador, sobre todo para las nuevas generaciones; por ejemplo, cuando
pensamos en los poderes del Estado y según nuestra Nueva Constitución
Plurinacional, estos están llamados a preservar la democracia, en el caso del
poder legislativo, donde el actual gobierno cuenta con una amplia y abrumadora
mayoría oficialista, no es un órgano de discusión y deliberación sino
simplemente de aprobación mecánica de las ordenes presidencialistas; allí, la
misión de los senadores y asambleístas plurinacionales del MAS se ha reducido a
aplaudir y elogiar y besar el báculo del presidente más indígena que ha pisado
la historia nacional y que su indigenismo es tan pluri que sólo habla una sola
lengua: el castellano colonizador. Y la función del poder judicial es aún más
triste, su servilismo al poder ejecutivo ha llegado a tal punto que no es más
que un apéndice y en estado de putrefacción.
En medio de ese triste y desolador cuadro político, en Bolivia no tenemos
una auténtica vida política, sencillamente, porque se ha eliminado el espacio
libre desde donde se despliega la discusión de las ideas y las personas. El
discurso de las tres grandes mentiras sobre las cuales rueda este gobierno (el
indigenismo, la plurinacionalidad y la lucha contra la corrupción y el
narcotráfico) ha penetrado, sobre todo, y con una fuerza irracional, en casi
todos los sectores con niveles de educación incipiente y, por supuesto, donde
no es posible una actitud crítica. Todo termina siendo irreal, ficticio, porque
al igual que la buena literatura, se basa en la mentira. Un ejemplo notable son
los medios de comunicación, casi un noventa por ciento, dicen lo que pueden, y
ese decir lo que se puede, es lo que a los grandes intereses de las burocracias
del partido y sindicales les conviene parta mantenerse en el poder cómodamente.
Así el único poder verdadero y real en nuestro país está concentrado en el
Estado, sustentado por las mentiras y los intereses de los grandes imperios del
narcotráfico, el contrabando y otras lacras de la sociedad.
¿Por cuánto tiempo más, se sostendrá la mentira de una revolución que ha
teñido de gris, de conformismo, de pasividad, la vida política nacional? Quizá
hasta que el caudillo caiga en la cuenta que fue secuestrado por el poder y
agonice en la soledad más miserable.
Iván Castro Aruzamen
Teólogo y filósofo
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