SI
SE CALLA LA VIDA CALLA EL CANTOR
Hugo Chávez Frías, constituye el ejemplo más vivido y
patético, de cómo un ser humano a pesar de sus limitaciones temporales, su
finitud terrenal, es capaz de morir por, en
y con el poder, aún a sabiendas que
el poder carcome las entrañas del ser humano. Por supuesto, que ese fue también
el triste final, además, solitario, como el que tuvieron en su momento
monstruos tan feroces que parieron las ideologías, como Hitler, Stalin, Somoza
y los ya conocidos de esta década: Gadafi o el sirio, Bashar al- Assad; en
nuestra reciente historia latinoamericana, en las décadas de los sesenta y
setenta, toda la galería de dictadores, desde los más imbéciles hasta algunos
moderados, pero dictadores al fin, ha sido común su vocación por el poder ¿A
cuál de estos bandos se inscribirá el comandante Chávez? Seguramente la
historia ulterior lo dirá.
Ahora, que la fragilidad humana de un simple y llano
mortal y que en vida pretendió escalar hasta el Olimpo de Zeus, haya pretendido
esquivar el destino con uñas y dientes, es otro cantar. Al final, ideología
aquí o allá, el comandante caribeño, terminó sucumbiendo ante la única verdad
incontrastable en este mundo: la muerte. Y que muchos acabaremos la vida,
posiblemente, como perros, con poder o sin él, también es verdad.
Eso que se ha dado en llamar la izquierda
latinoamericana, bajo la égida del socialismo del siglo XXI, aunque no es sino,
la manera más cómoda de instalarse en la historia, en nombre de los pobres, es
algo que va más allá de cualquier postulado ideológico, porque la realidad
siempre termina por rebasar la ley, ¿y hacia dónde va esa cosa? A corto plazo
es impredecible, pero, no cabe duda de que así como empezaron el pasado siglo a
desmoronarse las utopías socialistas, en cuanto los tiranos desaparecieron,
también es inconstrastable. Por el momento, la tarea más urgente de la
izquierda venezolana, si quiere mantener el discurso, recurrirá a cuánta tetra
ideológica encuentre, como tratar de convertir a Chávez en divinidad, en
redentor, y para eso como iglesia secular, necesitan (rán) atribuirle algunos
milagros inexistentes (sanaciones, expulsión de demonios… etc.).
Horacio Guaraní, ese cantor argentino de voz potente,
solía cantar en tiempos de efervescencia de la música protesta: “Si se calla el
cantor calla la vida, porque la vida misma es todo un canto…”; y si se silencia
la vida, el canto desaparece. Y es eso justamente lo que ha pasado con Hugo
Chávez. La vida le ha ahogado el canto. El caudillo latinoamericano más allá de
ser una infeliz herencia hispano-árabe, ha vivido para concentrar el cáncer del
poder hasta que la muerte los separe. Por eso cuando la vida se extingue lenta
o bruscamente de la humanidad del caudillo, no hay revolución ni ideología que
aguante. Por encima de las revoluciones está siempre la contingencia de la
vida.
Una de las maneras más equivocadas intentando esquivar la
muerte es refugiarse en el poder, porque sabemos que huir de la muerte es ir a
su encuentro. Y como decía Popper, la historia universal está teñida con la
marca de los más grandes déspotas, asesinos, tiranos, que han marcado el
destino de pueblos enteros. Sin duda que oscuros personajes como los caudillos,
los tiranos, los fundamentalistas de toda índole, vivirán su propio infierno
aquí y después de la muerte, donde el llanto y rechinar de dientes es su única
música. Aunque no es posible quitarles la posibilidad de que, Dante, los visite
de vez en cuando acompañado del temible minotauro, devorador de hombres, para
leerles algún verso consolador y/o para recordarles que si calla la vida, el
canto no es más que un simple recuerdo, que las multitudes olvidan fácilmente,
es así de frágil la memoria humana; y que además, después de muertos todos los
hombres suelen ser buenos, según los hombres.
Iván Castro Aruzamen
Teólogo y filósofo
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