UN ARTISTA DEL HAMBRE
La huelga de hambre iniciada el pasado jueves por Evo Morales y algunos dirigentes sindicales y masistas, tiene mucho de alharaca, antes que una verdadera experiencia sobre la galopante hambruna que sufren los pobres; esta inimaginable huelga de un mandatario de Estado, por supuesto, que ha hecho noticia en el mundo occidental, ya que es algo así como si un hombre hubiera mordido a un perro, es decir, producto del realismo mágico de este lado del mundo; el pretexto de esta campaña mediática ha sido, según Morales, para presionar al Senado nacional, ante la negativa de la oposición boliviana de sancionar una norma electoral que permitiría la celebración de comicios generales en diciembre, pero, no es ni será una experiencia sincera para captar la esencia del hambre que soportan cada día miles y miles de compatriotas nuestros; Luís Espinal, pensaba, “cuando se tiene hambre se comprende mejor la urgencia de trabajar para que haya justicia en el mundo”, ¿qué hambre pueden pasar quienes (sindicalistas, al estilo de Filemón Escobar y otros) viven (ron) toda su vida de comisión o a costillas del Estado? Valdría la pena diferenciar una huelga de hambre política, excibisionista, de cabaret, de una verdadera huelga de hambre, esa que –según Espinal– busca la justicia o por lo menos intenta construir un orden más justo.
“La huelga debe ser más angustiosa para el que la contempla que para el que la sufre”, decía Espinal; y tenía mucha razón; si ésta tiene como fin el bien de todos, pues, no sólo produce una auténtica solidaridad social, colectiva, sino que además ahonda en el espíritu de liberación social y adhesión incondicional de quienes luchan por la libertad; pero, si nada más es la manifestación egolátrica del caudillo, se transforma en experiencia para la risa, la mofa, y por tanto, en un acto banal, caricaturesco de un émulo de pequeño burgués.
Una verdadera huelga de hambre, como dice Espinal, “debe ser un fenómeno espontáneo (algo) que brota por doquier, como la hierba después de la lluvia, sin que nadie la siembre”, y no debe maquillarse de palabrerías u slogans insulsos, mucho menos estar abanderada por un partido político; aunque lo más importante para la legitimidad de tal acción, es el apoyo de sectores independientes, ajenos al gobierno; sin embargo, la huelga de Evo Morales y sus adeptos cercanos, sólo ha contado con el apoyo de los miembros del Movimiento al Socialismo (dirigentes a sueldo del Estado, trabajadores prefecturales y municipales, y algunos pobres, ancianos y ancianas, que son manipulados por la ignominia del partido).
Seguramente, Evo Morales, después de su experiencia publicitaria fallida, y, una huelga de hambre digna del espectáculo teatral, no podrá hacer suya, esa afirmación contundente de Luís Espinal, a la hora del triunfo, cuando le torció el brazo a la dictadura banzerista: “Finalmente, no hemos hecho una huelga de hambre tú y yo; ha sido todo un pueblo, hemos sido uno más dentro de la corriente. No he hecho nada extraordinario: era algo que simplemente había que hacer”. Si una huelga de 4 días, sirvió a Evo Morales, para caer en la cuenta de que su teatro del hambre era un acto “solamente étnico y personal”, una farsa, y que el camino de reconciliación nacional pasa por sentir el hambre y la desnutrición de los pobres, hecha carne en políticas públicas que favorezcan el desarrollo de todas las potencialidades humanas de los desposeídos, que va más allá del mero disfrute del poder, porque el verdadero servicio está en hacer del otro un fin. “La vida es para gastarla por los demás”, sentenció Espinal, y cuan lejos aparece en la vida política esta afirmación, peor aún, en momentos en que la política atraviesa una crisis “de”, que genera de por sí un asco, contenido tan sólo por la esperanza; hasta ahora, ni los políticos del MAS ni de la oposición en su conjunto (y sus consabidos resabios neoliberales y tradicionales) han sabido servir y (gastar) la vida en función del bien común.
Luís Espinal, no solamente habría escrito una columna vehemente contra la artística huelga de hambre de Evo Morales, más allá de la incidencia en su sobrepeso, sino que también vería con una mirada silenciosa y doliente la posición de un buen sector del jesuitismo en Bolivia, que, de una forma u otra avala un masismo impregnado con la presencia de una izquierda vegetariana (radical) como la de García Linera, que Espinal combatió encondamente a lo largo de todo su proyecto político-social.
Iván Castro Aruzamen
Teólogo y filósofo
Profesor de derechos humanos
La huelga de hambre iniciada el pasado jueves por Evo Morales y algunos dirigentes sindicales y masistas, tiene mucho de alharaca, antes que una verdadera experiencia sobre la galopante hambruna que sufren los pobres; esta inimaginable huelga de un mandatario de Estado, por supuesto, que ha hecho noticia en el mundo occidental, ya que es algo así como si un hombre hubiera mordido a un perro, es decir, producto del realismo mágico de este lado del mundo; el pretexto de esta campaña mediática ha sido, según Morales, para presionar al Senado nacional, ante la negativa de la oposición boliviana de sancionar una norma electoral que permitiría la celebración de comicios generales en diciembre, pero, no es ni será una experiencia sincera para captar la esencia del hambre que soportan cada día miles y miles de compatriotas nuestros; Luís Espinal, pensaba, “cuando se tiene hambre se comprende mejor la urgencia de trabajar para que haya justicia en el mundo”, ¿qué hambre pueden pasar quienes (sindicalistas, al estilo de Filemón Escobar y otros) viven (ron) toda su vida de comisión o a costillas del Estado? Valdría la pena diferenciar una huelga de hambre política, excibisionista, de cabaret, de una verdadera huelga de hambre, esa que –según Espinal– busca la justicia o por lo menos intenta construir un orden más justo.
“La huelga debe ser más angustiosa para el que la contempla que para el que la sufre”, decía Espinal; y tenía mucha razón; si ésta tiene como fin el bien de todos, pues, no sólo produce una auténtica solidaridad social, colectiva, sino que además ahonda en el espíritu de liberación social y adhesión incondicional de quienes luchan por la libertad; pero, si nada más es la manifestación egolátrica del caudillo, se transforma en experiencia para la risa, la mofa, y por tanto, en un acto banal, caricaturesco de un émulo de pequeño burgués.
Una verdadera huelga de hambre, como dice Espinal, “debe ser un fenómeno espontáneo (algo) que brota por doquier, como la hierba después de la lluvia, sin que nadie la siembre”, y no debe maquillarse de palabrerías u slogans insulsos, mucho menos estar abanderada por un partido político; aunque lo más importante para la legitimidad de tal acción, es el apoyo de sectores independientes, ajenos al gobierno; sin embargo, la huelga de Evo Morales y sus adeptos cercanos, sólo ha contado con el apoyo de los miembros del Movimiento al Socialismo (dirigentes a sueldo del Estado, trabajadores prefecturales y municipales, y algunos pobres, ancianos y ancianas, que son manipulados por la ignominia del partido).
Seguramente, Evo Morales, después de su experiencia publicitaria fallida, y, una huelga de hambre digna del espectáculo teatral, no podrá hacer suya, esa afirmación contundente de Luís Espinal, a la hora del triunfo, cuando le torció el brazo a la dictadura banzerista: “Finalmente, no hemos hecho una huelga de hambre tú y yo; ha sido todo un pueblo, hemos sido uno más dentro de la corriente. No he hecho nada extraordinario: era algo que simplemente había que hacer”. Si una huelga de 4 días, sirvió a Evo Morales, para caer en la cuenta de que su teatro del hambre era un acto “solamente étnico y personal”, una farsa, y que el camino de reconciliación nacional pasa por sentir el hambre y la desnutrición de los pobres, hecha carne en políticas públicas que favorezcan el desarrollo de todas las potencialidades humanas de los desposeídos, que va más allá del mero disfrute del poder, porque el verdadero servicio está en hacer del otro un fin. “La vida es para gastarla por los demás”, sentenció Espinal, y cuan lejos aparece en la vida política esta afirmación, peor aún, en momentos en que la política atraviesa una crisis “de”, que genera de por sí un asco, contenido tan sólo por la esperanza; hasta ahora, ni los políticos del MAS ni de la oposición en su conjunto (y sus consabidos resabios neoliberales y tradicionales) han sabido servir y (gastar) la vida en función del bien común.
Luís Espinal, no solamente habría escrito una columna vehemente contra la artística huelga de hambre de Evo Morales, más allá de la incidencia en su sobrepeso, sino que también vería con una mirada silenciosa y doliente la posición de un buen sector del jesuitismo en Bolivia, que, de una forma u otra avala un masismo impregnado con la presencia de una izquierda vegetariana (radical) como la de García Linera, que Espinal combatió encondamente a lo largo de todo su proyecto político-social.
Iván Castro Aruzamen
Teólogo y filósofo
Profesor de derechos humanos
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