NEOFASCISMOS EN BOLIVIA
“Las ideas dominantes no son precisamente la ideas de aquellos que dominan”, afirmó alguna vez el pensador francés, Etienne Balidar. Esa paradoja planteada por Balidar, en nuestro escenario político, nos sitúa frente a dos posibilidades, en lo que respecta al uso del poder: poder político y poder económico. Por un lado, quienes se han hecho con el control del poder político, ejercen el mismo, no precisamente a partir de ideas propias; a estas alturas, ya ha caído en la cuenta, un grueso de la población, de que el modelo defendido por el ejecutivo, responde a intereses foráneos, sobre todo, una correspondencia preocupante con el diseño de Estado belga, el cual, prácticamente está al borde de la escisión. Por otro lado, la derecha radical, bajo la bandera autonomista, todavía tiene bajo su control, una gran parte del sector productivo del país, aunque no ha terminado por asumir, el único camino, de cara a su permanencia en el espectro político, el diálogo sincero e intercultural, con el poder político del momento.
Asimismo, está claro, que cada una de las facciones, tanto la derecha como la izquierda, tienen todas las características de los fascismos, cada cual con una lectura sesgada de la realidad; de ahí que, ambas posturas fascistas estén centradas en la “manipulación” de anhelos auténticos del pueblo, uno de ellos, la construcción irrenunciable de una verdadera solidaridad comunitaria y social, mixtificando la verdadera dimensión de la descarnada competencia y explotación, que ensombrece el futuro de inmensas mayorías; desde luego, estas posiciones ideológicas (burguesía/indigenismo) “distorsionan” la expresión del deseo más profundo de la sociedad boliviana –la posibilidad de un Estado intercultural– con el único objeto de legitimar la continuación de relaciones de explotación y dominación social, de un lado, y el sometimiento a la clase dirigencial, la lealtad ciega, imposición e ineficiencia estatal, por otro.
En toda sociedad, las posiciones radicales, pugnan por hacerse con una hegemonía absoluta sobre la estructura institucional y territorial, a través del Estado; toda lucha por la hegemonía ideológica y política (económica o cultural) siempre es, la lucha por la apropiación de términos que se sienten “espontáneamente” como “apolíticos”, como si trascendieran las fronteras políticas; esa incesante carrera por apropiarse de términos, en el caso de la izquierda, ha sido frenética, al punto que sólo se busca convencer al ciudadano, que el pobre indiecito, el cocalero atrapado flagrantemente por la 1008, el sindicalista nacido de los arrabales, el perseguido político de la dictadura, son los únicos poseedores de la “dignidad”, la “liberación”, la “transformación”, olvidando que la dignidad es inherente a todo ser humano y, es más, la dignidad de Dios pasa por sobre aquellos –restituyendo– que han sido despojados de la misma; la ultraderecha, también, se ha esforzado por apropiarse de términos como “libertad”, “solidaridad”, “igualdad”, que anulan con su neopragmatismo neoliberal.
Pero, lo que no han acabado por comprender, autonomistas e indigenistas, masistas, sindicalistas y toda la pléyade de mercaderes de la política, es que, alcance el nivel que alcance el poder político y económico, siempre tendrá en frente una resistencia civil fuerte, porque la “resistencia” es inmanente al Poder, y que Poder y contrapoder se generan mutuamente haciendo de la dinámica social un campo de batalla; así como el poder mismo, genera el exceso de resistencia que finalmente no logrará dominar, es una realidad a la que ningún proyecto político ha podido escapar hasta ahora. Si bien no tienen por ahora los días contados, quienes ejercen el poder, pero están condenados al agujero negro de la resistencia civil.
Frente a la encrucijada que produce el choque del poder político y económico, y la lucha por la hegemonía, no puede haber ningún tipo de empate catastrófico ni de otra índole, porque las consecuencias de dicha posibilidad, en un mundo sacudido por una economía flotante y libre de toda fricción, sería catastrófico para un país como el nuestro; las preguntas que nos quedan rebotando son: ¿Las ideologías fascistas están preparadas para hacer frente una situación global de riesgo? ¿El modelo propuesto es viable en una cultura política del caos y la ruptura?
De todas formas, la política en Bolivia, tras el posicionamiento de una izquierda que administra el Estado bajo la lógica del intuicionismo, ésta está celebrando su retorno triunfal, en la forma más “arcaica” del ejercicio político: bajo la forma del odio racista, puro, incólume, hacia el otro (diferente, distinto), lo cual hace que la actitud tolerante racional sea absolutamente impotente; por el momento, cuando las élites arcaicas detentan el poder, la construcción de un Estado inter-multicultural es sólo un deseo, ahora, si bien por una parte, el Estado del 52 intentó vanamente la nacionalización de lo étnico –la des-etnicización, la superación dialéctica (Aufhebung) de lo étnico en lo nacional– con un rotundo fracaso, hoy, por el contrario, asistimos en el Estado boliviano, a la “etnicización” de lo nacional, con una búsqueda radical (o reconstitución acrítica) de las raíces étnicas, que, está desplazando otras categorías importantes del país, como el provincianismo o lo campe-urbano de las ciudades en crecimiento.
La pulseta hegemónica de los radicalismos fascistas (burguesía/indigeno-marxistoide) es una muestra de que en Bolivia, “las ideas dominantes no son precisamente las ideas de aquellos que (creen) dominar.
Iván Castro Aruzamen
Teólogo y filósofo
Profesor de derechos humanos
Asimismo, está claro, que cada una de las facciones, tanto la derecha como la izquierda, tienen todas las características de los fascismos, cada cual con una lectura sesgada de la realidad; de ahí que, ambas posturas fascistas estén centradas en la “manipulación” de anhelos auténticos del pueblo, uno de ellos, la construcción irrenunciable de una verdadera solidaridad comunitaria y social, mixtificando la verdadera dimensión de la descarnada competencia y explotación, que ensombrece el futuro de inmensas mayorías; desde luego, estas posiciones ideológicas (burguesía/indigenismo) “distorsionan” la expresión del deseo más profundo de la sociedad boliviana –la posibilidad de un Estado intercultural– con el único objeto de legitimar la continuación de relaciones de explotación y dominación social, de un lado, y el sometimiento a la clase dirigencial, la lealtad ciega, imposición e ineficiencia estatal, por otro.
En toda sociedad, las posiciones radicales, pugnan por hacerse con una hegemonía absoluta sobre la estructura institucional y territorial, a través del Estado; toda lucha por la hegemonía ideológica y política (económica o cultural) siempre es, la lucha por la apropiación de términos que se sienten “espontáneamente” como “apolíticos”, como si trascendieran las fronteras políticas; esa incesante carrera por apropiarse de términos, en el caso de la izquierda, ha sido frenética, al punto que sólo se busca convencer al ciudadano, que el pobre indiecito, el cocalero atrapado flagrantemente por la 1008, el sindicalista nacido de los arrabales, el perseguido político de la dictadura, son los únicos poseedores de la “dignidad”, la “liberación”, la “transformación”, olvidando que la dignidad es inherente a todo ser humano y, es más, la dignidad de Dios pasa por sobre aquellos –restituyendo– que han sido despojados de la misma; la ultraderecha, también, se ha esforzado por apropiarse de términos como “libertad”, “solidaridad”, “igualdad”, que anulan con su neopragmatismo neoliberal.
Pero, lo que no han acabado por comprender, autonomistas e indigenistas, masistas, sindicalistas y toda la pléyade de mercaderes de la política, es que, alcance el nivel que alcance el poder político y económico, siempre tendrá en frente una resistencia civil fuerte, porque la “resistencia” es inmanente al Poder, y que Poder y contrapoder se generan mutuamente haciendo de la dinámica social un campo de batalla; así como el poder mismo, genera el exceso de resistencia que finalmente no logrará dominar, es una realidad a la que ningún proyecto político ha podido escapar hasta ahora. Si bien no tienen por ahora los días contados, quienes ejercen el poder, pero están condenados al agujero negro de la resistencia civil.
Frente a la encrucijada que produce el choque del poder político y económico, y la lucha por la hegemonía, no puede haber ningún tipo de empate catastrófico ni de otra índole, porque las consecuencias de dicha posibilidad, en un mundo sacudido por una economía flotante y libre de toda fricción, sería catastrófico para un país como el nuestro; las preguntas que nos quedan rebotando son: ¿Las ideologías fascistas están preparadas para hacer frente una situación global de riesgo? ¿El modelo propuesto es viable en una cultura política del caos y la ruptura?
De todas formas, la política en Bolivia, tras el posicionamiento de una izquierda que administra el Estado bajo la lógica del intuicionismo, ésta está celebrando su retorno triunfal, en la forma más “arcaica” del ejercicio político: bajo la forma del odio racista, puro, incólume, hacia el otro (diferente, distinto), lo cual hace que la actitud tolerante racional sea absolutamente impotente; por el momento, cuando las élites arcaicas detentan el poder, la construcción de un Estado inter-multicultural es sólo un deseo, ahora, si bien por una parte, el Estado del 52 intentó vanamente la nacionalización de lo étnico –la des-etnicización, la superación dialéctica (Aufhebung) de lo étnico en lo nacional– con un rotundo fracaso, hoy, por el contrario, asistimos en el Estado boliviano, a la “etnicización” de lo nacional, con una búsqueda radical (o reconstitución acrítica) de las raíces étnicas, que, está desplazando otras categorías importantes del país, como el provincianismo o lo campe-urbano de las ciudades en crecimiento.
La pulseta hegemónica de los radicalismos fascistas (burguesía/indigeno-marxistoide) es una muestra de que en Bolivia, “las ideas dominantes no son precisamente las ideas de aquellos que (creen) dominar.
Iván Castro Aruzamen
Teólogo y filósofo
Profesor de derechos humanos
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