PODER POLÍTICO Y DROGAS
El amor místico conduce al éxtasis y muchas veces es peor que un estupefaciente; pero, el poder político erotiza, tanto a quien lo ejerce como aquellos sobre quienes se aplica; este erotismo que padece la masa y el orgasmo que sienten los líderes en su goce, después del referéndum del pasado 25, en el que la clase media urbana le ha dicho no a una constitución que no responde a la pregunta, ¿por qué queremos vivir juntos los bolivianos?, sus artífices usarán un recurso trillado, el de aprendiz de brujo y sus drogas, para dorar la píldora del cambio aún a costa del sufrimiento de los pobres.
La droga que suministra el masismo a las masas de octubre, con una envoltura denominada constitución del cambio, tiene efectos estimulantes, narcotizantes y alucinógenos; pero, estos no son más que mentiras manejadas con artificio, trampa, ardid perjudicial. Y ocurre, que la masa sin “conciencia política”, no puede diferenciar cómo detrás de (auto) denominaciones virtuosas como “deber”, “devoción”, “heroísmo”, “renuncia”, “patria o muerte”, se esconde un monstruo estatal, que han armado los indígenas señoritos de salom y boutique, esa ralea de guapa gente de izquierdas que jamás se sube a un taxi-trufi o un microbús, porque el orgasmo que da el poder los tiene hipnotizados (García Linera, Sacha Llorenti, Juan Ramón Quintana, Iván Canelas, Alfredo Rada, Walker San Miguel, Héctor Arce, Susana Rivero, Fabián Yarsic).
En estos tres años de masismo, el gobierno del “pachacutec”, Evo Morales Ayma, se ha sacudido la carga y la vergüenza, de que las carreteras, las luchas por tierra y territorio, el paro y el hambre, las inundaciones y los errores de la policía o el ejército, matan bolivianos y bolivianas ¿La nueva constitución aprobada solucionará estos males estructurales del Estado, mágicamente? Este estado de cosas, no sólo es culpa del neoliberalismo salvaje, a quien tanto le han achacado los masistas y otros chunchólogos; las zancadillas que sufre nuestro país también las ponen los gobernantes ortodoxos de hoy, por medio de actitudes radicales y de todopoderosos cazadores.
Hagamos, al mismo tiempo, como sociedad “mea culpa” de la situación en la que nos encontramos; pues, es nuestra misma sociedad, la que tiene abandonados a más de un millón de niños y niñas, y prostituidos a más de medio millón de menores de 15 años; es la sociedad, que deja dormir en la calle a unos 30 mil muchachos; y el Estado, ese mito del cual hizo aguas “Ernesto Cassirer”, descuida la ética más simple (servicio), paga salarios irrisorios a los trabajadores, además de mal; pero aún, no abre el porvenir para todos, sólo para la cúpula y los indígena-originarios; anuncia marranadas (con el puño izquierdo levantado y la palma derecha en el pecho) con otras marranadas (decretos, leyes, persecuciones, slogans y clichés).
¿Por qué, el gobierno, en vez de preocuparse como un “inane” sustituto de la religión, de la vida privada, no se preocupa de lo que auténticamente le compete? La respuesta adecuada es ineficiencia. Cuando debiera centrarse en lo suyo: hacer ciudadanos y campesinos productivos y con pleno goce de derechos; y no arrogarse los papeles de padre bonachón, porque los hombres somos libres, hasta para morir. El gobierno incaico-marxista antes que discursos manidos que hipertrofian la realidad, preocúpese por luchar contra la inseguridad que sufren quienes lo mantiene pagando impuestos; así como arraigar a contrabandistas (aunque también lo mantienen) y narcotraficantes (por ejemplo, el clan Terán y todo el cartel del Chaparé); proveer casas para los desarrapados y condenados del campo y la ciudad.
Ahora, que ha sido aprobada la nueva Carta Magna, con un marcado tinte indigenista, el gobierno debe cumplir su verdadero rol –“no el de sermonear ni acorralar, ni mentir ni fingir que el país está bien blindado contra las embestidas de la crisis financiera mundial”–; es hora de que haga un profundo examen de conciencia y “desintoxicarse de todo tipo de drogas”, tanto la ideológico–política como la que se elabora de la coca exedentaria, y trabajar para construir un cambio de estructuras, real, que llegue al estómago de los más desposeídos y pobres del país. Porque el mensaje de ese gran porcentaje de bolivianos y bolivianas, que desaprobaron la propuesta del MAS, no quieren que detrás de la constitución aprobada, se críen nuevos “prostitutos sagrados”, como en el pasado.
Iván Castro Aruzamen
Téologo y filósofo
Profesor de derechos humanos y literatura
El amor místico conduce al éxtasis y muchas veces es peor que un estupefaciente; pero, el poder político erotiza, tanto a quien lo ejerce como aquellos sobre quienes se aplica; este erotismo que padece la masa y el orgasmo que sienten los líderes en su goce, después del referéndum del pasado 25, en el que la clase media urbana le ha dicho no a una constitución que no responde a la pregunta, ¿por qué queremos vivir juntos los bolivianos?, sus artífices usarán un recurso trillado, el de aprendiz de brujo y sus drogas, para dorar la píldora del cambio aún a costa del sufrimiento de los pobres.
La droga que suministra el masismo a las masas de octubre, con una envoltura denominada constitución del cambio, tiene efectos estimulantes, narcotizantes y alucinógenos; pero, estos no son más que mentiras manejadas con artificio, trampa, ardid perjudicial. Y ocurre, que la masa sin “conciencia política”, no puede diferenciar cómo detrás de (auto) denominaciones virtuosas como “deber”, “devoción”, “heroísmo”, “renuncia”, “patria o muerte”, se esconde un monstruo estatal, que han armado los indígenas señoritos de salom y boutique, esa ralea de guapa gente de izquierdas que jamás se sube a un taxi-trufi o un microbús, porque el orgasmo que da el poder los tiene hipnotizados (García Linera, Sacha Llorenti, Juan Ramón Quintana, Iván Canelas, Alfredo Rada, Walker San Miguel, Héctor Arce, Susana Rivero, Fabián Yarsic).
En estos tres años de masismo, el gobierno del “pachacutec”, Evo Morales Ayma, se ha sacudido la carga y la vergüenza, de que las carreteras, las luchas por tierra y territorio, el paro y el hambre, las inundaciones y los errores de la policía o el ejército, matan bolivianos y bolivianas ¿La nueva constitución aprobada solucionará estos males estructurales del Estado, mágicamente? Este estado de cosas, no sólo es culpa del neoliberalismo salvaje, a quien tanto le han achacado los masistas y otros chunchólogos; las zancadillas que sufre nuestro país también las ponen los gobernantes ortodoxos de hoy, por medio de actitudes radicales y de todopoderosos cazadores.
Hagamos, al mismo tiempo, como sociedad “mea culpa” de la situación en la que nos encontramos; pues, es nuestra misma sociedad, la que tiene abandonados a más de un millón de niños y niñas, y prostituidos a más de medio millón de menores de 15 años; es la sociedad, que deja dormir en la calle a unos 30 mil muchachos; y el Estado, ese mito del cual hizo aguas “Ernesto Cassirer”, descuida la ética más simple (servicio), paga salarios irrisorios a los trabajadores, además de mal; pero aún, no abre el porvenir para todos, sólo para la cúpula y los indígena-originarios; anuncia marranadas (con el puño izquierdo levantado y la palma derecha en el pecho) con otras marranadas (decretos, leyes, persecuciones, slogans y clichés).
¿Por qué, el gobierno, en vez de preocuparse como un “inane” sustituto de la religión, de la vida privada, no se preocupa de lo que auténticamente le compete? La respuesta adecuada es ineficiencia. Cuando debiera centrarse en lo suyo: hacer ciudadanos y campesinos productivos y con pleno goce de derechos; y no arrogarse los papeles de padre bonachón, porque los hombres somos libres, hasta para morir. El gobierno incaico-marxista antes que discursos manidos que hipertrofian la realidad, preocúpese por luchar contra la inseguridad que sufren quienes lo mantiene pagando impuestos; así como arraigar a contrabandistas (aunque también lo mantienen) y narcotraficantes (por ejemplo, el clan Terán y todo el cartel del Chaparé); proveer casas para los desarrapados y condenados del campo y la ciudad.
Ahora, que ha sido aprobada la nueva Carta Magna, con un marcado tinte indigenista, el gobierno debe cumplir su verdadero rol –“no el de sermonear ni acorralar, ni mentir ni fingir que el país está bien blindado contra las embestidas de la crisis financiera mundial”–; es hora de que haga un profundo examen de conciencia y “desintoxicarse de todo tipo de drogas”, tanto la ideológico–política como la que se elabora de la coca exedentaria, y trabajar para construir un cambio de estructuras, real, que llegue al estómago de los más desposeídos y pobres del país. Porque el mensaje de ese gran porcentaje de bolivianos y bolivianas, que desaprobaron la propuesta del MAS, no quieren que detrás de la constitución aprobada, se críen nuevos “prostitutos sagrados”, como en el pasado.
Iván Castro Aruzamen
Téologo y filósofo
Profesor de derechos humanos y literatura
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