DERECHOS HUMANOS
Todo el proyecto de Constitución Política masista supura una filosofía y cultura, que huele a peligroso y apuesta por “lo puro, lo incontaminado, lo único”(categoría machaconamente repetida, indígena originario campesino), y un rechazo de todo lo que se considera impuro, contaminado, mezclado, plural (como es el mestizaje cultural, muy extendido en el país).
Los “derechos humanos” recogidos en la propuesta, más allá de su ampliación, constituyen solamente un intento teórico de acercamiento para tratar de comprender la naturaleza de los derechos; los 61 artículos referidos a los derechos de personas y grupos, mantienen una marcada delimitación entre derechos de primera, segunda y tercera generación; y es más, recoge hasta derechos, siguiendo una fragmentación de los mismos, de cuarta, quinta y sexta generación, lo que deviene en una pura abstracción y vacía declaración de principios, cuyos efectos, sencillamente pasan por la mera confusión o categorías afines.
Plantear una “teoría pura” de lo que sea, peor aún de los derechos humanos, supone consecuencias nefastas para la convivencia pacífica y democrática de la sociedad boliviana; una filosofía de lo puro e incontaminado no tiene partes, sólo admite la narración de los hechos de manera indirecta, es decir, dejando a un lado aquello que se considera impuro, contaminado, por tanto, al posesionarse como eje articulador, lo “indígena originario campesino”, pasa a segundo plano, lo k’ara, lo mestizo, lo mezclado, eso que tiene rugosidades, asperezas, disparidades y es híbrido, quedando fuera de todo enfoque “esencialista”, como la del masismo y sus derechos humanos.
Lo “Uno incontaminado” (arcadia indígena) –50 años después de la conquista, ya no existía nada puro en este continente– que permea toda la propuesta de Constitución del MAS, no sólo es una quimera, sino que además, abomina de matices necesarios e imprescindibles de toda democracia radical y política, como son la “acción”, la “pluralidad” y el “tiempo”. Estos matices constituyen los tres miedos de toda posición purista.
En primer lugar, la “pluralidad” sostenida por el masismo, no es mas que pura apariencia, porque en el trasfondo de su discurso, ha instituido una dualidad perversa (campo/ciudad, indígena/citadino, negro/blanco, occidente/oriente); ésta dualidad termina siendo completamente ajena a la experiencia, porque supone una esquematización de la realidad, así como el predominio de un polo sobre otro, de la parte sobre el todo. Y en segunda instancia, para llamarlo de alguna manera, la filosofía purista del MAS, reniega del tiempo, a pesar de su incesante esfuerzo por reconstruir el pasado, panfletariamente; sitúa lo puro en el origen de todo, para la construcción de un nuevo Estado; excluye absolutamente todo devenir y cambio; idea todo un fondo (edad de los Incas) que estuvo, pero ya no está y nunca volverá a estar; postula demagógicamente (Escatología) un futuro de dichas y placeres, para todos los pobres, al que sabemos que nunca se llegará; así, de un modo u otro, niega el presente y las posibilidades de transformación. El único cambio que propone el masismo a través de su propuesta y desde su posición purista, es la repetición mediante la cual lo mismo (indígena) se convierte en lo mismo, rechazando lo otro (diferente, contaminado) y exorciza la relación y vínculo social de unos con otros.
Los derechos humanos, más allá de la cantidad de artículos incorporados y las buenas intenciones que pueda encerrar su reconocimiento, éstos, exigen la existencia de condiciones sociales, económicas y políticas coherentes, para poder ser garantizados a todos los ciudadanos; las actitudes “fundamentalistas”, como lo es el puritanismo cultural y/o de otra índole, no son terreno fértil para el desarrollo de los derechos humanos de nadie; mientras no se practique una democracia con libertad y justicia, una democracia de lo impuro, los derechos humanos, continuarán siendo meros postulados y un desafío para la democracia del siglo XXI.
Iván Castro Aruzamen
Teólogo y filósofo
Profesor de derechos humanos
Todo el proyecto de Constitución Política masista supura una filosofía y cultura, que huele a peligroso y apuesta por “lo puro, lo incontaminado, lo único”(categoría machaconamente repetida, indígena originario campesino), y un rechazo de todo lo que se considera impuro, contaminado, mezclado, plural (como es el mestizaje cultural, muy extendido en el país).
Los “derechos humanos” recogidos en la propuesta, más allá de su ampliación, constituyen solamente un intento teórico de acercamiento para tratar de comprender la naturaleza de los derechos; los 61 artículos referidos a los derechos de personas y grupos, mantienen una marcada delimitación entre derechos de primera, segunda y tercera generación; y es más, recoge hasta derechos, siguiendo una fragmentación de los mismos, de cuarta, quinta y sexta generación, lo que deviene en una pura abstracción y vacía declaración de principios, cuyos efectos, sencillamente pasan por la mera confusión o categorías afines.
Plantear una “teoría pura” de lo que sea, peor aún de los derechos humanos, supone consecuencias nefastas para la convivencia pacífica y democrática de la sociedad boliviana; una filosofía de lo puro e incontaminado no tiene partes, sólo admite la narración de los hechos de manera indirecta, es decir, dejando a un lado aquello que se considera impuro, contaminado, por tanto, al posesionarse como eje articulador, lo “indígena originario campesino”, pasa a segundo plano, lo k’ara, lo mestizo, lo mezclado, eso que tiene rugosidades, asperezas, disparidades y es híbrido, quedando fuera de todo enfoque “esencialista”, como la del masismo y sus derechos humanos.
Lo “Uno incontaminado” (arcadia indígena) –50 años después de la conquista, ya no existía nada puro en este continente– que permea toda la propuesta de Constitución del MAS, no sólo es una quimera, sino que además, abomina de matices necesarios e imprescindibles de toda democracia radical y política, como son la “acción”, la “pluralidad” y el “tiempo”. Estos matices constituyen los tres miedos de toda posición purista.
En primer lugar, la “pluralidad” sostenida por el masismo, no es mas que pura apariencia, porque en el trasfondo de su discurso, ha instituido una dualidad perversa (campo/ciudad, indígena/citadino, negro/blanco, occidente/oriente); ésta dualidad termina siendo completamente ajena a la experiencia, porque supone una esquematización de la realidad, así como el predominio de un polo sobre otro, de la parte sobre el todo. Y en segunda instancia, para llamarlo de alguna manera, la filosofía purista del MAS, reniega del tiempo, a pesar de su incesante esfuerzo por reconstruir el pasado, panfletariamente; sitúa lo puro en el origen de todo, para la construcción de un nuevo Estado; excluye absolutamente todo devenir y cambio; idea todo un fondo (edad de los Incas) que estuvo, pero ya no está y nunca volverá a estar; postula demagógicamente (Escatología) un futuro de dichas y placeres, para todos los pobres, al que sabemos que nunca se llegará; así, de un modo u otro, niega el presente y las posibilidades de transformación. El único cambio que propone el masismo a través de su propuesta y desde su posición purista, es la repetición mediante la cual lo mismo (indígena) se convierte en lo mismo, rechazando lo otro (diferente, contaminado) y exorciza la relación y vínculo social de unos con otros.
Los derechos humanos, más allá de la cantidad de artículos incorporados y las buenas intenciones que pueda encerrar su reconocimiento, éstos, exigen la existencia de condiciones sociales, económicas y políticas coherentes, para poder ser garantizados a todos los ciudadanos; las actitudes “fundamentalistas”, como lo es el puritanismo cultural y/o de otra índole, no son terreno fértil para el desarrollo de los derechos humanos de nadie; mientras no se practique una democracia con libertad y justicia, una democracia de lo impuro, los derechos humanos, continuarán siendo meros postulados y un desafío para la democracia del siglo XXI.
Iván Castro Aruzamen
Teólogo y filósofo
Profesor de derechos humanos
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