TIEMPO DE DESTRUCCIÓN
Me presto el título de una novela inconclusa, de Luís Martín Santos, publicada en 1975 –el autor también escribió “Tiempo de silencio”–, para referirme al clima de intemperancia en el que vivimos, aunque no sólo es eso, sino, como dijo hace más de tres siglos atrás, Francisco Eugenio de Santa Cruz y Espejo, uno de los mayores representantes de la Ilustración latinoamericana: “vivimos en la más grosera ignorancia y en la miseria más deplorable”, y no puramente material, también espiritual.
Y a propósito de los nuevos rostros de la política en Bolivia –nada más y nada menos, el hoy extremista radical, Gustavo Torrico, seguramente, por su condición, otrora mesero del parlamento, ahora honorable diputado nacional, un típico caso arguediano y muy boliviano, un salto olímpico, como ya dijera Hugo Chávez de Evo Morales, de llamero a Presidente– que han sido la inspiración de mi escritura durante este tiempo, sigo pensando, que esos revolucionarios de izquierdas están condenados al fracaso, porque en tres años de poder, no han hecho sino asustar al dinero de la inversión extranjera, eso sí, se han lanzado como moscas al estiércol en busca de las arcas nuestras en el Tesoro General, más no han tenido reparos en llevar nuestra economía hacia una bonolización, sencillamente, para no decepcionar a sus electores, a la gran masa acostumbrada a la dependencia y amante del clientelismo, sobre todo si viene del caudillo.
Estamos sopesando, pues, un “tiempo de destrucción”, como acertó a titular la novela que dejó inconclusa, Luís Martín Santos; estamos viviendo un largo suicidio colectivo en el que decididamente es responsable la política festiva del MAS y sus bonos, la derrota de la selección en la altura de La Paz, la trampa oficialista para ir a las elecciones de diciembre con un padrón viciado, y, es responsable también, la absoluta ceguera político–estratégica de la derecha cavernaria de la oposición cívica, así como la lenta penetración de la influenza A H1N1. Los pobres estaban contentos con la victoria ante argentina, se había vuelto a inventar el fútbol, aunque la verdad es que, a los pobres se les contenta con cualquier cosa, así sea unos pesos para bloquear o marchar por cualquier asunto; me parece que lo que el masismo hace en nuestro país, es una política espiritista y parapsicológica, sino de donde surgió eso del “espíritu de las revueltas de los Alejo Calatayud o Bartolina Sisa”, el espíritu de los mártires de la democracia, el espíritu de los muertos del 10 de octubre, el espíritu del proceso de cambio social y transformación profunda.
Yo creo que en este “tiempo de destrucción” sistemática, no solamente se ha derrumbado la institucionalidad, no, sorprendentemente hasta el tiempo líneal ha sido revertido; los sabios del MAS nos hablan de un tiempo que fluye hacia atrás, siguiendo fielmente la concepción del tiempo dentro de la cosmovisión andina –hasta donde recuerdo, un profesor de antropología, repetía eso de que para los quechuas y los aymaras, el pasado está delante y el futuro detrás, de modo, digo, que cualquier día de estos, nos despertamos, no convertidos en escarabajos, como Gregorio Samsa, sino en medio de la Isla del Sol o en el Cuzco, para presenciar la escena esa en la que Mama Ocllo y Manco Capac, hunden la varita de oro que da comienzo a esta inversión del tiempo.
Cuando los políticos de izquierdas, nunca como ahora, aluden a las esencias, a la raza de bronce, a los señoríos ayamarás, al “aquí estamos y somos la savia que da sentido a la historia, a los espíritus de los achachilas y otros desmadres, al petróleo que le vendemos al Brasil y Chile vía la Argentina, al litio que nos pondrá en la cima de los países del Tercer Milenio, es que las cosas, no deben de estar tan bien como nos lo cuenta el canal estatal y su propaganda gubernamental; el “tiempo de destrucción”, sí, que vino para quedarse por mucho tiempo; un iluminado dirigente de la CIDOB (Confederación de Pueblos Indígenas de Bolivia), Adolfo Chávez, ha amenazado con no dar cabida a propaganda política alguna en territorios indígenas, que sea crítica o en franca oposición al movimiento al socialismo, dígame, si eso no es un atentado contra la libre elección personal, un atentado a la democracia.
Los bolivianos hemos acabado por reducirnos, encerrarnos en nuestros males políticos, y no tenemos la astucia para poder ver la crisis económica de forma general, además de fenómeno mundial; los salarios, igual que en las mejores épocas del populismo o el neoliberalismo de extrema, no da para un fin de semana a pesar de aprendimos a ajustarnos el cinturon hasta límites insopechados; por eso ya el viejo Heráclito vio que todo fluía y se desvanecía en el aire; “así, los pobres seguirán (mos) siendo pobres por toda la eternidad” y los capos del partido en engorde vertiginoso.
Iván Castro Aruzamen
Teólogo y filósofo
Profesor de derechos humanos
Me presto el título de una novela inconclusa, de Luís Martín Santos, publicada en 1975 –el autor también escribió “Tiempo de silencio”–, para referirme al clima de intemperancia en el que vivimos, aunque no sólo es eso, sino, como dijo hace más de tres siglos atrás, Francisco Eugenio de Santa Cruz y Espejo, uno de los mayores representantes de la Ilustración latinoamericana: “vivimos en la más grosera ignorancia y en la miseria más deplorable”, y no puramente material, también espiritual.
Y a propósito de los nuevos rostros de la política en Bolivia –nada más y nada menos, el hoy extremista radical, Gustavo Torrico, seguramente, por su condición, otrora mesero del parlamento, ahora honorable diputado nacional, un típico caso arguediano y muy boliviano, un salto olímpico, como ya dijera Hugo Chávez de Evo Morales, de llamero a Presidente– que han sido la inspiración de mi escritura durante este tiempo, sigo pensando, que esos revolucionarios de izquierdas están condenados al fracaso, porque en tres años de poder, no han hecho sino asustar al dinero de la inversión extranjera, eso sí, se han lanzado como moscas al estiércol en busca de las arcas nuestras en el Tesoro General, más no han tenido reparos en llevar nuestra economía hacia una bonolización, sencillamente, para no decepcionar a sus electores, a la gran masa acostumbrada a la dependencia y amante del clientelismo, sobre todo si viene del caudillo.
Estamos sopesando, pues, un “tiempo de destrucción”, como acertó a titular la novela que dejó inconclusa, Luís Martín Santos; estamos viviendo un largo suicidio colectivo en el que decididamente es responsable la política festiva del MAS y sus bonos, la derrota de la selección en la altura de La Paz, la trampa oficialista para ir a las elecciones de diciembre con un padrón viciado, y, es responsable también, la absoluta ceguera político–estratégica de la derecha cavernaria de la oposición cívica, así como la lenta penetración de la influenza A H1N1. Los pobres estaban contentos con la victoria ante argentina, se había vuelto a inventar el fútbol, aunque la verdad es que, a los pobres se les contenta con cualquier cosa, así sea unos pesos para bloquear o marchar por cualquier asunto; me parece que lo que el masismo hace en nuestro país, es una política espiritista y parapsicológica, sino de donde surgió eso del “espíritu de las revueltas de los Alejo Calatayud o Bartolina Sisa”, el espíritu de los mártires de la democracia, el espíritu de los muertos del 10 de octubre, el espíritu del proceso de cambio social y transformación profunda.
Yo creo que en este “tiempo de destrucción” sistemática, no solamente se ha derrumbado la institucionalidad, no, sorprendentemente hasta el tiempo líneal ha sido revertido; los sabios del MAS nos hablan de un tiempo que fluye hacia atrás, siguiendo fielmente la concepción del tiempo dentro de la cosmovisión andina –hasta donde recuerdo, un profesor de antropología, repetía eso de que para los quechuas y los aymaras, el pasado está delante y el futuro detrás, de modo, digo, que cualquier día de estos, nos despertamos, no convertidos en escarabajos, como Gregorio Samsa, sino en medio de la Isla del Sol o en el Cuzco, para presenciar la escena esa en la que Mama Ocllo y Manco Capac, hunden la varita de oro que da comienzo a esta inversión del tiempo.
Cuando los políticos de izquierdas, nunca como ahora, aluden a las esencias, a la raza de bronce, a los señoríos ayamarás, al “aquí estamos y somos la savia que da sentido a la historia, a los espíritus de los achachilas y otros desmadres, al petróleo que le vendemos al Brasil y Chile vía la Argentina, al litio que nos pondrá en la cima de los países del Tercer Milenio, es que las cosas, no deben de estar tan bien como nos lo cuenta el canal estatal y su propaganda gubernamental; el “tiempo de destrucción”, sí, que vino para quedarse por mucho tiempo; un iluminado dirigente de la CIDOB (Confederación de Pueblos Indígenas de Bolivia), Adolfo Chávez, ha amenazado con no dar cabida a propaganda política alguna en territorios indígenas, que sea crítica o en franca oposición al movimiento al socialismo, dígame, si eso no es un atentado contra la libre elección personal, un atentado a la democracia.
Los bolivianos hemos acabado por reducirnos, encerrarnos en nuestros males políticos, y no tenemos la astucia para poder ver la crisis económica de forma general, además de fenómeno mundial; los salarios, igual que en las mejores épocas del populismo o el neoliberalismo de extrema, no da para un fin de semana a pesar de aprendimos a ajustarnos el cinturon hasta límites insopechados; por eso ya el viejo Heráclito vio que todo fluía y se desvanecía en el aire; “así, los pobres seguirán (mos) siendo pobres por toda la eternidad” y los capos del partido en engorde vertiginoso.
Iván Castro Aruzamen
Teólogo y filósofo
Profesor de derechos humanos
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