EL FASCISMO ESTÁ ENTRE NOSOTROS
A Claudio Ferrufino-Coqueugniot
“Fascismo es toda posesión de la verdad absoluta”. Eso al menos, es lo que traslucen todas las declaraciones vertidas desde palacio de gobierno, al parecer siguen un libreto común; los mofetas del ejecutivo, exhalan aires de apoderamiento de la verdad, sobre el país, la gente, la religión, la Iglesia, en suma, sobre la realidad. La frase dicha por Haro Tecglen, en “Fahrenheit” –quizá, la mejor novela de Ray Bradbury– “el fascismo está entre nosotros”, nos cae como anillo al dedo. El fascismo masista, se hace patente, en la barbarie democrática ejercida por el poder central, las fuerzas armadas y las hordas aliadas al MAS, entre ellos algunos movimientos sociales financiados por el Estado; la barbarie estatal se ha dado a la tarea de perseguir a cualquier sospechoso de terrorismo, por tanto todos los ciudadanos son catalogados como potenciales terroristas. Hubo un tiempo en que el Estado, en lugar de buscar sospechosos, poner multas, hacer fichas biométricas de todos y tratar a los ciudadanos como delincuentes, se dedicaba a proteger la libertad y los derechos fundamentales. El MAS ha convertido al Estado boliviano, en un policía perfecto, omnisciente, un ojo coercitivo que lo ve y castiga todo.
Si por allá en los tiempos de gobiernos neoliberales, el político vivía de espaldas al pueblo, hoy, vive a costillas del pueblo; yo, hombre de la calle, como miles, diría que los políticos bolivianos de ahora, tanto los que están en el poder (MAS) como los que de rato en rato rompen el silencio (opositores) en el que viven, para hacer declaraciones obtusas, enigmáticas –el ejemplo más vivo de ese rampante discurso, es García Linera–, están cayendo en un barroquismo deslucido, que sólo les lleva a hablar unos contra otros y, sin duda, por medio de esos epigramas parecen entenderse no más ellos, más el pueblo sencillo, el de a pie y taxi trufi o micro bus, el de las cloacas y debajo de los puentes, no sabe de que se está hablando.
Los nuevos óligo–burgueses de izquierdas en Bolivia, dicho sea de paso, no son más que de tercer mundo, no han dejado de tener un cierto complejo de ricos del primer mundo, por eso, se afanan tanto en acumular riquezas (como los 30 camiones del caso Quintana o los millones de dólares desaparecidos durante la gestión de Santos Ramírez en la estatal petrolera) a costa del Estado, y vaya que lo van consiguiendo. Son digamos, hoy, Ramón Quintana, García Linera, Sacha Llorenti, Alfredo Rada, Antonio y Chato Peredo –los más recalcitrantes nostálgicos del foquismo guevarista– unos ricos voraces, unos ricos con traumas de pobreza, de ahí que lo suyo, políticamente, ya no sea un movimiento revolucionario de cambio y transformación, porque todo nos demuestra que lo que queda en pie nos es más que un movimiento involutivo, discursivo, investigativo, más nada.
Seguramente, quisieran volver, los agoreros de sal de la izquierda festiva de hoy, a los kepis y boinas y fusiles, a ese tiempo de guerrillas exasperadas de los sesenta; los nuevos óligos posan de demócratas, socialistas, comprensivos, apegados a la norma y la ley, respetuosos de los derechos humanos, pero, sólo para aquellos que profesan la religión del Estado, es decir, el culto al tirano; quisieran volver a la edad idílica, no sólo de los años del socialismo internacional, sino hasta el mismísimo origen del imperio inca, y nada más para mantener domesticada a la masa aunque sea a costa de mostrar como bandera de lucha, el rostro indio de Evo Morales; lo crean o no los masistas, pero muchos hemos visto ya las armas y los dientes y las uñas largas de su ambición por el poder absoluto.
Al parecer, por el momento en el país, los ciudadanos contamos con dos agujeros que nos amenazan, dos bocas que se abren para engullirnos, sí, como en los cuentos de niños, de esos que mamá me contaba para asustarme, esas historias en las que un camino es el bueno y otro es el malo, uno que lleva a la casa de la abuelita y el otro directo a las fauces del lobo feroz. Por el camino, propuesto por el masismo, dicen, se llega al paraíso socialista, en el que se podrá ser y hacer todo en todo tiempo y lugar, eso sí, para ser funcionario de gobierno o servidor público, el requisito indispensable será ser dirigente sindical o militante de algún partiducho de izquierda, y, por el otro camino, siempre según los fascistas de hoy, uno se topará, inevitablemente, con el infierno capitalista, neoliberal, colonizador, inhumano, explotador y un largo etcétera.
No he sido jamás en toda mi humildad, admirador del sueño americano, ni pro imperialista, pero, tampoco me creí el invento del Edén Socialista-comunitario de Maxs y los marxistas, ni creo que haya infierno y paraíso proclamados por la demagogia de los ideólogos del momento. Sí, se que el fascismo de corte criminal está en la izquierda de principios de este siglo veintiuno, mañana, por ese eterno retorno de las cosas nietzscheano, podría estar en la derecha o en el centro.
Iván Castro Aruzamen
Teólogo y filósofo
Profesor de derechos humanos
A Claudio Ferrufino-Coqueugniot
“Fascismo es toda posesión de la verdad absoluta”. Eso al menos, es lo que traslucen todas las declaraciones vertidas desde palacio de gobierno, al parecer siguen un libreto común; los mofetas del ejecutivo, exhalan aires de apoderamiento de la verdad, sobre el país, la gente, la religión, la Iglesia, en suma, sobre la realidad. La frase dicha por Haro Tecglen, en “Fahrenheit” –quizá, la mejor novela de Ray Bradbury– “el fascismo está entre nosotros”, nos cae como anillo al dedo. El fascismo masista, se hace patente, en la barbarie democrática ejercida por el poder central, las fuerzas armadas y las hordas aliadas al MAS, entre ellos algunos movimientos sociales financiados por el Estado; la barbarie estatal se ha dado a la tarea de perseguir a cualquier sospechoso de terrorismo, por tanto todos los ciudadanos son catalogados como potenciales terroristas. Hubo un tiempo en que el Estado, en lugar de buscar sospechosos, poner multas, hacer fichas biométricas de todos y tratar a los ciudadanos como delincuentes, se dedicaba a proteger la libertad y los derechos fundamentales. El MAS ha convertido al Estado boliviano, en un policía perfecto, omnisciente, un ojo coercitivo que lo ve y castiga todo.
Si por allá en los tiempos de gobiernos neoliberales, el político vivía de espaldas al pueblo, hoy, vive a costillas del pueblo; yo, hombre de la calle, como miles, diría que los políticos bolivianos de ahora, tanto los que están en el poder (MAS) como los que de rato en rato rompen el silencio (opositores) en el que viven, para hacer declaraciones obtusas, enigmáticas –el ejemplo más vivo de ese rampante discurso, es García Linera–, están cayendo en un barroquismo deslucido, que sólo les lleva a hablar unos contra otros y, sin duda, por medio de esos epigramas parecen entenderse no más ellos, más el pueblo sencillo, el de a pie y taxi trufi o micro bus, el de las cloacas y debajo de los puentes, no sabe de que se está hablando.
Los nuevos óligo–burgueses de izquierdas en Bolivia, dicho sea de paso, no son más que de tercer mundo, no han dejado de tener un cierto complejo de ricos del primer mundo, por eso, se afanan tanto en acumular riquezas (como los 30 camiones del caso Quintana o los millones de dólares desaparecidos durante la gestión de Santos Ramírez en la estatal petrolera) a costa del Estado, y vaya que lo van consiguiendo. Son digamos, hoy, Ramón Quintana, García Linera, Sacha Llorenti, Alfredo Rada, Antonio y Chato Peredo –los más recalcitrantes nostálgicos del foquismo guevarista– unos ricos voraces, unos ricos con traumas de pobreza, de ahí que lo suyo, políticamente, ya no sea un movimiento revolucionario de cambio y transformación, porque todo nos demuestra que lo que queda en pie nos es más que un movimiento involutivo, discursivo, investigativo, más nada.
Seguramente, quisieran volver, los agoreros de sal de la izquierda festiva de hoy, a los kepis y boinas y fusiles, a ese tiempo de guerrillas exasperadas de los sesenta; los nuevos óligos posan de demócratas, socialistas, comprensivos, apegados a la norma y la ley, respetuosos de los derechos humanos, pero, sólo para aquellos que profesan la religión del Estado, es decir, el culto al tirano; quisieran volver a la edad idílica, no sólo de los años del socialismo internacional, sino hasta el mismísimo origen del imperio inca, y nada más para mantener domesticada a la masa aunque sea a costa de mostrar como bandera de lucha, el rostro indio de Evo Morales; lo crean o no los masistas, pero muchos hemos visto ya las armas y los dientes y las uñas largas de su ambición por el poder absoluto.
Al parecer, por el momento en el país, los ciudadanos contamos con dos agujeros que nos amenazan, dos bocas que se abren para engullirnos, sí, como en los cuentos de niños, de esos que mamá me contaba para asustarme, esas historias en las que un camino es el bueno y otro es el malo, uno que lleva a la casa de la abuelita y el otro directo a las fauces del lobo feroz. Por el camino, propuesto por el masismo, dicen, se llega al paraíso socialista, en el que se podrá ser y hacer todo en todo tiempo y lugar, eso sí, para ser funcionario de gobierno o servidor público, el requisito indispensable será ser dirigente sindical o militante de algún partiducho de izquierda, y, por el otro camino, siempre según los fascistas de hoy, uno se topará, inevitablemente, con el infierno capitalista, neoliberal, colonizador, inhumano, explotador y un largo etcétera.
No he sido jamás en toda mi humildad, admirador del sueño americano, ni pro imperialista, pero, tampoco me creí el invento del Edén Socialista-comunitario de Maxs y los marxistas, ni creo que haya infierno y paraíso proclamados por la demagogia de los ideólogos del momento. Sí, se que el fascismo de corte criminal está en la izquierda de principios de este siglo veintiuno, mañana, por ese eterno retorno de las cosas nietzscheano, podría estar en la derecha o en el centro.
Iván Castro Aruzamen
Teólogo y filósofo
Profesor de derechos humanos
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