NI MARX NI EL MAS
Puede resultar fructuoso empezar a vislumbrar la imagen de hombres y mujeres que busca producir la revolución social y cultural del actual gobierno.
Un ejemplo literario nos puede abrir el camino en este cometido. Durante la última etapa del stalinismo, en su obra, Hacia el Océano, el novelista ruso, Leonidas Leonov, escribió: “El hombre nuevo creará nuevos hombres según su propia imagen y semejanza… Será el alma del gigantesco mecanismo que preparará suficientes cantidades de alimentos, ropas y placeres…” Frente a este texto, muchos políticos –los nuevos y los de vieja data– pensarían que sólo se trata de la imaginación de un pobre novelista loco, como ya dijera el ministro Rada del escritor paceño, Juan Claudio Lechín. Sin embargo, constatamos que la literatura escudriña desde la verdad de las mentiras, la compleja realidad, con más acierto que cualquier político de oficio. ¿Acaso no nos prometen cada día Morales Aima y García Linera, lo mismo que el neoliberalismo de los noventa, el nacimiento de un nuevo hombre (engendrado por ellos) capaz de hacer funcionar la gran maquinaria estatal proveedora de alimentos, ropas, bonos y los más extraños placeres?
Uno de esos placeres muy propio del revanchismo masista, es el sadismo colectivo canalizado a través de algunos dirigentes sindicales u de otra índole; ya no nos causa estupor, las golpizas y agresiones –de algún desocupado, nombrado dirigente cívico popular– a periodistas, en nombre de la vox populi; pero la infamia es legitimada cuando el jefe de bancada de senadores del MAS, sin titubeos ni reparo alguno, haciendo gala de su conocimiento del derecho, justifica estas acciones violentas desde el uso de libertades y derechos individuales; si el derecho y la libertad se entienden a partir del cercenamiento de la dignidad del otro, es que ya algunos magos o hechiceros del MAS no están conduciendo derecho al infierno.
Pero hay algo más, y de suma preocupación, en el plano propiamente de gestión del gobierno: el servicio de calidad de todo funcionario público. Para responder a esta cuestión urgente para todos los bolivianos que pagamos este servicio y graficar la ineficiencia pública, recurramos a un texto del mismo Marx, a quien tanto venera el masismo. Este pontífice del pensamiento alemán, en la Ideología alemana, escribió sobre le rol del hombre en la sociedad ideal, sin clases: “Cada individuo no tiene acotado un círculo exclusivo de actividades, sino que puede desarrollar sus aptitudes en la rama que mejor le parezca. La sociedad se encarga de regular la producción general, con lo que hace cabalmente posible que yo pueda dedicarme hoy a esto mañana a aquello; que pueda por la mañana cazar, por la tarde pescar y por la noche apacentar el ganado, y después de cenar, si me place, dedicarme a la crítica, sin necesidad de ser exclusivamente cazador, pescador, pastor o crítico, según los casos”.
Las coincidencias y la vigencia del sueño marxiano en nuestra realidad es abrumadora; el hombre nuevo de Marx (y del MAS) cree así que la regulación de la producción para todos vendrá –casi misteriosamente (como la mano invisible del mercado) – de la mano de las aptitudes de todos. De ahí que tengamos un dirigente sindical en la primera magistratura del país; un técnico informático como superintendente de hidrocarburos; un maestro rural, presidente de YPFB; una cantante de coplas, ministra de justicia; y hasta hace poco un poeta en la presidencia de Transredes… seguramente los ejemplos de esta asociación de productores libres, abundan en todas las esferas públicas.
Aunque Evo Morales y su inseparable amigo, Álvaro García, anuncien que vivimos ya en el país de las maravillas y que la sociedad socialista del MAS y el reino del hombre nuevo –como muchos funcionarios gubernamentales– son capaces de ser todo y hacer todo en un día, sin ser exclusivamente ni lo uno ni lo otro; todavía quedan bolivianos y bolivianas que no entregaran el país ni a Marx ni al MAS.
Iván Castro Aruzamen
Teólogo y filósofo
Profesor de derechos humanos - UCB
Puede resultar fructuoso empezar a vislumbrar la imagen de hombres y mujeres que busca producir la revolución social y cultural del actual gobierno.
Un ejemplo literario nos puede abrir el camino en este cometido. Durante la última etapa del stalinismo, en su obra, Hacia el Océano, el novelista ruso, Leonidas Leonov, escribió: “El hombre nuevo creará nuevos hombres según su propia imagen y semejanza… Será el alma del gigantesco mecanismo que preparará suficientes cantidades de alimentos, ropas y placeres…” Frente a este texto, muchos políticos –los nuevos y los de vieja data– pensarían que sólo se trata de la imaginación de un pobre novelista loco, como ya dijera el ministro Rada del escritor paceño, Juan Claudio Lechín. Sin embargo, constatamos que la literatura escudriña desde la verdad de las mentiras, la compleja realidad, con más acierto que cualquier político de oficio. ¿Acaso no nos prometen cada día Morales Aima y García Linera, lo mismo que el neoliberalismo de los noventa, el nacimiento de un nuevo hombre (engendrado por ellos) capaz de hacer funcionar la gran maquinaria estatal proveedora de alimentos, ropas, bonos y los más extraños placeres?
Uno de esos placeres muy propio del revanchismo masista, es el sadismo colectivo canalizado a través de algunos dirigentes sindicales u de otra índole; ya no nos causa estupor, las golpizas y agresiones –de algún desocupado, nombrado dirigente cívico popular– a periodistas, en nombre de la vox populi; pero la infamia es legitimada cuando el jefe de bancada de senadores del MAS, sin titubeos ni reparo alguno, haciendo gala de su conocimiento del derecho, justifica estas acciones violentas desde el uso de libertades y derechos individuales; si el derecho y la libertad se entienden a partir del cercenamiento de la dignidad del otro, es que ya algunos magos o hechiceros del MAS no están conduciendo derecho al infierno.
Pero hay algo más, y de suma preocupación, en el plano propiamente de gestión del gobierno: el servicio de calidad de todo funcionario público. Para responder a esta cuestión urgente para todos los bolivianos que pagamos este servicio y graficar la ineficiencia pública, recurramos a un texto del mismo Marx, a quien tanto venera el masismo. Este pontífice del pensamiento alemán, en la Ideología alemana, escribió sobre le rol del hombre en la sociedad ideal, sin clases: “Cada individuo no tiene acotado un círculo exclusivo de actividades, sino que puede desarrollar sus aptitudes en la rama que mejor le parezca. La sociedad se encarga de regular la producción general, con lo que hace cabalmente posible que yo pueda dedicarme hoy a esto mañana a aquello; que pueda por la mañana cazar, por la tarde pescar y por la noche apacentar el ganado, y después de cenar, si me place, dedicarme a la crítica, sin necesidad de ser exclusivamente cazador, pescador, pastor o crítico, según los casos”.
Las coincidencias y la vigencia del sueño marxiano en nuestra realidad es abrumadora; el hombre nuevo de Marx (y del MAS) cree así que la regulación de la producción para todos vendrá –casi misteriosamente (como la mano invisible del mercado) – de la mano de las aptitudes de todos. De ahí que tengamos un dirigente sindical en la primera magistratura del país; un técnico informático como superintendente de hidrocarburos; un maestro rural, presidente de YPFB; una cantante de coplas, ministra de justicia; y hasta hace poco un poeta en la presidencia de Transredes… seguramente los ejemplos de esta asociación de productores libres, abundan en todas las esferas públicas.
Aunque Evo Morales y su inseparable amigo, Álvaro García, anuncien que vivimos ya en el país de las maravillas y que la sociedad socialista del MAS y el reino del hombre nuevo –como muchos funcionarios gubernamentales– son capaces de ser todo y hacer todo en un día, sin ser exclusivamente ni lo uno ni lo otro; todavía quedan bolivianos y bolivianas que no entregaran el país ni a Marx ni al MAS.
Iván Castro Aruzamen
Teólogo y filósofo
Profesor de derechos humanos - UCB
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