HOMERO
CARVALHO OLIVA
Me dice el
artista plástico Carlos Rimassa (Chaly), que, en nuestro país tenemos poetas
por todas partes, hasta puede uno encontrarlos debajo de cada piedra. Homero
Carvalho Oliva, después de haber escrito El
cazador de sueños, Los Reinos Dorados
y su recientemente galardonado Inventario
nocturno con el premio de poesía 2012, no es de esos poetas que viven y
escriben bajo las piedras. Homero, además de narrador y novelista, es un gran
poeta y poeta a secas. Poeta de la estirpe de Arquíloco, Homero, Virgilio,
Dante, Baudelaire, Verlaine, Aleixandri, Dámaso Alonso, García Lorca, Juan
Ramón Jiménez, Octavio Paz, Pablo Neruda, Benedetti, Borges y/o Pedro Shimose.
Carvalho Oliva,
beniano como la selva de los Reinos
Dorados y/o los Reinos Dorados de
la selva, ha usado siempre camisas de lino, blancas muy blancas, sombrero de
sao y una gafas de montura fina igual que las hojas del motacú; y, sobre todo,
un inconfundible bigote nevado, hirsuto, como los bagres del río Beni. Y ese su
verso que va parodiando las edades del tiempo: “yo seré tus sueños / y habitaré
tus palabras / para que juntos cantemos la historia de los Reinos Dorados”,
susurra la hondura poética de Homero desde los más recóndito de la memoria
guardada y donde la imagen del padre es ya inmortal.
Homero Carvalho,
desde sus primero años, tuvo un pie fuera de Santa Ana de Yacuma, lejos del río
y de los pájaros, residió muchos años a los pies del nevado más imponente del
altiplano boliviano, La Paz. Y como todo buen viajero de la vida y la historia,
experimentó los escarnios y la soledad del exilio: por un lado, la dictadura de
los 80 lo empujó a la tierra de Tenochtitlan y Moctezuma; y desde la década de
los 90 –igual que Claudio Ferrufino Coqueugniot– se exilió voluntariamente en
Santa Cruz de la Sierra.
Este poeta
movima, nacido “en ese mundo dorado/ donde todo era nuevo/ donde todo era
asombro/ y ante todo estaba el Agua / el río / la lluvia”, es el ejemplo de
beniano hecho para viajar y vivir en la literatura. Habitante de la palabra
para contar, novelar y poetizar esos mundos dorados de la selva, tenía, además
desde que su padre lo hiciera bautizar con el nombre del autor de la Ilíada y la Odisea, el destino puesto en la escritura; por esa razón sus versos
tienen ese tono andante propio del hombre del oriente, que va dejando un
reguero de imágenes del arco iris, del río, la selva, la lluvia, el viento, sus
antepasados y el verde manto de la amazonia boliviana; en sus versos las
imágenes llegan a la palabra escrita, sencillamente, para hablarnos del cruce
de caminos por los que transita y seguirá andando este enorme poeta movima de
Santa Ana de Yacuma.
Homero Carvalho
como poeta es inclasificable generacionalmente, y es que se parece más aun aedo
de cantar jondo, o como dice el gaucho
Martín Fierro: “Mas, si me pongo a cantar, / no tengo cuando acabar, / y me
evanezco cantando. / Las coplas me van brotando / como agua del manantial”. Así
ha defendido con el mismo ahínco los ideales de la libertad, la justicia, al
hombre y la madre naturaleza. Es una figura que se lanzó a recorrer los caminos
del pantano, del fango de la selva, igual que un profeta de su tierra. Es uno
de esos escritores que no ha necesitado enemigos para defender y escribir sobre
la estrecha relación del hombre con la naturaleza y como no pertenece a ninguna
escuela, ni generación ni estilo de corriente alguna, en el grito y canto
lírico de su verso suena el salmo y un quedo de modernismo. A pesar de ello,
Homero debiera ser bien catalogado en los manuales de literatura nacional, como
el poeta-tipo, como el beniano-tipo, que gusta cantar las maravillas de su
tierra, al sabor del achachairú, al río, a la lluvia y al agua. Homero Carvalho
ha sido un exilado nato y un apasionado por la palabra lírica y que ha ido
dejando tras de sí la polvareda de sus versos como el Cazador de sueños, Los Reinos
Dorados e Inventario nocturno.
Iván Castro
Aruzamen
Teólogo y
filósofo
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