IDOLATRÍA Y ALIENACIÓN POLÍTICAS
El proyecto político del Movimiento al Socialismo se sustenta en una religión política; y el objetivo que persigue a través de la misma no es otra cosa que la homogeneización del pueblo así como la constante búsqueda de una autoafirmación, tras el velo de la llamada interculturalidad; ésta categoría en el tejido discursivo del MAS pasa por un aberrante reduccionismo –bien entendida la “interculturalidad” es el diálogo entre culturas por medio de un diálogo dialogal, propuesta por Raimon Panikkar– porque insiste en la reconstrucción de una arcadia indígena, por encima de la diversidad cultural del país; todo indica que los masistas han intentado leer a Xavier Albo al pie de la letra, pues, esa es la interculturalidad que propone este autor: funcional y reduccionista.
La religión política del MAS también mistifica la autoafirmación en un origen que no existe y quiere glorificar un pasado histórico, que no es más que eso, pasado; los dioses creados por la religión política del actual gobierno, desde su olimpo palaciego, gobiernan al fragor del deseo, el culto y una desenfrenada veneración de parte de la masa; todo este esquema no es más que un castillo de naipes o el espejismo de un matrimonio (izquierda ortodoxa/movimientos sociales) que no tiene futuro alguno. Ya Karl Marx decía: “Los engendros de sus cabezas se les subieron a sus barbas. Ellos, los creadores, se prosternaron ante sus criaturas”. Esas criaturas, entre carnavalescas y pérfidas, han sabido adormecer a la masa (sus creadores) con un discurso escatológico totalmente demagogizado; los bolivianos y bolivianas tenemos la imperiosa necesidad de rechazar toda idolatría y alienación políticas, que el MAS está regando en nuestra sociedad; esa es la única forma de acabar con la tiranía del orgullo y el medio, propio de los engendros de toda religión política.
La idolatría es esencialmente toda absolutización de una cosa relativa (por ejemplo, el caudillo Evo Morales); es decir, el prejuicio de una tradición como el indigenismo, que elabora imágenes de ídolos, con freses como “primer presidente indígena”, “hermano evo”, “compañero presidente”, etc., para simplemente mantener poseído el espíritu de la masa; aunque bien sabemos que es inevitable en instituciones representativas poder sustraerse a una imagen visible; esta inevitabilidad ha sido muy bien explotada por los mentores del MAS, sobre todo, para teofanizar la realidad con la presencia del “pobre indiecito”.
¿Quién será capaz de vencer a estos diminutos dioses –Evo Morales, García Linera, J.R. Quintana, Sacha Llorenti, Alfredo Rada, David Choquehuanca– traídos al escenario político, vía movimientos sociales, por intereses de las ONG, de forma tal que no vuelvan a levantar cabeza? Sólo los miles de bolivianos que creen en una comunidad imaginaria llamada Bolivia, bajo el reino de la libertad y el derecho. La imposición de la idolatría y alienación políticas es más que evidente, ¿acaso los elegidos por los movimientos sociales, corroídos ya por el poder político –efímero– no miran por encima del hombro a quienes dicen representar, y los representados sólo atinan a inclinar la cabeza ante un gobierno, en el que no tocan instrumento alguno? Porque este es ya el gobierno de la gran estafa a los pobres y desposeídos, a los condenados de la ciudad.
El cuarto presidente de los Estados Unidos, J.Q. Adams, sostenía: “La democracia no tiene monumentos, no crea medallas ni acuña la cabeza de un hombre en sus monedas. Su esencia verdadera es la iconoclastía”; y mucho menos una verdadera democracia estampa el rostro de un indiecito en los timbres de correo, ni premios nacionales de automovilismo ¿Banzer no organizaba también carreras para despistar al pueblo, antes de lanzar algún paquetazo?, tampoco chompas ni diseños exóticos (caros) en prendas de vestir. Toda democracia como un modo de vivir en sociedad, en el que quepan todos, por lo tanto, no puede tener dioses que humillan a los ciudadanos –sean estos humildes periodistas y/o cualquier otro ciudadano boliviano–, pero mucho menos que mellen su dignidad; una democracia sin ídolos ni imágenes, es la que tiene toda la fuerza para revisar críticamente toda forma política asentada en el poder y, sobre todo, la activación del pueblo para que controle estas formas; la crítica y destrucción de toda forma idolátrica y alienación políticas, desde el pueblo, tiene como premisa fundamental, la construcción de la libertad y la dicha pública. La religión política del MAS ignora completamente toda forma de democracia iconoclasta.
Iván Castro Aruzamen
Teólogo y filósofo
Profesor de derechos humanos
El proyecto político del Movimiento al Socialismo se sustenta en una religión política; y el objetivo que persigue a través de la misma no es otra cosa que la homogeneización del pueblo así como la constante búsqueda de una autoafirmación, tras el velo de la llamada interculturalidad; ésta categoría en el tejido discursivo del MAS pasa por un aberrante reduccionismo –bien entendida la “interculturalidad” es el diálogo entre culturas por medio de un diálogo dialogal, propuesta por Raimon Panikkar– porque insiste en la reconstrucción de una arcadia indígena, por encima de la diversidad cultural del país; todo indica que los masistas han intentado leer a Xavier Albo al pie de la letra, pues, esa es la interculturalidad que propone este autor: funcional y reduccionista.
La religión política del MAS también mistifica la autoafirmación en un origen que no existe y quiere glorificar un pasado histórico, que no es más que eso, pasado; los dioses creados por la religión política del actual gobierno, desde su olimpo palaciego, gobiernan al fragor del deseo, el culto y una desenfrenada veneración de parte de la masa; todo este esquema no es más que un castillo de naipes o el espejismo de un matrimonio (izquierda ortodoxa/movimientos sociales) que no tiene futuro alguno. Ya Karl Marx decía: “Los engendros de sus cabezas se les subieron a sus barbas. Ellos, los creadores, se prosternaron ante sus criaturas”. Esas criaturas, entre carnavalescas y pérfidas, han sabido adormecer a la masa (sus creadores) con un discurso escatológico totalmente demagogizado; los bolivianos y bolivianas tenemos la imperiosa necesidad de rechazar toda idolatría y alienación políticas, que el MAS está regando en nuestra sociedad; esa es la única forma de acabar con la tiranía del orgullo y el medio, propio de los engendros de toda religión política.
La idolatría es esencialmente toda absolutización de una cosa relativa (por ejemplo, el caudillo Evo Morales); es decir, el prejuicio de una tradición como el indigenismo, que elabora imágenes de ídolos, con freses como “primer presidente indígena”, “hermano evo”, “compañero presidente”, etc., para simplemente mantener poseído el espíritu de la masa; aunque bien sabemos que es inevitable en instituciones representativas poder sustraerse a una imagen visible; esta inevitabilidad ha sido muy bien explotada por los mentores del MAS, sobre todo, para teofanizar la realidad con la presencia del “pobre indiecito”.
¿Quién será capaz de vencer a estos diminutos dioses –Evo Morales, García Linera, J.R. Quintana, Sacha Llorenti, Alfredo Rada, David Choquehuanca– traídos al escenario político, vía movimientos sociales, por intereses de las ONG, de forma tal que no vuelvan a levantar cabeza? Sólo los miles de bolivianos que creen en una comunidad imaginaria llamada Bolivia, bajo el reino de la libertad y el derecho. La imposición de la idolatría y alienación políticas es más que evidente, ¿acaso los elegidos por los movimientos sociales, corroídos ya por el poder político –efímero– no miran por encima del hombro a quienes dicen representar, y los representados sólo atinan a inclinar la cabeza ante un gobierno, en el que no tocan instrumento alguno? Porque este es ya el gobierno de la gran estafa a los pobres y desposeídos, a los condenados de la ciudad.
El cuarto presidente de los Estados Unidos, J.Q. Adams, sostenía: “La democracia no tiene monumentos, no crea medallas ni acuña la cabeza de un hombre en sus monedas. Su esencia verdadera es la iconoclastía”; y mucho menos una verdadera democracia estampa el rostro de un indiecito en los timbres de correo, ni premios nacionales de automovilismo ¿Banzer no organizaba también carreras para despistar al pueblo, antes de lanzar algún paquetazo?, tampoco chompas ni diseños exóticos (caros) en prendas de vestir. Toda democracia como un modo de vivir en sociedad, en el que quepan todos, por lo tanto, no puede tener dioses que humillan a los ciudadanos –sean estos humildes periodistas y/o cualquier otro ciudadano boliviano–, pero mucho menos que mellen su dignidad; una democracia sin ídolos ni imágenes, es la que tiene toda la fuerza para revisar críticamente toda forma política asentada en el poder y, sobre todo, la activación del pueblo para que controle estas formas; la crítica y destrucción de toda forma idolátrica y alienación políticas, desde el pueblo, tiene como premisa fundamental, la construcción de la libertad y la dicha pública. La religión política del MAS ignora completamente toda forma de democracia iconoclasta.
Iván Castro Aruzamen
Teólogo y filósofo
Profesor de derechos humanos
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