ADOLFO BITTSCHI: FE Y CULTURA EN LA IGLESIA BOLIVIANA
La Iglesia en Bolivia y América Latina, necesita una profunda renovación –generacional como teológica– a nivel de las altas jerarquías. Nos sería sincero –como cristiano y católico– si no mencionará la inmensa preocupación que me invade frente a la total ausencia de una praxis profética, en obispos y cardenales; sin embargo, seguir aferrado a la idea de contar con mártires de décadas atrás es casi un sueño. Pues, urge en nuestra Iglesia hombres y mujeres que den testimonio de Cristo resucitado aún en la espesura de la realidad (Juan Luis Segundo). Asimismo, en los albores de este siglo se hace necesario radicalizar una auténtica inculturación y las semillas del Verbo, en una verdadera práctica intercultural; evangelio y culturas hacia un diálogo intercultural fecundo, hacia un modo de vida, hacia una ética, son los desafíos para pastores y laicos en toda Iglesia peregrina, mucho más después de lo acontecido en Aparecida.
El padre Adolfo Bittschi, recientemente consagrado obispo auxiliar de la Arquidiócesis de Sucre es uno de esos pastores que ha cultivado una pastoral intercultural seria. Conocí a Adolfo, justo cuando el país regresaba a la democracia tras largos años de dictaduras militares. En ese entonces, muchos adolescentes en mi pueblo –entre las montañas del sur chuquisaqueño– veíamos al padre Adolfo, sereno, convencido de su fe y, sobre todo, con el aura de pastor y hermano.
El padre Adolfo, durante todos estos años, acompañando a hombres y mujeres, niños y niñas, ancianos y enfermos, a lo largo y ancho de su parroquia en Incahuasi, no hizo distinciones de clases sociales ni opciones ideológicos en su servicio misionero. Hizo suya en su praxis evangélica eso que escribió, el escritor líbano-francés, Amin Maalouf, en Identidades Asesinas, “lo que hace que sea yo, y no otro, es ese estar en las lindes de dos países, de dos o tres idiomas, de varias tradiciones culturales. Es eso justamente lo que define mi identidad”. Recuerdo, las muchas veces que charlamos largamente sobre distintos temas y seguí de cerca su entrega, sin límites, a favor de los más pobres y desfavorecidos, jamás escuché que se definiera como alemán o europeo, sino llana y sencillamente, boliviano-alemán, porque no dejó su lengua madre, más bien la enriqueció con un castellano nítido y un quechua que lo acercó a las angustias y sin sabores de los pobres, esparcidos por quebradas y laderas de su parroquia.
La casualidad hizo que los padres alemanes de Babiera llegaran a la zona de Cinti. A un grupo de los primeros misiones en 1958, el gobierno peruano, les negó la entrada a ese país dejándolos varados en le puerto del Callao; el entonces Cardenal José Clemente Maurer, hizo las gestiones para su entrada en tierra boliviana y posterior traslado a las provincias cinteñas; dos años después llegarían al otro lado del departamento, los sacerdotes de Trier. En el nombramiento del padre Adolfo, como obispo auxiliar de Sucre, se hace un justo y merecido reconocimiento al esfuerzo realizado por los padres alemanes que han pisado suelo chuquisaqueño, dejando la impronta del evangelio (no cabe aquí describir el enorme trabajo desplegado durante estos 50 años de presencia por todos estos apóstoles alemanes).
El recuerdo de muchos de ellos permanece aún vivo en varios pueblos donde dieron testimonio de su fe. Vaya un recordado homenaje y agradecimiento a Leonardo Niebler, Xavier Mader, Albert Köwler, Alois Shöffer, Conrad Müller, Edwin Reich, Otto Strauss, Eugenio Wiesmuth, Enrique Shmiff, Pedro Bubrach, Godofredo Zils (+), Antonio Reichilstine, Rodolfo Euteniur, Heriberto Latz, Claus Weber, Lothar Brucker, Mijael Jastier, Reynaldo Rath, Ernesto Theobald, Edwin Grauss, Leo Shwarz (obispo emérito)… y muchos otros.
Estoy convencido que el solideo encarnado que llevará el padre Adolfo, es fruto del polvo de los caminos recorridos, de largos tramos a fuerza de lomo de mulos, el sol de fuego, el frío punzante de las madrugadas, las noches de luna llena y su rebelde esperanza. Es perfectamente aplicable, lo que escribió el paraguayo, Augusto Roa Bastos, en El Trueno entre las hojas, a la figura y trayectoria misional del padre Adolfo, obispo: “ya era el obispo de los pobres, su única diócesis honoraria y real, y nunca tendrá otra más que esa. El clero temblará secretamente al verlo sentado en el sillón obispal” –porque Adolfo es inflexible con la salacidad y la corrupción.
Sus feligreses, no sólo en Incahuasi, sino en todo Cinti, saben que “sus dedos no dejaban el misal para barajar los naipes mugrientos del truco o del monte; sus labios no iban del borde del cáliz a los jarros de aguardiente (cañazo); su cuerpo no se desvestía de los ornamentos para desnudarse en la conscupicencia o la lujuría. La castidad estaba incrustada en sus riñones como un hacha. Y como no podía hacer hijos con su sangre de hombre, los parió con su sudor y su amor. Todos los pobres fueron (son) sus hijos”.
La conferencia episcopal boliviana, ante la necesidad de renovación, ya tiene un poco de oxígeno nuevo con obispos nativos como Oscar Aparicio, Ricardo Centellas o Jorge Herbas, en los que recae un gran desafío y responsabilidad: generar transformaciones y vientos de cambio importantes para el quehacer pastoral de la Iglesia de cara al siglo XXI. Con el padre Adolfo Bittschi, uno de los obispos más interculturales que conozco, la conferencia recibe otro poco de oxigenación para renovar su testimonio en Bolivia.
Iván Castro Aruzamen
La Iglesia en Bolivia y América Latina, necesita una profunda renovación –generacional como teológica– a nivel de las altas jerarquías. Nos sería sincero –como cristiano y católico– si no mencionará la inmensa preocupación que me invade frente a la total ausencia de una praxis profética, en obispos y cardenales; sin embargo, seguir aferrado a la idea de contar con mártires de décadas atrás es casi un sueño. Pues, urge en nuestra Iglesia hombres y mujeres que den testimonio de Cristo resucitado aún en la espesura de la realidad (Juan Luis Segundo). Asimismo, en los albores de este siglo se hace necesario radicalizar una auténtica inculturación y las semillas del Verbo, en una verdadera práctica intercultural; evangelio y culturas hacia un diálogo intercultural fecundo, hacia un modo de vida, hacia una ética, son los desafíos para pastores y laicos en toda Iglesia peregrina, mucho más después de lo acontecido en Aparecida.
El padre Adolfo Bittschi, recientemente consagrado obispo auxiliar de la Arquidiócesis de Sucre es uno de esos pastores que ha cultivado una pastoral intercultural seria. Conocí a Adolfo, justo cuando el país regresaba a la democracia tras largos años de dictaduras militares. En ese entonces, muchos adolescentes en mi pueblo –entre las montañas del sur chuquisaqueño– veíamos al padre Adolfo, sereno, convencido de su fe y, sobre todo, con el aura de pastor y hermano.
El padre Adolfo, durante todos estos años, acompañando a hombres y mujeres, niños y niñas, ancianos y enfermos, a lo largo y ancho de su parroquia en Incahuasi, no hizo distinciones de clases sociales ni opciones ideológicos en su servicio misionero. Hizo suya en su praxis evangélica eso que escribió, el escritor líbano-francés, Amin Maalouf, en Identidades Asesinas, “lo que hace que sea yo, y no otro, es ese estar en las lindes de dos países, de dos o tres idiomas, de varias tradiciones culturales. Es eso justamente lo que define mi identidad”. Recuerdo, las muchas veces que charlamos largamente sobre distintos temas y seguí de cerca su entrega, sin límites, a favor de los más pobres y desfavorecidos, jamás escuché que se definiera como alemán o europeo, sino llana y sencillamente, boliviano-alemán, porque no dejó su lengua madre, más bien la enriqueció con un castellano nítido y un quechua que lo acercó a las angustias y sin sabores de los pobres, esparcidos por quebradas y laderas de su parroquia.
La casualidad hizo que los padres alemanes de Babiera llegaran a la zona de Cinti. A un grupo de los primeros misiones en 1958, el gobierno peruano, les negó la entrada a ese país dejándolos varados en le puerto del Callao; el entonces Cardenal José Clemente Maurer, hizo las gestiones para su entrada en tierra boliviana y posterior traslado a las provincias cinteñas; dos años después llegarían al otro lado del departamento, los sacerdotes de Trier. En el nombramiento del padre Adolfo, como obispo auxiliar de Sucre, se hace un justo y merecido reconocimiento al esfuerzo realizado por los padres alemanes que han pisado suelo chuquisaqueño, dejando la impronta del evangelio (no cabe aquí describir el enorme trabajo desplegado durante estos 50 años de presencia por todos estos apóstoles alemanes).
El recuerdo de muchos de ellos permanece aún vivo en varios pueblos donde dieron testimonio de su fe. Vaya un recordado homenaje y agradecimiento a Leonardo Niebler, Xavier Mader, Albert Köwler, Alois Shöffer, Conrad Müller, Edwin Reich, Otto Strauss, Eugenio Wiesmuth, Enrique Shmiff, Pedro Bubrach, Godofredo Zils (+), Antonio Reichilstine, Rodolfo Euteniur, Heriberto Latz, Claus Weber, Lothar Brucker, Mijael Jastier, Reynaldo Rath, Ernesto Theobald, Edwin Grauss, Leo Shwarz (obispo emérito)… y muchos otros.
Estoy convencido que el solideo encarnado que llevará el padre Adolfo, es fruto del polvo de los caminos recorridos, de largos tramos a fuerza de lomo de mulos, el sol de fuego, el frío punzante de las madrugadas, las noches de luna llena y su rebelde esperanza. Es perfectamente aplicable, lo que escribió el paraguayo, Augusto Roa Bastos, en El Trueno entre las hojas, a la figura y trayectoria misional del padre Adolfo, obispo: “ya era el obispo de los pobres, su única diócesis honoraria y real, y nunca tendrá otra más que esa. El clero temblará secretamente al verlo sentado en el sillón obispal” –porque Adolfo es inflexible con la salacidad y la corrupción.
Sus feligreses, no sólo en Incahuasi, sino en todo Cinti, saben que “sus dedos no dejaban el misal para barajar los naipes mugrientos del truco o del monte; sus labios no iban del borde del cáliz a los jarros de aguardiente (cañazo); su cuerpo no se desvestía de los ornamentos para desnudarse en la conscupicencia o la lujuría. La castidad estaba incrustada en sus riñones como un hacha. Y como no podía hacer hijos con su sangre de hombre, los parió con su sudor y su amor. Todos los pobres fueron (son) sus hijos”.
La conferencia episcopal boliviana, ante la necesidad de renovación, ya tiene un poco de oxígeno nuevo con obispos nativos como Oscar Aparicio, Ricardo Centellas o Jorge Herbas, en los que recae un gran desafío y responsabilidad: generar transformaciones y vientos de cambio importantes para el quehacer pastoral de la Iglesia de cara al siglo XXI. Con el padre Adolfo Bittschi, uno de los obispos más interculturales que conozco, la conferencia recibe otro poco de oxigenación para renovar su testimonio en Bolivia.
Iván Castro Aruzamen
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